TERTULIAS/CHARLAS SOBRE COACHING EMANCIPADOR EN EL CÍRCULO DE COACHING ESPECIALIZADO.



Periódicamente nos reunimos en "petit comité", con un aforo máximo de 10 personas, para debatir sobre COACHING EMANCIPADOR.
Son diálogos participativos para realizar una "iniciación" en la disciplina del coaching adaptada a tu universo de sueños.
Si estás interesada/o en participar GRATUITAMENTE deja tu reserva en paco.bailac@salaidavinci.es y te informaremos de los calendarios previstos.

¡¡¡Ven te esperamos!!!



¡¡¡NO TE OLVIDES DE TÍ!!!



Claves para amarse a uno mismo
BORJA VILASECA


Nuestra independencia emocional depende de aprender a ser felices por nosotros mismos. Esta es la conquista más difícil y la más necesaria.
Cuenta una leyenda que en un pasado remoto los seres humanos éramos dioses. Pero abusamos tanto de nuestros privilegios, que la vida decidió retirarnos este poder y esconderlo hasta que realmente hubiéramos madurado.
“Más allá del éxito o la respetabilidad, lo que en realidad necesitamos para ser felices se encuentra en nuestro corazón”
“Nos amamos cuando ningún comentario o situación provoca que reaccionemos mecánicamente”

