TERTULIAS/CHARLAS SOBRE COACHING EMANCIPADOR EN EL CÍRCULO DE COACHING ESPECIALIZADO.



Periódicamente nos reunimos en "petit comité", con un aforo máximo de 10 personas, para debatir sobre COACHING EMANCIPADOR.
Son diálogos participativos para realizar una "iniciación" en la disciplina del coaching adaptada a tu universo de sueños.
Si estás interesada/o en participar GRATUITAMENTE deja tu reserva en paco.bailac@salaidavinci.es y te informaremos de los calendarios previstos.

¡¡¡Ven te esperamos!!!



¿TE DA TU ENTORNO AUTORIDAD EN ALGO? o ¿ERES UN COMPARSA DEL MIEDO?




AUTORIDAD versus AUTORITARISMO

Muchos de los actuales habitantes de Europa viven bajo la influencia, más o menos, directa del AUTORITARISMO. Si bien las sociedades del Este lo han soportado hasta hace poco. Las del oeste se han deshecho de esta plaga de diferentes maneras e intensidades.
A la masa, con demasiada frecuencia, no se la ha educado en una convivencia responsable y solidaria y, para controlarla, se ha utilizado con mucha asiduidad la fórmula del autoritarismo militar o sus derivados más cercanos. Por ello muchos de nosotros hemos sido educados en el "obedecer" más que en el "crear".
De tal manera, la cultura del autoritarismo ha "calado" entre nosotros que casi me atrevo a afirmar que el "síndrome de Estecolmo" está en muchos de nosotros.
La autoridad se otorga por convencimiento popular el autoritarismo lo imponen las clases dominantes. ¿para què?
¿Os imaginais una sociedad sin opresores?
Bien pues si muchos podemos pensar que con la democracia no hay opresión, traslademos la pregunta al universo laboral: la empresa.
¿quién elige a los dueños de los sistemas productivos?
¿Tu empleo de quién depende?
¿Puedes tú influir en que no cierre la empresa?
¿Cómo consumidor te preocupas cómo está gestionada la empresa que eliges como proveedor?
¿Qué opinas de los lujos y oropeles que disfrutan los cuatro altos ejecutivos de tu empresa?
¿Hay democracia en la empresa?
Con el autoritarismo vives en la comodidad del miedo. Con la autoridad vives en el compromiso de la responsabilidad.
¿¿¿tú como vives???

¿CONOCES TUS HÁBITOS?


¿de la IMAGINACIÓN a la REALIDAD?

Uuuummm... ¿es posible?
"Un coach no es tan sólo un mago del cambio, sino también un luchador por la libertad."
Todos soñamos. Mientras dormimos,
nuestra mente baraja las experiencias del día
junto con sus correspondientes pensamientos y emociones.
Estos sueños pueden proporcionarnos pistas,
susurros e indicios acerca de nuestra vida,
de dónde estamos y de adónde queremos ir.
En los sueños nuestras metáforas se convierten en realidad.
Cuando soñamos utilizamos la imaginación,
saltamos de los confines de nuestra vida
a un mundo más amplio,
en el que todo es posible y
en el que no estamos limitados
a esas cartas que nos han sido
repartidas por "croupiers" al servicio del poder.
La libertad tiene dos facetas:
la de liberarse de algo y
la de gozar de libertad para hacer algo.
El coach trabaja con dos clases de libertad:
Ayuda a liberarse de circunstancias
insatisfactorias/desagradables y
posteriormente abre otras posibilidades.
El coach ayuda a quienes
están implicados en la búsqueda de la libertad
a determinar quiénes son sus enemigos
y qué esta bloqueando el cambio.
En la mayoría de los casos el enemigo
es el hábito entendiento por hábito
los intereses básicos y las vilezas humanas..
Pero los tiempos cambian y
los viejos hábitos ya no nos sirven.
El coaching nos puede cambiar
la dirección de la vida simplemente
modificando los hábitos y
convirtiéndolos no en formas predecibles
de respuesta si no en formas personales
de acción proactiva.

¡¡¡No abandones!!!
¡¡¡No renuncies!!!
¡¡¡No te rindas!!!

SOLEDAD ¿UN ESPEJISMO?




El eco es espejismo y el espejo es un eco.
También es un puente entre el olvido y la memoria.
A veces cambia tanto que no lo reconocemos como nuestro.
Nos atribuye barbaridades que curiosamente nunca dijimos,
sólo las pensamos.
¿Será que el eco también recoge materiales en el cerebro distraido?

Mario Benedetti.

SOLEDAD versus AISLAMIENTO

En soledad vivía
y en soledad ha puesto ya su nido.
Y en soledad la guía
a solas su querido,
también en soledad
de amor herido.
No debemos lamentarnos
de la soledad toda vez que
esta nunca traiciona.
Podemos disfrutar de la compañía
mientras sea alegre y placentera.
Pero hemos de procurar aprender
a caminar solos pues comprobaremos,
en las muchas andaduras que hagamos,
que en el camino nadie nos llevará a cuestas.
La soledad es nuestra verdadera naturaleza,
pero lo queremos ignorar.
Consecuentemente seguimos siendo
unos desconocidos para nosotros mismos,
y en vez de ver nuestra soledad
como una situación dichosa
y llena de belleza, silencio y paz,
la malinterpretamos como aislamiento.
Cuando descubras tu soledad podrás crear,
podrás participar en todas las cosas que quieras,
porque esa participación
ya no implicará que estás huyendo de ti mismo/a.

