“Lo malo de
este mundo” dijo el coach tras suspirar hondamente, “es que los seres humanos
se resisten a crecer”
“¿Cuándo puede
decirse de una persona que ha crecido”? preguntó un discípulo.
“El día en que
no haga falta mentirle acerca de nada en absoluto”
La sensación de
carencia es constitutiva del ser humano. Andamos siempre en pos de algo.
Partimos en búsqueda sin descanso, aunque no sepamos bien qué buscamos.
Nuestras hambres nos ponen en camino. Ellas mismas son
el camino.
Según sea acuciante el anhelo, profundo es su surco y
amplio el horizonte que se abre impeliéndonos a no detenernos.
A través de las cosas que buscamos, nos buscamos.
Buscamos llenar el vacío de dentro que hacia afuera se
vierte. Encontramos retazos del alma que vamos reconociendo por la quietud que
deja en nosotros lo que hallamos.
Tras las cosas buscamos el FONDO que subyace.
A este Fondo no accedemos sino a través de las cosas
mismas y de nosotros que buscamos.
Por ello es tan confusa nuestra búsqueda: porque no
solo depende de la cualidad de los objetos –que ocultan aquello mismo que
manifiestan- sino de la calidad de nuestros deseos.
Si son ávidos y cortos, tropiezan con lo mismo que
encuentran y el impulso se desvanece.
Mantener viva la búsqueda es tener el alma despierta,
dejar abierta la brecha que está en el origen de nuestra exploración. Indagar
está inscrito en nuestros genes. Bajaron nuestros antepasados de las ramas de
un árbol y desde entonces, puestos en pie, no dejaron de caminar.
No hay valle, no hay cima, no hay isla, no hay rincón
sobre la tierra que no haya interesado a nuestra especie.
No hay tampoco área de conocimiento que no hayamos
sondeado: Hemos alzado la vista y hemos puesto nombre a las estrellas y hemos
querido y seguimos queriendo ir tras ellas.
Nos ha fascinado nuestro entorno y lo hemos escrutado,
clasificando familias, géneros y especies de plantas y animales según sus más
sutiles diferencias.
Nos han hechizado los minerales y hemos horadado la
tierra abriendo galerías para extraer sus tesoros.
Hemos mirado tras nuestra piel, hemos investigado
nuestros órganos y hemos inventado el microscopio para saber de qué estábamos
hechos y de qué estaba compuesta la materia.
Hemos medido distancias y hemos diseñado vehículos
para acortarlas. Hemos aumentado la capacidad de nuestros sentidos por medio de
utensilios y artefactos que han multiplicado nuestras posibilidades perceptivas
y los ámbitos de nuestra exploración.
Hemos amado a nuestros seres cercanos y, cuando han muerto,
no solo los hemos llorado, sino que nos hemos preguntado por el sentido de la
muerte y de la vida, y si merecía la pena vivir cuando tan devastadores son los
efectos de la partida.
Nos hemos preguntado qué hay tras ella y hemos
indagado qué se esconde tras su velo. Cada tradición transmite en sus relatos
atisbos de lo que han visto sus videntes.
“A quien busca la verdad, el error no le daña”….dijo
un sabio.
Hay que seguir indagando, hasta que hallemos que el
buscador es lo buscado.
Así nos lo dicen las tradiciones más despiertas: somos
la nube que oculta su propio sol.
Corría una criatura tras su sombra con el deseo de
tocarle la cabeza, pero cuanto más corría, más de alejaba de ella. Hasta que
descubrió que palpándola en su cuerpo la alcanzaba también en la sombra que
proyectaba.
Cuando, en lugar de lanzarnos hacia delante,
regresamos, descubrimos que somos lo que buscamos y alcanzamos la quietud y el
gozo plenos.
El Mar está en la acuidad de la gota que somos.
Aún no lo sabemos.
Melloni.
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