El comité de eruditos de la vida sugirió enterrar el poder de la divinidad bajo tierra, en el fondo de los océanos, en la luna... La vida desechó todas estas opciones: “Veo que ignoráis hasta qué punto los seres humanos son tozudos. Explorarán, excavarán o gastarán una fortuna en naves para intentar conquistar el espacio hasta dar con el escondite”.
El comité de eruditos se quedó sin saber qué decir. “Según lo que afirmas, no hay lugar donde los seres humanos no vayan a mirar nunca”. Tras escuchar estas palabras, la vida tuvo una revelación. “¡Ya lo tengo! ¡Esconderemos el poder de la divinidad en lo más profundo de su corazón, pues es el único lugar donde a muy pocos se les ocurrirá buscar!”.
¿QUÉ HAY DE NOSOTROS?
“No hay amor suficiente capaz de llenar el vacío de una persona que no se ama a sí misma” (Irene Orce)
Muchos de nosotros todavía no hemos encontrado ese poder que andamos buscando. Al vivir desconectados de nuestro corazón, intuimos que nos falta algo esencial para ser felices. De ahí que haya personas que no soporten estar consigo mismas, sin hacer nada, a solas con su vacío interior. Y dado que la sociedad nos condiciona para creer que el amor hacia nosotros mismos es un acto de egoísmo, vanidad y narcisismo, solemos esperar que los demás nos amen para dejar de sentirnos incompletos e insatisfechos.
Pero esta búsqueda está condenada al fracaso, pues es precisamente nuestra conexión interna lo único que falta en nuestra vida. Más allá del placer y la satisfacción temporal que nos proporcionan el éxito y la respetabilidad, así como el consumo y el entretenimiento, lo que en realidad necesitamos para ser felices ya se encuentra en nuestro corazón. Seamos honestos: ¿cuánto tiempo, dinero y energía dedicamos en conocernos, cuidarnos y mimarnos? ¿Cuándo fue la última vez que sentimos paz? ¿Qué hemos hecho recientemente para amarnos?
Como en cualquier otro ámbito de la vida, gozar de un saludable bienestar emocional es una cuestión de comprensión, compromiso y entrenamiento.
DE LA ESCASEZ A LA ABUNDANCIA
“La vida te trata tal y como tú te tratas a ti mismo” (Louise L. Hay)
Amarse a uno mismo no tiene nada que ver con sentimentalismos ni cursilerías. Se trata de un asunto bastante más serio. Al hablar de amor, nos referimos a los pensamientos, palabras, actitudes y comportamientos que nos profesamos a nosotros mismos. Así, amarnos es sinónimo de escucharnos, atendernos, aceptarnos, respetarnos, valorarnos y, en definitiva, ser amables con nosotros en cada momento y frente a cualquier situación.
El primer paso para amarnos consiste en conocernos, comprendiendo cómo funcionamos para diferenciar lo que deseamos de lo que verdaderamente necesitamos para ser felices. Y aunque en un primer momento lo parezca, este proceso de autoconocimiento no es un fin en sí mismo. Es el medio que nos permite adueñarnos de nuestra mente, superando a través de la aceptación y el amor nuestros miedos, complejos y frustraciones.
Emocionalmente hablando, solo podemos compartir con los demás aquello que primero hemos cultivado en nuestro corazón. Si no aprendemos a ser felices de forma autónoma e independiente, es imposible que podamos ser cómplices de la felicidad de las personas que nos rodean. No en vano, al vivir tiranizados por nuestras carencias, nos relacionamos desde la escasez, pendientes de que los demás nos den eso que no hemos sabido darnos. Por el contrario, al conectar con nuestra fuente interna de bienestar y dicha, entramos en la vida de los demás desde la abundancia, ofreciéndoles lo mejor de nosotros sin necesitar ni esperar nada a cambio.
ILUMINAR NUESTRA SOMBRA
“La luz es demasiado dolorosa para quienes viven en la oscuridad” (Eckhart Tolle)
Por más buenos que creamos ser, todos funcionamos mediante creencias, motivaciones, aspiraciones, deseos, actitudes y conductas egocéntricas, muchas de las cuales no queremos ver ni reconocer. Por eso, cuando alguien señala nuestros defectos y debilidades solemos ponernos a la defensiva. Más allá de esta reacción infantil, la madurez emocional pasa por comprender y aceptar nuestro lado oscuro, al que los psicólogos denominan “sombra”. Paradójicamente, así es como podemos trascenderlo, dejando de proyectar nuestros conflictos internos sobre los demás y sobre el mundo que nos rodea.
Amarse a uno mismo también consiste en sanar las heridas emocionales derivadas de nuestros conflictos internos. Dado que somos especialistas en huir del dolor, al llegar a la edad adulta solemos tapar y protegernos de dichas heridas tras una máscara del agrado de los demás. Y de tanto llevarla puesta, corremos el riesgo de olvidarnos quiénes éramos antes de ponérnosla. Así, para poder ir pelando las capas de la cebolla que nos separan de nuestra verdadera esencia, es muy recomendable adentrarnos en la meditación.
No en vano, el silencio y la soledad permiten que aflore nuestra verdad. Basta con que de vez en cuando dediquemos un rato a estar solos, sin ruidos ni distracciones, observando todas aquellas sensaciones que vayan brotando en nuestro interior, por muy molestas y desagradables que sean. Esta incomodidad –a la que solemos etiquetar como “aburrimiento”– pone de manifiesto que no estamos conectados con nuestro corazón. Y en vez de evitar a toda costa entrar en contacto con nuestro malestar, el aprendizaje consiste en armarnos de valentía para traspasar esta cortina de dolor a través de la aceptación. De hecho, solo cuando lo canalizamos de forma consciente y constructiva podemos liberarnos de su presencia.
DEJAR DE AUTOPERTURBARNOS
“Cuando te amas a ti mismo dejas de encontrar motivos para luchar, sufrir y entrar en conflicto con la vida” (Gerardo Schmedling)
Cuando tomamos el compromiso de amarnos, lo que en verdad estamos asumiendo es la responsabilidad de crear en nuestro interior los resultados de bienestar que antes solíamos delegar en factores externos. Y esto pasa por cuidar nuestro cuerpo y nuestra alimentación. También por encontrar un sano equilibrio entre la actividad, el descanso y la relajación. E incluso por elegir con quién nos relacionamos y a qué nos dedicamos profesionalmente. El síntoma más evidente de que estamos cultivando el amor hacia nosotros mismos es un aumento notable de nuestra energía vital, lo que mejora nuestra salud física y emocional.
Además, al llevar un estilo de vida coherente y equilibrado podemos enfrentarnos al mayor reto de todos: recuperar el control sobre nuestra mente. Solo así podemos nutrir y reforzar nuestra autoestima. Y esto pasa por dejar de perturbarnos por no alcanzar el ideal de la persona que deberíamos ser, al tiempo que comenzamos a aceptarnos y amarnos por la persona que somos.
Al adueñarnos de nuestros pensamientos nos convertimos en los creadores de nuestra experiencia interior. Es decir, de nuestras emociones, sentimientos y estados de ánimo. Y al adueñarnos de nuestra experiencia interior nos convertimos en los amos de nuestro destino. Se sabe que nos amamos cuando ningún comentario, hecho o situación provoca que reaccionemos mecánica e instintivamente. Metafóricamente, a esta “libertad psicológica” también se la denomina “el poder de la divinidad”.
LA VERDADERA RIQUEZA
“Solo poseemos aquello que no podemos perder en un naufragio” (Proverbio hindú)
Cuenta una historia que un viajero había llegado a las afueras de una aldea y acampó bajo un árbol para pasar la noche. De pronto, llegó corriendo un joven que, entusiasmado, le gritó: “¡Dame la piedra preciosa!” El viajero lo miró desconcertado y le preguntó: “Lo siento, pero no sé de qué me hablas”. Más calmado, el aldeano se sentó a su vera. “Ayer por la noche una voz me habló en sueños”, le confesó. “Y me aseguró que si al anochecer venía a las afueras de la aldea, encontraría a un viajero que me daría una piedra preciosa que me haría rico para siempre”.
El viajero rebuscó en su bolsa y extrajo una piedra del tamaño de un puño. “Probablemente se refería a ésta. Me pareció bonita y por eso la cogí. Tómala, ahora es tuya”, dijo, mientras se la entregaba al joven. ¡Era un diamante! El aldeano, eufórico, lo cogió y regresó a su casa dando saltos de alegría.
Mientras el viajero dormía plácidamente bajo el cielo estrellado, el joven no podía pegar ojo. El miedo a que le robaran su tesoro le había quitado el sueño y pasó toda la noche en vela. Al amanecer, fue de nuevo corriendo en busca de aquel viajero. Nada más verlo, le devolvió el diamante. Y muy seriamente, le suplicó: “Por favor, enséñame a conseguir la riqueza que te permite desprenderte de este diamante con tanta facilidad”.