¿AYUDAS A LOS DEMÁS?



Aprender a ayudar

CRISTINA LLAGOSTERA
Compartir cualquier dolor aligera su peso. Ayudar requiere saber escuchar y ponerse en el lugar del otro para conseguir que se sienta más capaz ante su problema y no lo contrario.
Algunos pensadores afirman que el ser humano es básicamente egoísta. “El hombre es un lobo para el hombre” (Homo hómini lupus), escribió Thomas Hobbes en el siglo XVII, y muchas personas continúan creyendo que ante todo nos mueven el interés personal y la defensa del propio territorio. Miramos a nuestro alrededor, leemos las noticias y, ciertamente, no faltan ejemplos de vivo egoísmo. Sin embargo, a pesar de no ser tan visibles o impactantes, existen también infinidad de gestos que nacen de la voluntad de ayudar.

“Necesitar y ayudar son dos experiencias complementarias. Cuando alguien quiere estar en un solo lado, surge el problema”
Un hombre cae en la acera e inmediatamente varias personas acuden para auxiliarle. Una joven escucha con atención a una amiga que habla disgustada sobre un asunto que le preocupa. Alguien perdido en una gran ciudad encuentra a una persona que se ofrece amablemente para guiarle. Son escenas simples, cotidianas, en las que la ayuda surge como un impulso natural ante la necesidad de otro ser humano.
Incluso en este momento en que se dice que las relaciones se han vuelto más frías e impersonales, en que la rentabilidad parece ser el valor prioritario, la ayuda desinteresada sigue estando presente. Una muestra de ello son las asociaciones, el movimiento del voluntariado o los grupos de ayuda mutua que proliferan cada vez más.
Las personas que ofrecen su tiempo y su dedicación a otras lo dicen claramente: ayudar les hace sentirse bien. Sin embargo, esto no significa que se trate de una tarea sencilla. Ante alguien con dificultades, a menudo surge la pregunta: ¿cómo puedo ayudar? Se duda acerca de si tener un papel más o menos activo, si la generosidad puede resultar invasiva o qué hacer para que los problemas de los demás no afecten excesivamente. Tras el deseo genuino de querer hacer algo por alguien es preciso buscar la mejor forma de actuar.
¿Altruistas o egoístas?
“Nadie es una isla, completo
en sí mismo; todo hombre es un trozo del continente, una parte del todo” (John Donne)
El etólogo Konrad Lorenz ya señalaba la importancia de la cooperación en la supervivencia de las especies. No sólo la lucha y la agresividad resultan cruciales para defenderse y evolucionar, sino también formar parte de un grupo. El altruismo, por tanto, cumple una función importante, al poner el interés colectivo por delante del individual.
La ayuda es un fenómeno universal y, como vemos, no exclusivo del género humano. Pero sí somos una de las especies que más dependen del apoyo de los demás. Nacemos indefensos y precisamos cuidados durante un largo periodo de tiempo. Incluso ya adultos, seguimos necesitando recibir afecto y atención del entorno.
“Uno de los mayores padecimientos es no ser nada para nadie”, dijo en una ocasión la madre Teresa de Calcuta. Y es que todas las personas tienen esta necesidad de pertenencia, de sentirse integradas en sus relaciones. Cuando esto falta nos volvemos más vulnerables. Se sabe, por ejemplo, que la soledad y la inadaptación aumentan la probabilidad de padecer ansiedad o depresión.
Sin embargo, no sólo necesitamos ser ayudados. También es preciso ayudar a los demás para fomentar nuestro desarrollo y madurez, y sobre todo la sensación de capacidad.
Un encuentro mutuo
“La necesidad más profunda del hombre es superar su separación, abandonando la prisión de su soledad” (Erich Fromm)
La ayuda se genera básicamente en un encuentro entre personas. Una se muestra más necesitada, y otra, dispuesta a responder a esa necesidad. La relación de ayuda es, por tanto, asimétrica, pues no se produce en igualdad de condiciones.
Para empezar, quien necesita ayuda tiene que afrontar dos dificultades: por un lado, el problema que le acucia, y por otro, reconocer ante otra persona que se siente incapaz de resolverlo por sí mismo. En este primer punto, ya sea por vergüenza, por miedo a no ser comprendido o por no poner en entredicho la propia imagen, se puede bloquear el circuito que permite recibir apoyo. Si no existe la disposición a ser ayudado, poco se puede ayudar.
Resulta distinto recibir una petición de ayuda que ofrecerla. En el primer caso, la propia persona admite tener una necesidad, mientras que en el segundo es alguien externo quien cree detectarla.