NUESTRA SOLEDAD.... es la tuya



Cada ser humano es una isla, donde sólo convive con su conciencia
y en ocasiones con un lago quieto que le informa sobre
qué rasgos asume su rostro de náufrago.
Benedetti

Si pones delante de ti un reloj con segundero y fijas la mirada en el segundero,
te llevarás una sorpresa: no puedes seguir acordándote por completo de él ni un minuto.
Puede que aguantes 15 segundos, quizá 20 y te olvidas.
Te pierdes en alguna otra idea..... y de pronto te acuerdas de lo que estabas intentando recordar.
Mantener continuamente la conciencia durante un minuto es defícil, así que hay que tener presente que no es un juego de niños.
Cuando intentas ser consciente de las pequeñas cosas de la vida, tienes que recordar que te olvidarás muchas veces.
Te distraerás con otra cosa y te irás lejos. Cuando vuelvas a acordarte, no te sientas culpable; es una de las trampas que nos propone la
conciencia.
Fuente: OSHO

LA LIBERTAD ES NO POSEER......



Aspiramos a tener...
ignorando que,
toda posesión, lo
único que hace es......
tenernos cautivos
a nosotros.
Así como el amor...
que no mata muere...
la libertad se ve...
condicionada y.....
des-aparece con el
consumo y su
consumismo.

Se logra más de las personas por medio del estímulo que del reproche

Más allá de dar las gracias
No es lo mismo dar las gracias que agradecer. Buscar el gesto que llegue al otro y no esperar nada por nuestra acción es el camino para hacerlo de forma sincera.
FERRÁN RAMON-CORTÉS