Quien se ofrece para ayudar a menudo peca de querer detentar la verdad, pretendiendo saber exactamente qué le conviene hacer a esa persona. Si el otro se niega o no desea seguir ese camino, puede surgir el enojo al creer que en el fondo no desea resolver su problema. Sin embargo, puede que esa persona tenga un modo distinto de encarar su situación o simplemente que no sienta esa necesidad que el otro cree detectar.
La ayuda es ante todo un acto comunicativo. Implica el uso de la palabra, pero también la expresión corporal, la mirada, los gestos, el contacto físico… Al comunicarse se construye un puente entre dos personas que permite dar y recibir información, lo que puede tener un gran efecto terapéutico.
Compartir cualquier dolor o problema a menudo aligera ya su peso. Sentirse respaldado ayuda a sobrellevar situaciones que de otro modo serían doblemente difíciles. A través de la comunicación también es posible dar a otra persona nuevas perspectivas sobre su dificultad, consuelo y, sobre todo, comprensión.
La ayuda que no ayuda
“El más cercano a la perfección es quien, con penetrante mirada, se declara limitado” (Goethe)
Según Carl R. Rogers, precursor de la terapia centrada en la persona, las condiciones esenciales al ayudar son la comprensión empática, la congruencia y una actitud de aceptación hacia el otro. Sentirse escuchado, atendido, muchas veces es todo lo que la otra persona espera cuando comparte su pesar. Resulta paradójico, pero la ayuda también puede convertirse en un obstáculo para la mejora y el cambio. No basta con la voluntad de ser útil: es importante medir la manera en que se ofrece ayuda.
Acompañar continuamente a alguien que tiene miedo a estar solo puede facilitar que su temor se agrave. Proteger en exceso no permite que la persona se enfrente a sus propios retos, lo que merma su sensación de capacidad. La ayuda implica ese riesgo: relegar a alguien necesitado a una condición de mayor necesidad.
Necesitar y ayudar son dos experiencias que se complementan. Y cuando alguien sólo desea permanecer en uno de los dos lados surge un problema: ya sea porque espera que todo le venga dado, o porque quiere ayudar pero no ser ayudado, privando así a los demás de la inmensa gratificación de sentirse útiles.
Tras cualquier gesto altruista se esconden motivaciones personales que en la práctica suponen el motor que impulsa la ayuda. La ayuda sana es aquella que nos permite dar algo provechoso, pero también salir fortalecidos de la experiencia. Cuando ayudar nos frustra, nos hace sentir mal o tenemos la sensación de que únicamente perdemos, suele ser preciso poner un límite a esa generosidad.
En un estudio se observaron las características que favorecían el buen curso del duelo por el fallecimiento de un hijo. Los padres que al cabo de dos años padecían menos depresión y estrés eran aquellos que habían canalizado su energía en ayudar a otras personas, por ejemplo participando como voluntarios en grupos de duelo. Prestar un servicio a los demás crea una corriente de confianza entre las personas, nos hace salir de nuestro ensimismamiento y permite aprender y enriquecerse a través de experiencias ajenas. Este tipo de ganancia es la que suelen buscar las personas que realizan una labor de ayuda.
Intercambio humano
“La obra humana más bella es la de ser útil al prójimo” (Sófocles)
El escritor irlandés Oliver Goldsmith dijo: “El mayor espectáculo es un hombre luchando contra la adversidad, pero aún hay otro más grande: ver a otro hombre lanzarse en su ayuda”. Puede que necesitemos más que ninguna otra especie la ayuda de los demás, pero también somos quienes podemos conseguir más utilizando esta capacidad natural.
La ayuda no sólo resulta beneficiosa para ambas partes, sino que se puede considerar una necesidad social. Para reducir el sufrimiento y la soledad, pero también para llevar aún más lejos nuestras posibilidades individuales, necesitamos tejer una red de intercambios basados en la ayuda. No es un descubrimiento nuevo: para progresar es preciso cooperar.

La ayuda eficaz

Para ayudar de la mejor manera posible es conveniente:
1. La escucha atenta y una disposición sincera y genuina de intentar comprender la realidad ajena.
1. Reconocer la necesidad real: no confundir lo que uno necesitaría si estuviera en el lugar del otro con lo que en realidad necesita la persona.
2. Calibrar la acción: antes de actuar o dar consejos conviene calibrar los resultados. Lo importante es que la otra persona se sienta más capaz ante su problema, y no lo contrario.
4. Reconocer los bloqueos: el impulso de ser útil puede frenarse por diversos motivos:
– Desconfianza ante la reacción del otro.
– Miedo a perder o a que nos tomen el pelo.
– Estar centrado en las propias necesidades, sin dejar lugar para las ajenas.
– Escasa fe en uno mismo y en que se puede aportar algo valioso.

¡¡'¡OJO, OJO, CON TUS CONVERSACIONES PRIVADAS!!!