Hace un tiempo quise hacer un buen regalo a un apreciado amigo y maestro. No era tarea fácil, puesto que es una persona de gustos especiales, y yo no quería caer en el tópico de buscar algo de recurso. Busqué y busqué, hasta que lo encontré.
“Cada mensaje de gratitud es no solo necesario, sino extremadamente valioso para mantener las relaciones”
Quedamos para cenar, y en la sobremesa le di mi regalo. Lo recibió con una gran sonrisa y se le iluminaron los ojos. Pero no me dijo nada. Pasamos una entrañable velada y cuando se fue me quedé con un cierto desconcierto, pues lo cierto es que en ningún momento me había dado las gracias. Ni al recibirlo ni al marchar.
Al cabo de unas semanas me llegó una invitación para un acto en la Universidad en el que él participaba. Como no podía ser de otro modo, acudí, me senté en la penúltima fila y de repente lo vi aparecer, elegantemente vestido con el jersey que le había regalado. Me buscó con la mirada y, señalándolo, pude leer en sus labios cómo me decía “me traerá suerte”. Entendí en aquel momento que estaba haciendo algo mucho más importante que darme las gracias. Me estaba haciendo sentir todo su agradecimiento.
Dicen las estadísticas que cada día damos las gracias más de veinte veces. Las damos cara a cara, por teléfono, por correo electrónico, con SMS… Muchas veces lo hacemos de forma automática, sin casi darnos cuenta. La pregunta es: ¿cuántas de estas veces somos capaces de mostrar de verdad gratitud?
empezar a agradecer
“Solo un exceso es recomendable en el mundo: el exceso de gratitud” (Jean de la Bruyère)
Hay una gran diferencia entre dar las gracias y mostrar nuestro agradecimiento. Dar las gracias es una respuesta espontánea, automática, un convencionalismo social que por educación y por cordialidad hacemos de oficio. Es una expresión que ante algo que han hecho por nosotros cierra el círculo, pero a menudo lo cierra en falso. Porque hecho el formulismo, podemos pensar que ya hemos agradecido lo que hayan hecho por nosotros y puede que esta impresión no sea cierta en absoluto.
¿Me habría servido de algo que mi amigo me hubiera dado las gracias, si un día fuese a su casa y viera el jersey que le regalé en el fondo de un armario, con la etiqueta aún colgando?
Hay muchos “gracias” que saben a pura hipocresía, de esos que uno ya descubre con solo oírlos que no hay detrás de ellos ni la más mínima intención de gratitud. Y estos son los que deberíamos evitar a toda costa.
Mostrar nuestro agradecimiento va mucho más allá de pronunciar la palabra mágica “gracias”: es mostrarle a la otra persona que realmente valoramos y apreciamos lo que ha hecho por nosotros o lo que nos ha dado. Y en esto los convencionalismos no ayudan. Con la sobreutilizada expresión “gracias” no tenemos bastante, porque su utilización automática (más de veinte veces al día) la ha vaciado de contenido. Es necesario encontrar nuevas formas de mostrar a las personas el sentimiento de agradecimiento auténtico.
más claro que las palabras
“Mientras los ríos corran al mar y haya estrellas en el cielo, debe durar la memoria del beneficio recibido en la mente del hombre agradecido” (Virgilio)
Para mostrar al otro nuestra gratitud, los pequeños detalles son mucho más eficaces que las palabras, y mucho más indicados para transmitir nuestro sentimiento. El reto es: ¿cómo podemos hacer sentir al otro que le estamos agradecidos de verdad? ¿Cómo podemos mostrarle que ocupa un pequeño espacio en nuestro corazón y en nuestro pensamiento?
Es imprescindible pensar en gestos que, conectados con aquello que hemos recibido, lleguen al otro. A mi alrededor he podido vivir algunos que han tenido o tuvieron en su día un potente efecto:
– Un amigo ayudó a su hermana a conseguir una entrevista que le proporcionó un buen empleo. El primer correo que su hermana envió desde su nuevo puesto –y, por tanto, con la firma de la empresa– fue para él. Y ese mensaje no contenía la palabra gracias.
– Mi padre ayudó a un amigo pescador en la reparación de su barca. Cuando llegó a casa se encontró encima del mármol de la cocina un precioso y recién pescado mero.
– A un buen amigo le regalamos entre un grupo un reloj de montañismo. Recibimos cada uno de nosotros una fotografía de nuestro amigo en el Monte Perdido, con su muñeca (y el reloj) situados en un desproporcionado primer plano.
Recibir el agradecimiento por algo que hemos hecho es sin duda agradable, y es bueno que lo disfrutemos. Pero no debemos necesariamente contar con ello, y sobre todo no debemos depender de ello.
Si dependemos de los agradecimientos de los demás, nos exponemos a constantes frustraciones. Dijo Dale Carnegie: “Esperar gratitud de la gente es desconocer la naturaleza humana”. Yo no iría en absoluto tan lejos, pues creo que la gente, en esencia, es agradecida. Pero sí es cierto que no todos lo son, y que quienes lo son no lo son siempre.
Hay gente que hace favores a los demás para que le den las gracias. Es su alimento emocional, lo que le llena y le da energía. Y, claro, cuando no lo reciben se indignan: ¿cómo puede ser que no me den las gracias?
Estos comportamientos son un claro signo de dependencia: aquellos que actúan así necesitan y dependen del agradecimiento de los demás, cosa que inevitablemente les acarreará problemas. Deberíamos preguntarnos: ¿por qué hacemos un favor?, ¿porque así lo sentimos y está en nuestra forma de ser, o porque esperamos con ello obtener el reconocimiento de los otros?
Si lo hacemos por convicción, no debemos esperar la gratitud del otro. Si llega, la recibiremos con ilusión. Si no la hay, nos reconfortará la sensación de que hemos hecho exactamente lo que queríamos hacer, porque no esperábamos nada por ello.
Hay en la Red una discusión abierta acerca de la conveniencia o no de responder a los mensajes con un nuevo mensaje de “gracias”. Las estadísticas son contundentes e inapelables: se generan billones de correos electrónicos y SMS adicionales, se pierden miles de horas laborales abriendo y gestionando estos correos, y se colapsan bandejas de entrada del correo personal y hasta servidores. Todo ello es cierto a nivel global, pero no menos cierto es que a nivel individual cada mensaje de gratitud es, si está bien expresado, no solo necesario, sino extremadamente valioso para mantener las relaciones.
Lo siento por mis amigos, conocidos y contactos, puesto que seguirán recibiendo mis correos de gracias. Los haré escuetos, lo prometo. Lo pondré bien claro en la casilla de “asunto” para que no haya dudas… y me los trabajaré para que incorporen de verdad pinceladas de agradecimiento. Pero los enviaré, y les animo, a pesar de todo, a hacer lo mismo. Porque las estadísticas son fríos datos, y las emociones no conocen de razones.
¿Cuántos agradecimientos Hemos dejado en el camino?
“Cuando bebas agua, recuerda la fuente” (proverbio chino)
Muchos de nosotros raramente dejamos de dar las gracias, pero muy frecuentemente nos saltamos el agradecimiento. Busquemos a nuestro alrededor a quien ha hecho recientemente algo por nosotros que ha sido importante. Y busquemos una forma creativa de mostrarle nuestro agradecimiento. Hagámoslo por ellos, pero también por nosotros. Porque agradecer es a menudo tan gratificante como recibir.
Con estos gestos, vayamos saldando la deuda de tantos años en los que nos hemos limitado a dar tantos y tan educados ¡gracias!