El modo más seguro de corromper a la juventud es enseñándole a admirar más a aquellos que opinan como ella que a los que opinan diferente.
Nietzsche


LA HISTORIA DEL MARTILLO
Un hombre quiere colgar un cuadro.
El clavo ya lo tiene, pero le falta un martillo. El vecino tiene uno.
Así pues, nuestro hombre decide pedir al vecino que le preste un martillo. Pero le asalta una duda: ¿Qué? ¿Y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Quizás tenia prisa. Pero quizás la prisa no era más que un pretexto, y el hombre abriga algo contra mi. ¿Qué puede ser? Yo no le he hecho nada; algo se le habrá metido en la cabeza. Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejaría enseguida. ¿Porqué no ha de hacerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos como este le amargan a uno la vida. Y luego todavía se imagina que dependo de él. Sólo porque tiene un martillo. Esto ya es el colmo.
Así nuestro hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes de que el vecino tenga tiempo de decir "buenos días" nuestro hombre grita furioso: "¡quédese usted con su martillo, so penco!"
¡¡Ojo!! con las conversaciones privadas que tenemos donde el diálogo entre nuestros deseos y creencias puede desvirtuar la felicidad de nuestras acciones. Alinear nuestros miedos puede ayudarnos a conseguir un equilibrio emocional que garantice la estabilidad.
¿Tienes conversaciones privadas con tus miedos?
¿cómo las gestionas?

¿TE INTERESA TU EQUILIBRIO?



Para encontrar cierto equilibro social
que emancipe nuestro compromiso
real con "nuestro momento"
encontramos:

Compromiso
Confianza
Excelencia
Visión
Generosidad
Aceptación
Coordinación de acciones
Responsable
Consenso
Aprendizaje
Afirmación
Por el contario, estamos situados
habitualmente, con considerar y actuar
bajo postulados de:

Emitir juicios
Considerar el error
Alienación
Hacernos la víctima
Buscar sólo expectativas
Practicar la tolerancia
Sueños
Problema
Exigencia
Control
Obligación

Es evidente, por poner un ejemplo, que no actuaremos de la misma manera si aceptamos al prójimo como legítimo otro en lugar de tolerarlo simplemente.

¡¡¡LOS SOLLOZOS DEL ALMA!!!



Debemos escuchar más los
sollozos del alma.
La tenemos olvidada y
entretenida,
oculta entre tanto
consumismo.
Y es, a través,
del consumismo
como pretendemos
conseguir
aquello que la evolución
y el esfuerzo nos imposibilita.
Consiguiendo así
los trofeos temporales
propios de una sociedad
en pañales, preñada de
signos externos.

¿PUEDES VER TU REALIDAD DESDE OTRA ÓPTICA?



Así como mediante la enseñanza
y en los entrenamientos, las personas
transitan por los caminos
ya recorridos.
Por loables que éstos sean, el coaching,
no aspira a mejorar lo que
ya se hace, sino a generar
un rango más grande de opciones,
para ver las cosas desde otro ángulo,
con otra perspectiva.

¿CONSTRUYE CONCIENCIA LA REALIDAD?



Podemos aceptar, por tanto, que la conciencia
puede entenderse como la
esquematización presente de la
realidad tanto interior como
exterior al individuo,
y de las valoraciones
asociadas a los elementos
constitutivos de esa realidad.

¿COMUNICAMOS REALMENTE?



Nosotros aunque separados seguimos juntos.
La distancia no puede desunirnos pues,
en las almas, nunca hay distancia
simplemente amor.
Así sólo soy camino
no juez.

Ventajas de comunicarse a diario
FERRÁN RAMÓN CORTÉS

Dejamos de saludarnos en la calle, de hablarnos en el ascensor, no nos prestamos atención los unos a los otros. Estamos perdiendo la pequeña comunicación. ¿Cuáles son sus consecuencias?
Tuve el privilegio de hacer una conferencia en un pequeño pueblo de la isla de Menorca. Hablé sobre lo mío –la comunicación–, y en el coloquio, un hombre mayor del pueblo me dijo: “Todo esto que cuenta me parece muy interesante, pero estuve hace unos días en su ciudad, Barcelona, y una de las cosas que me llamó más la atención fue que allí ni se saludan: la gente se cruza por la calle y no se dice nada…”.

“El proceso de empatía debe empezar por detectar la existencia mutua y por no saltarse la pequeña comunicación”

No estoy seguro de que en una gran ciudad pudiéramos andar saludándonos todos por la calle. Este probablemente sea el encantador privilegio de los pequeños pueblos, pero el comentario de aquel hombre me hizo reflexionar. Porque en las grandes ciudades no nos decimos nada por la calle, y es lógico, pero cada vez nos decimos menos en la oficina, en el ascensor o en el quiosco. Estamos renunciando a la comunicación diaria, con las consecuencias que ello pueda tener para nuestras relaciones y para nuestra propia vida.