LA ENVIDIA ES EL HOMENAJE QUE LA MEDIOCRIDAD LE RINDE AL TALENTO



Aunque todos, más o menos,
estamos encadenados a la costumbre;
a veces, "imploramos" ayuda a la emancipación
para disfrutar del mundo...
para soportar la carga de la vida...
sin caer en la desesperación.
La emancipación espera que la busquemos
desprendiendo-nos de la vanidad que nos inmoviliza.
Con un sincero diálogo interno con nosotros mismos
obtendremos bellos argumentos para nuestro
crecimiento, para crear un ser nuevo y reconstruido.
Para dejar de "estar" para SER.

Aprender es mirar a la gente desde sus sandalias y no desde las tuyas.


Errar es humano, aprender es divino
FRANCESC MIRALLES

Considerar un error como una oportunidad para aprender es inteligente. La historia de la humanidad está llena de fallos que desencadenaron en importantes descubrimientos.
La historia de la humanidad está llena de equivocaciones afortunadas que nos han llevado más allá de nuestros límites. Desde el error de cálculo que condujo a Colón al continente americano, muchos aciertos humanos han salido de pequeñas y grandes catástrofes. El yogur, hoy presente en la mayoría de neveras, lo descubrió, según la tradición, una caravana de comerciantes búlgaros que trasladaban leche de un poblado a otro y vieron cómo, por efecto del sol, ésta había fermentado. Uno de ellos la probó para ver hasta qué punto se había echado a perder. El sabor le gustó y, con el tiempo, se descubrió que tenía efectos beneficiosos para el estómago. Había nacido un producto que conquistaría el mundo. Moraleja: tenemos mucho que aprender de las llamadas “serendipias”, como se denomina a los hallazgos o descubrimientos que se producen por accidente.
“Vivimos en una sociedad que premia el acierto y penaliza el error. Para nuestro sistema educativo, el error es estéril y vacío”
“No hay que tener miedo a equivocarse, porque no hay otra manera de aprender. La vida es un constante prueba y error”

“Las equivocaciones son los portales del descubrimiento” (James Joyce)

En 1974, el departamento de desarrollo de productos de 3M se desesperó cuando uno de sus investigadores, Spencer Silver, produjo una goma altamente defectuosa al olvidar un componente en la mezcla. Lo que parecía mala suerte fue aprovechado por otro empleado del departamento, Art Fry, para crear uno de los grandes inventos de la industria de papelería moderna. Fry era un devoto de la iglesia al que siempre se le caían los papelitos con los que marcaba los pasajes de la Biblia. Antes de que la mal lograda partida de adhesivo fuera arrinconada en la fábrica, tomó parte de aquel pegamento débil para fijar los papelitos a las páginas de las sagradas escrituras. Acababa de nacer el Post-it.
Otro error de índole empresarial que ha sido ampliamente comentado tuvo como protagonista a Steve Jobs, el fundador de Apple. En 1984 contrató a John Sculley para que dirigiera la empresa con mayor eficacia. La mala relación que se instaló entre los dos acabó, debido al apoyo de los accionistas al recién llegado, con la dimisión de Jobs. Sin embargo, gracias a su despido, Steve tuvo tiempo de crear en 1986 la compañía de películas de animación Pixar, que firmó acuerdos con Walt Disney para producir algunas películas de enorme éxito, como Toy story. Pixar terminó en manos de Disney por 7.400 millones de dólares, y Jobs se convirtió en el mayor accionista individual de la misma Disney. Su éxito no pasó inadvertido a Apple, que en plena crisis le devolvió las riendas en 1997 para que reflotara la empresa. Empezaría la edad de oro de la compañía, con éxitos masivos como el iPod, los nuevos iMac o los actuales iPhone.
“Si cerráis la puerta a las equivocaciones, también la verdad se quedará fuera” (Rabindranath Tagore)
Pese a los ejemplos, el error no goza de buena fama en nuestra sociedad. El escritor y creativo publicitario Gabriel García de Oro aborda en un ensayo de próxima publicación la injustificada fobia a equivocarnos. El autor de La empresa fabulosa plantea que tal vez no sea casualidad que los términos “error” y “terror” se parezcan tanto: “El error nos produce terror. También vergüenza y culpa. Bajamos la mirada y nos reprochamos no haber sido capaces de acertar, de escoger la opción correcta. Desde pequeños hemos vivido en una sociedad que premia el acierto y penaliza el error. Para nuestro sistema educativo, el error es estéril y vacío, no se saca nada de él”.
Nuestro miedo a equivocarnos se traduce a menudo en miedo a decidir. Si no decidimos, no fallamos. Y si no fallamos, no nos podemos hacer reproches ni nos sentiremos culpables. Resultado: parálisis. Al esquivar los errores, además, renunciamos a nuestro maestro, pues como demuestra la biografía de los grandes inventores y empresarios, en las equivocaciones hay una fuente inagotable de sabiduría. La ciencia avanza gracias a la “prueba y error” y lo mismo sucede en cada vida humana. García de Oro lo explica así: “Sin error no se avanza. ¿Quién ha aprendido a ir en bicicleta sin caerse? Es imposible. Por eso las personas mayores que no saben ir en bicicleta es muy difícil que aprendan, porque tienen demasiado miedo a caerse. Y así no hay quien pedalee. Debemos volver a aprender como cuando éramos niños. Crecer es aprender, aprender es equivocarse”.
Dado que, desgraciadamente, el error nos produce un sentimiento de culpa, preferimos que otros escojan por nosotros antes que tomar el riesgo de equivocarnos. Esta actitud nos limita y frena nuestro crecimiento como personas, pues acabamos diluyendo nuestra libertad dentro de un grupo en el que no tengamos que tomar decisiones.

“La libertad no merecería la pena si no incluyera la libertad de equivocarse” (Mahatma Gandhi)
El autor citado anteriormente se sirve de las tres consonantes que conforman la palabra “error” para desvelar tres claves de sabiduría que, “erre que erre”, nos educan para acertar en la vida incluso cuando no se produce ninguna serendipia:
Reconocimiento. Cada fallo es una lección de humildad que nos pone en nuestro sitio. Saber que no somos infalibles es un ejercicio beneficioso. Nos enseña que debemos prestar atención y aprender para mejorar en el futuro.
Responsabilidad. Al reconocer nuestra equivocación estamos tomando el control de nuestros actos en lugar de echar las culpas a terceros. Por tanto, cada error asumido nos recuerda que mucho de lo bueno y lo malo que nos sucede depende de nosotros.
Revolución. La conciencia del error, de lo que no funciona, es el germen de la revolución. Así como Edison probaba nuevos filamentos para su bombilla cada vez que fracasaba, muchas mejoras sociales han llegado a partir del impulso colectivo para enmendar injusticias.
El progreso es una carrera hacia la superación llena de experimentos fallidos pero necesarios, porque solo a través de lo que no funciona llegamos a descubrir lo que funciona. Esto no solo se aplica al campo de la ciencia o de los movimientos sociales. La vida de todo individuo es un constante prueba y error, donde el premio gordo lo obtiene quien más aprende de sus errores.
Alfred Adler, el psiquiatra austriaco que exploró el complejo de inferioridad, explica cómo funciona la escuela del error: “¿Qué es lo que haces al principio cuando aprendes a nadar? Cometes errores, ¿no es cierto? ¿Y qué ocurre a continuación? Pues que cometes más errores todavía. ¿Y qué pasa cuando has descubierto todas las maneras posibles de hundirte? De repente empiezas a nadar. ¡La vida es igual que aprender a nadar! No tengas miedo de equivocarte. No existe otra manera de aprender a vivir”.
“Todas las personas cometen fallos, pero solo las inteligentes aprenden de ellos”
(Winston Churchill)
Aunque su impacto puede ser muy poderoso, las serendipias son poco comunes en la vida cotidiana. Es decir, la inmensa mayoría de equivocaciones no aportan más beneficio que mostrarnos un camino que no lleva a ningún sitio.
Las personas fallamos. Unas aprenden de los errores y otras tropiezan con la misma piedra. Un ejemplo de este segundo grupo sería la persona que, con cada intento de relación sentimental, comete exactamente los mismos errores: bien porque elige siempre mal a su compañero/a, o porque reproduce las mismas conductas que llevan a la ruptura. Estas personas no suelen reconocer sus errores y atribuyen la culpa a los otros.
Además de un espíritu autocrítico y responsable, ¿qué es lo que distingue a las personas que aprenden de los errores de las que solo saben tropezar con ellos? Analizar lo que ha salido mal y sintetizar la clave del error significa subir un peldaño en nuestra evolución personal. Así, quien posee inteligencia emocional “lee” lo que sucede a su alrededor y saca conclusiones para cultivar las interacciones positivas y reducir las de resultado negativo.
Quien tropieza tres veces consecutivas con la misma piedra, en lugar de maldecirla, debería fijarse en cómo anda. Esa es la lección. Es imposible apartar todas las piedras del camino, que están ahí para enseñarnos a bajar la vista con humildad y educar nuestros pasos. Se hace camino al andar, como decía Machado, y se gana sabiduría al errar.