UN GESTO DIARIO
“Cuando nos comunicamos, no sólo pasamos información, sino que también hacemos relación” (Sebastià Serrano)
Las prisas, la rutina, la falta de atención... Todo ello nos está haciendo perder la comunicación cotidiana. Entramos en la oficina dando un “buenos días” general que no va dirigido a nadie en concreto. Atravesamos largos pasillos sin decir nada a los compañeros que nos vamos cruzando. Entramos en una reunión leyendo el memorándum que llevamos en la mano. Y por el camino perdemos la oportunidad única de sentirnos y hacer sentir a los demás personas. La comunicación cotidiana puede parecernos intrascendente, pero tiene un gran valor. Es expresión de afecto y una gran fuente de motivación. Un “buenos días” sincero y atento o 30 segundos para compartir una pequeña vivencia crean grandes vínculos de relación.
Personas invisibles. En las encuestas de motivación y clima laboral aparecen de forma recurrente los problemas de comunicación entre los empleados y sus jefes. Y una de las expresiones que más se repite es la de que “parece que soy transparente para mi jefe”. Esta queja tiene relación directa con la negligencia en el uso de la comunicación diaria. La encontramos en jefes que entran sin saludar, o las primeras palabras que intercambian con un subordinado son para pedirle algo. Jefes incapaces de percatarse de la cara de cansancio de alguien o de su radiante expresión porque algo especial ha ocurrido.
La primera y fundamental misión de la comunicación diaria es reconocernos mutuamente nuestra presencia y existir para el otro como personas. El saludo, la pequeña charla, el prestar atención a la expresión del otro, hace que sienta que cuenta para nosotros, y es un elemento básico y esencial de motivación.
La empatía es esencial para nuestras relaciones. La reciente investigación neurológica sugiere que son las neuronas espejo las responsables de que seamos capaces de “ponernos en la piel del otro”, de ver el mundo a través de la perspectiva del otro.
El proceso de empatía debe empezar necesariamente por detectarse la existencia mutua. Y a este proceso contribuye de forma decisiva la comunicación diaria. Es más, podemos afirmar que es su primer y primordial objetivo. Entrar en contacto con los demás es el preludio necesario para captar gestos, sus expresiones, para saber de ellos y captar su estado emocional. La empatía empieza por no saltarse la pequeña comunicación.
Además, en la interacción humana se produce un efecto de contagio emocional. Como afirma el profesor Serrano, “las emociones saltan de una mente a otra como si nada, los sentimientos son contagiosos, más que las ideas”. La comunicación cotidiana es la plataforma ideal para “contagiar” a los demás dosis de optimismo, de energía, que contribuyan a mejorar su particular día.

GANAR UNA RELACIÓN
“Es más fácil traducir nuestras acciones en sentimientos que nuestros sentimientos en acciones” (James Hunter)
Es cierto que nunca tenemos tiempo, como no menos cierto es que sabemos encontrarlo para lo que nos interesa. A veces podemos percibir como un gasto de tiempo que no nos podemos permitir el relacionarnos constantemente y a diario con los demás, pero puede resultarnos una valiosa inversión. Porque la confianza es lenta y laboriosa de tejer, y, sin embargo, una relación de confianza hace muy eficiente la comunicación y ahorra muchas explicaciones y discusiones innecesarias. En este sentido, la comunicación diaria se ha demostrado como un instrumento infalible de construcción de confianza. Lo que a priori pueda verse como una pérdida de tiempo, se recupera con creces cuando se ha creado una relación.
La comunicación diaria no es un problema de tiempo. Es un problema de hábito. Es cuestión de crear (o recuperar) el hábito. Y con él, descubrir que siempre hay tiempo para este pequeño intercambio.
Asegura el profesor Serrano que el afecto es el primer indicador de la calidad de la comunicación. Debemos proveer de afecto la comunicación diaria. Debe convertirse en la pequeña dosis matinal de cariño que a todos nos gusta recibir o la imprescindible dosis de energía con la que empezar el día.
Hay una diferencia significativa entre la expresión educada y la muestra de afecto. En este sentido, sacar la comunicación diaria del puro protocolo y darle un personal significado es esencial para que cumpla su cometido y transmita el afecto que ha de transmitir. Podemos usar las palabras para esta comunicación, pero tenemos otros poderosos recursos, como la mirada o el tacto. Regalarnos una mirada de complicidad o hacernos un regalo táctil es en muchos casos la mejor manera de comunicarnos con los demás.
¿A diario o en grandes momentos? Cuestioné recientemente a un directivo su descuido por la comunicación diaria. “No te preocupes”, me contestó. “Tengo grandes conversaciones con mi gente cuando lo necesitan y todos saben que mi despacho siempre está abierto”. Es cierto y me consta, y es una gran virtud que tiene. Pero ambas comunicaciones son complementarias y cada una de ellas cumple con una misión. Las grandes conversaciones son para los grandes temas. La pequeña comunicación es para darnos una pequeña dosis matinal de afecto, para darnos día a día la necesaria motivación. Porque a veces nos ayuda tanto este pequeño gesto diario como una larga y trascendente conversación.
Sería deseable que nadie nos pasara desapercibido. Que no tuviéramos prisa al comprar el periódico, que buscásemos con la mirada los ojos del camarero que nos sirve el café. Que todos los que se mueven a nuestro alrededor se sintieran dignos de nuestro aprecio y afecto. Y sería deseable por ellos, pero también por nosotros. Porque, como reza el aforismo, “la mano que te da una rosa siempre conserva una parte de su fragancia”.