EL JARDÍN DEL ERROR
“Hubo un tiempo en el que Adán y Eva vivían felices y despreocupados en el jardín del Edén. Todo era paz y armonía. No había posibilidad de error. Para los humanos, no tener la opción de equivocarse es el paraíso. Pero de repente supieron que, de entre todos los árboles, uno estaba prohibido. No debían comer la fruta del árbol de la ciencia y la sabiduría. Tal vez por eso decidieron comer, probar, arriesgarse. Y se equivocaron. Fueron expulsados del paraíso. Primera interpretación bíblica: los errores se pagan. Sin embargo, existe una lectura más sutil y reveladora: el camino que lleva hasta el árbol de la sabiduría es el error”. Leo Balthazar.

¿ESTÁS A TIEMPO?



NOSOTROS, demasiadas veces
en nombre de la EMANCIPACIÓN, nos hemos
creado enemigos.
Es el momento de curar heridas
y separar-nos de lo mundano.
La EMANCIPACIÓN nos llega para
ilustrar nuestro camino y encontrar-nos
con los demás.
Así debemos cuidar las emociones y arrinconar
la pena hablando con el corazón.
¡¡¡Aun estás a tiempo..... re-encuentra-te!!!

Amar a los demás es el camino que lleva a los seres humanos a la felicidad..



Aunque muchos otros han seguido predicando con su ejemplo sobre el poder transformador del amor, pasan los años, las décadas y los siglos,
y la gran mayoría de los seres humanos seguimos sin saber amar.
Aprende eso no entra en los planes de nuestro proceso de aprendizaje familiar, social, cultural, religioso, laboral, político y económico.
Como estudiantes nos hacen memorizar lo inimaginable. Luego nos preparan para ser profesionales productivos. Pero se olvidan de lo más básico. Así es como entramos en el mundo:
sin saber gestionar nuestra vida emocional
Y si bien el éxito no es la base de la felicidad, ésta sí es la base de cualquier éxito. Por el contrario desde pequeños nos hacen creer que el mundo está lleno de gente malvada. Que no hay que confiar en los desconocidos. Que lo importante es ocuparse de uno mismo y así ir tirando. Consecuentemente, el miedo, la frustación y el resentimiento van pasándose de generación en generación, creando una cultura basada en la desconfianza, la resignación y la insatisfacción.
¡¡¡Vivir es dar el siguiente paso!!!

¿PODEMOS SUSTITUIR EL HÁBITO DE QUEJARNOS POR EL DE AGRACEDER?