¿NOS MIRANOS AL ESPEJO PARA VER NUESTRA ALMA?



La conciencia es definida, en general,
como el conocimiento que un ser tiene de
sí mismo y de su entorno.
En los humanos, la conciencia
implica varios procesos cognitivos
con aspectos interrelacionados.
Puede también ser definida
como el estado cognitivo
no abstracto que
permite la interactuación,
interpretación y
asociación con los
estímulos denominados
"realidad".
Requiere del uso de los
sentidos sensoriales organolépticos
como medio de
conectividad entre éstos estímulos externos y
sus asociaciones.
La conciencia, es por tanto,
un JUICIO MORAL.

¡PRACTICAS TU TRANSFORMACIÓN SOSTENIBLE?



En el marco de nuestras competencias,
conductas, creencias y esencias
debemos incrementar el desarrollo
de todo nuestro potencial a través
de una transformación sostenible
en el tiempo.
La búsqueda de nuestra esencia del SER
nos debe llevar a una revisión profunda
de nuestra conciencia para renovarla y
desarrollarla.

¿Es propia nuestra actual conciencia?

¿CONCIENCIA? ... ¿PARA QUÉ?



A quién no sabe a que
puerto encaminarse, ningún viento
le es propicio
Séneca

La luz de la conciencia.

En el marco de los millones de años con que cuenta nuestra especie, la capacidad de ser consciente de uno mismo es relativamente nueva.
El primer símbolo o concepto que crearon nuestros ancestros al percibirse como individuos fue el "yo" o el "mi".
Seguidamente, intentarían el resto de los pronombres personales posesivos, sobro todo "mío" y "nuestro".
La luz de la conciencia les facultó, además, para adoptar una perspectiva del tiempo en los tres contextos -el pasado, el presente y el futuro-.
La conciencia humana hizo posible que los hombres y mujeres que poblaron el planeta pudiesen observarse y analizar sus propios pensamientos, emociones y conductas.
Se estima que la conciencia es "el sentimiento totalmente individual y reservado de primera persona, un sentimiento fundamental en ese flujo de sensaciones íntimas que configuran nuestra mente"
¿En el siglo XXI los individuos/as que lo componemos tenemos conciencia de los demás?
¿cómo podemos despertar esa conciencia?
¿la tendremos todos a la vez o unos íniciarán a otros?

¿TIENES ILUMINADO TU SER?



Con mayor frecuencia nos deberíamos preguntar
que es aquello accidental a lo que deberíamos
renunciar para así centrarnos en lo esencial.
La carrera del crecimiento económico implica
multitud de catástrofes que ponen en peligro
la vida y dignidad humana.
La producción no está a nuestro servicio,
sino nosotros al servicio de la producción.
Nuestra efímera presencia en el universo de
la inteligencia se ve constantemente dañada
por el consumismo devastador que,
como gran depredador,
guía a las jóvenes espiritualidades
hacia la oscuridad del SER.

¡¡¡ES URGENTE!!!




Es urgente inventar nuevos atajos,
encender nuevas antorchas y
descubrir nuevos horizontes.
Es urgente romper el silencio,
abrir sendas al viento y,
paso a paso, habitar otras
noches pobladas de luciérnagas.
Es urgente izar nuevos versos,
escalar nuevas metáforas y
traer esperanzas reprimidas
por la angustia.
Es urgente partir sin miedo....
sin miedo y sin demora,
hacia donde nacen los sueños,
buscar nuevas artes de esculpir la vida,
de reinventar tu esencia.
Es urgente.

¿QUÉ TE PROPONES CAMBIAR HOY?


Es necesario tener una conciencia continua
de lo que nos sucede,
para darnos cuenta de
donde se encuentra lo que
nos hace daño.
Comprenderlo, aceptarlo
y liberarlo para fundar,
en su lugar,
otra actitud que nos
genere plenitud y alegría.
Así abrazando lo que
NO nos gusta y aceptándolo
como un regalo empezamos
un nuevo camino de aprendizaje.

¿QUÉ QUIERES CAMBIAR HOY?



Frecuentemente nuestras emociones están
guiadas por los miedos y necesidades,
ignorando las ilusiones y talento
que hierven en
nuestras entrañas.
Hacemos para TENER y quizá SER,
en vez de SER para que
haciendo TENGAMOS.
Y ahí está la raíz de la angustia y
la cárcel de la que
no se puede escapar.

¡¡¡TE BUSCABA FUERA Y ESTABAS DENTRO!!!




¿El enemigo está fuera o dentro?
Nuestros problemas con los demás son un reflejo de nuestros conflictos internos. Mientras no apacigüemos nuestra mente y serenemos nuestro corazón, seguiremos luchando contra ‘el enemigo’ exterior.
BORJA VILASECA

Para saber cuál es nuestro grado de sabiduría o de ignorancia en el arte de vivir basta con verificar cuál es nuestro nivel de satisfacción o de insatisfacción en nuestras relaciones. Detengámonos un momento y visualicemos mentalmente la cara de todas aquellas personas que forman parte de nuestra vida. No se trata de juzgarlas ni criticarlas: tan sólo de observar y de experimentar lo que nos hacen sentir.
Seguramente pensemos en nuestros padres y hermanos. En nuestra pareja e hijos. En nuestros amigos y conocidos. En nuestros compañeros… Y, cómo no, en uno de nuestros grandes maestros vitales; esa persona tan empática que nos proporciona situaciones adversas con las que entrenar nuestro desarrollo personal y a la que llamamos “jefe”.
Seamos honestos: ¿hemos tenido últimamente algún rifirrafe con alguna de las personas que han aparecido en nuestros pensamientos? ¿Nos llevamos realmente bien con todas? ¿Hay alguna a la que no soportemos especialmente? Tal vez admitamos haber discutido, habernos enfadado o incluso estar hartos de alguna de ellas.

LAS RAÍCES DEL CONFLICTO
“Deja de mirar la paja en el ojo ajeno y quítate la viga que tienes en el tuyo” (Jesús de Nazaret)

Sigamos con el juego. Viajemos con la mente a nuestro puesto de trabajo. Sí, a ese extraño lugar en el que pasamos al menos ocho horas de lunes a viernes, conviviendo con desconocidos que no hemos escogido y a los que vemos más que a nuestra propia familia y a nuestros amigos más íntimos. ¿Sentimos aversión crónica o le guardamos rencor a algún miembro de nuestro equipo? ¿Estamos en paz con nuestro jefe? ¿Es posible que nos ronden pensamientos negativos sobre alguno de nuestros compañeros de trabajo?
Quizá nos saque de quicio ese colega tan victimista que siempre aparece en el momento menos oportuno, contándonos lo desafortunada que es su vida y la manía que le tiene el jefe. O tal vez aquél otro tan chistoso, que parece haberla tomado con nosotros, soltando bromas que no suelen hacernos ni pizca de gracia… Eso sí, el que más nos molesta es uno que compite agresivamente contra nosotros, tratando de dejarnos en evidencia cada vez que el jefe hace acto de presencia.
Puede que ahora mismo pensemos que no es culpa nuestra, que somos buenas personas y que hemos tenido mala suerte por tener que compartir tanto tiempo en compañía de gente tan quisquillosa e incluso nociva. Pero hemos de saber que los psicólogos afirman que estos sentimientos suelen ser recíprocos. A nosotros también se nos juzga y se nos critica, en muchas ocasiones, por quienes menos lo esperamos. ¿Hemos pensado alguna vez qué opinión tienen los demás sobre nosotros? Y sincerémonos todavía un poco más: ¿hemos barajado la posibilidad de que puede que no sean los demás, sino que en realidad la persona conflictiva seamos nosotros mismos?
EL VERDUGO ES LA VÍCTIMA
“Cuidado con la hoguera que enciendes contra tu enemigo, no sea que te chamusques a ti mismo” (William Shakespeare)

Se cuenta que un niño estaba siempre malhumorado y cada día se peleaba en el patio del colegio con sus compañeros. Cuando se enfadaba, se dejaba llevar por la ira y decía y hacía cosas que herían al resto de chavales. Consciente de la situación, un día su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que discutiera o se peleara con algún compañero clavase un clavo en la puerta de su habitación.
El primer día clavó 37. Poco a poco fue descubriendo que le era más fácil controlar su ira que clavar clavos en aquella puerta de madera maciza. Y en el transcurso de las semanas siguientes, el número de clavos fue disminuyendo. Finalmente llegó un día en que no entró en conflicto con ningún compañero. Había logrado serenar su actitud y su conducta. Y, contento por su hazaña, fue corriendo a decírselo a su padre, quien le sugirió que cada día que no se enojase desclavase uno de los clavos de la puerta.
Meses más tarde, el niño volvió corriendo a los brazos de su padre para decirle que ya había sacado todos los clavos. El padre lo cogió de la mano y lo llevó a la puerta de la habitación. “Te felicito, hijo”, le dijo. “Pero mira los agujeros que han quedado en la puerta. Cuando entras en conflicto con los demás y te dejas llevar por la ira, las palabras dejan cicatrices como éstas. Aunque en un primer momento no puedas verlas, las heridas verbales pueden ser tan dolorosas como las físicas. No lo olvides nunca: la ira deja señales en nuestro corazón”.

LA TIRANÍA DEL EGOCENTRISMO
“La enfermedad del ignorante es que ignora su propia ignorancia” (Amos Bronson)

Si tanto daño nos hacen los conflictos emocionales, ¿por qué criticamos y juzgamos a los demás? ¿Por qué luchamos y nos peleamos tan a menudo? ¿Por qué odiamos a otras personas? Y en definitiva, ¿por qué tenemos enemigos? Lo cierto es que llevamos a cabo todas estas conductas tan destructivas porque carecemos de la comprensión y el entrenamiento necesarios para relacionarnos de forma más eficiente con la gente que nos rodea. Prueba de ello es que solemos creer que los demás pueden herirnos emocionalmente si dicen o hacen cosas con las que no estamos de acuerdo.
Pero eso no es del todo cierto. La causa de nuestro sufrimiento emocional no está fuera, sino dentro: es nuestra reacción a lo que los demás dicen o hacen. Y esta reactividad se desencadena como consecuencia de ver e interpretar lo que nos sucede de forma egocéntrica. Es decir, queriendo que los demás se amolden a nuestros deseos, necesidades y expectativas. A este egocentrismo también se le conoce como “encarcelamiento psicológico” y es la causa última de todo nuestro malestar.
Además, debido a la reactividad y la negatividad creada por nuestras interpretaciones egocéntricas, vamos clavando clavos en nuestro corazón. Y eso nos sumerge en un círculo vicioso: cuanto más egocéntricos somos, más tristeza, ira y miedo albergamos en nuestro interior. Y a su vez, todas estas emociones negativas alimentan nuestro egocentrismo. Dicho de otra manera: nuestro estado de ánimo condiciona la percepción que tenemos de lo que nos pasa, y esta interpretación subjetiva de nuestras circunstancias condiciona nuestro estado de ánimo. Por eso llega un punto en que nuestro malestar nos impide –literalmente– establecer relaciones pacíficas y armoniosas con los demás.

DE DENTRO A FUERA
“Las verdaderas batallas se libran en el interior” (Sócrates)

Cuentan que Mahoma, acompañado de sus seguidores, llegó a una ciudad para difundir sus enseñanzas. Inmediatamente se les unió un discípulo que vivía en aquella localidad. “Maestro, en esta ciudad te van a perseguir, calumniar y demonizar”, le dijo preocupado. “Los habitantes son arrogantes y no quieren aprender nada nuevo ni diferente. Sus corazones están sepultados bajo una losa de piedra”. Mahoma asintió sonriente y le respondió con serenidad: “Tienes razón”.
Más tarde apareció otro discípulo de Mahoma que también vivía en aquella comunidad. Radiante de alegría, le dijo: “Maestro, en esta ciudad te van a acoger con los brazos abiertos. Los habitantes son humildes y están con muchas ganas de escucharte. Sus corazones están dispuestos a nutrirse con tu sabiduría”. Mahoma asintió sonriente y de nuevo afirmó: “Tienes razón”.
Incrédulo, uno de sus acompañantes se plantó delante del maestro y le preguntó: “¿Cómo puede ser que les hayas dado la razón a los dos si están diciéndote exactamente lo contrario?”. Y Mahoma, impasible, le contestó: “No vemos el mundo como es, sino como somos nosotros. Cada uno de ellos ve a los habitantes de esta ciudad según su punto de vista. ¿Por qué tendría yo que contradecirles? Uno ve lo malo y el otro ve lo bueno. ¿Dirías tú que alguno de los dos ve algo errado? No me han dicho nada que sea falso. Solamente han dicho algo incompleto”.
LA MALDAD NO EXISTE
“Ámame cuando menos lo merezca porque es cuando más
lo necesito” (proverbio chino)

Para mejorar nuestras relaciones con los demás, primero hemos de hacer las paces con el único enemigo que hemos tenido, que tenemos y que podemos seguir teniendo a lo largo de nuestra vida. Y para conocerlo basta con que nos miremos en el espejo. Al tomar consciencia de que somos cocreadores de lo que sentimos y experimentamos en nuestro interior, empezamos a asumir la responsabilidad de sanar las heridas emocionales causadas por nuestras interpretaciones y reacciones egocéntricas.
A lo largo de este proceso de autoconocimiento y desarrollo personal, también nos damos cuenta de que la maldad no existe, pues cuando somos esclavos de nuestra reactividad no somos dueños de nuestra actitud ni tampoco lo somos de nuestra conducta. Lo que sí abunda es la ignorancia de no saber quiénes somos y la inconsciencia de no querer saberlo. Y lo cierto es que cuanto más egocéntricos somos, más sufrimos. Y que cuanto más sufrimos, más problemas y conflictos tenemos con los demás.
Para arrancar de raíz nuestros conflictos emocionales hemos de aprender a aceptarnos a nosotros mismos tal como somos. Al disolver a nuestro enemigo interno por medio de la comprensión y el amor, dejamos de proyectar nuestra oscuridad hacia el exterior. Ya no necesitamos falsos enemigos con los que luchar y a los que culpar de nuestro malestar. Cuando conectamos con nuestro bienestar interno, empezamos a interpretar lo que nos sucede con más objetividad y a ver a los demás con más neutralidad. Cuando logramos apaciguar nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestro espíritu, comprendemos que lo que sucede es lo que es y lo que hacemos con ello es lo que somos.