El poder de la disciplina
MIRIAM SUBIRANA

Aprender a tener un método sin sentirlo como un castigo nos ayudará a conseguir los objetivos que nos marquemos. Utilizarlo será la mejor herramienta para una vida plena.
En las vacaciones desconectamos de la disciplina que nos imponen las fechas de entrega, las reuniones y la lista de lo que tenemos que hacer. Intentamos no ser esclavos del reloj. La disciplina a veces nos impone renunciar a lo que nos gustaría, la asociamos a los deberes y los límites y por ello nos pone en tensión. Entonces sentimos que la disciplina es más una carga que una liberación. Pero es posible conseguir una vida plena si logramos incorporar prácticas y normas que empiezan siendo una disciplina y acaban saliendo de manera natural como desayunar cada mañana.
“Podemos sustituir el hábito de quejarnos por el de agradecer. Entenderemos el dolor y sabremos recuperar el bienestar”
La experiencia nos demuestra que necesitamos disciplina para lograr lo que queremos y llegar adonde anhelamos. Un atleta la necesita para mantenerse en forma y alcanzar unas metas. Cuando uno ama su propósito y sus metas, disfruta de la práctica y vive la disciplina como una aliada. Primero necesitamos tener una visión clara de lo que queremos y que nos motive. La motivación por satisfacer unos objetivos nos ayudará a ser disciplinados.
En otras ocasiones es la necesidad vital y de autoestima la que nos ayuda: el cuidado del ser. A nivel personal, a todos nos beneficia el dormir y el comer con regularidad en horarios más o menos fijos, y el hacer ejercicio con constancia nos lleva a tener un cuerpo más sano. ¿Qué es lo que necesitamos para estar bien? Intentemos incorporarlo en nuestro día a día. Por ejemplo, parar unos momentos para distanciarnos durante cinco minutos del ambiente, tal vez caótico, que nos rodea, de modo que podamos relajarnos y actuar con serenidad, sin impulsividad.
Otra práctica que podemos incorporar cada mañana, a modo de disciplina aliada de nuestro bienestar, es la de visualizar la jornada durante unos minutos. ¿En qué nos centraremos? ¿Qué queremos aportar a nuestro entorno? Así saldremos de casa equipados con los valores y las actitudes que nos ayudarán a afrontar las situaciones con valentía, paciencia, tolerancia, amor, determinación, y/o asertividad.
Disciplinar nuestra mente para controlar nuestros pensamientos nos permitirá gobernarlos y adoptar actitudes saludables. Asumiremos la responsabilidad de recrear nuestro destino con voluntad y perseverancia en vez de sentirnos víctimas y quejarnos por estar atrapados en una situación que nos provoca malestar. Podemos sustituir el hábito de quejarnos por el de agradecer. Para cambiar un hábito y/o sustituirlo por otro necesitamos disciplina. Podríamos hacer una lista de todo aquello por lo que podemos dar las gracias. Por estar vivo, por ser quien soy, por aprender y compartir, por todo lo que he vivido. Cuando el agradecimiento se convierte en hábito, agradeceremos la experiencia del dolor. Sabremos comprenderlo y así recuperar el bienestar.
“Siempre procura hacer lo máximo y lo mejor que puedas. Bajo cualquier circunstancia, hazlo lo mejor posible y así evitarás culpabilizarte, juzgarte y lamentarte” (Miguel Ruiz)
Seguimos unas disciplinas u otras según el código de conducta que interiorizamos en función de nuestras creencias, cultura y relaciones sociales. En este marco siempre existe la posibilidad de incorporar el esfuerzo de hacer lo máximo y lo mejor que uno pueda. Podemos esmerarnos en pensar bien, decir palabras con sentido que den pie a conversaciones enriquecedoras y actuar con elegancia y respeto. Así no nos conformaremos con lo ordinario y nos concentraremos en mejorar. Para ello necesitamos intención y disciplina. De lo contrario, la mente se dispersa. Una estrategia eficaz es formular pensamientos positivos y usarlos como afirmaciones que fortalezcan la concentración. Podemos elaborar una lista de pensamientos que sean como llaves que podamos usar para abrir el caudal de positividad interior. Por ejemplo: “Yo puedo”, “no me vencerán”, “soy amor”, “todo fue como tuvo que ser”, “lo acepto y lo suelto”. La meditación es una práctica esencial para fomentar la concentración y llegar a ser capaces de pensar solo lo que queremos pensar. Como en todo, la meditación dará buenos resultados si la practicamos disciplinadamente.
Lo que suele ocurrir cuando nos proponemos incorporar una práctica, transformar un hábito o esforzarnos por un objetivo es que aparece el autoboicoteo. Uno mismo boicotea sus propósitos mediante las dudas y los temores que nos frenan y bloquean. La disciplina nos ayuda a vencer a nuestro saboteador y crítico interior que echa por tierra nuestras buenas intenciones. Basta solo con que tengamos claridad y voluntad para superarlos y así lograr nuestro propósito.
Nunca diré nada que no pueda quedar como lo último que dije, lo prometo” (Benjamín Zander)
Cuando somos conscientes del impacto de nuestros pensamientos, palabras y obras prestamos más atención. Nos disciplinamos. Pensamos antes de hablar. No nos precipitamos. Esto requiere estar alerta y recuperar nuestro poder interior para frenar los pensamientos acelerados, ciertas palabras y acciones de las que luego nos arrepentimos. Necesitamos pasar por el taller para poner a punto el freno mental. Tanto pensamiento provoca estrés, tensión y falta de claridad, y nos perdemos lo mejor de la vida: saborear este instante. Meditar es como entrar en el taller de reparaciones.
Para fortalecernos internamente disciplinemos la mente con ejercicios de positividad y silencio. Cuanto más claros sean nuestros pensamientos, mayor será su impacto. Los pensamientos son la semilla de nuestras palabras y acciones. En el silencio recuperamos fuerzas, aclaramos ideas y aprendemos a confiar en nuestra intuición. Actuamos desde el corazón.
Entre pensamiento y acción hay un espacio de unos segundos. Podemos cambiar el rumbo de nuestros pensamientos y elegir nuestra acción, para que no sea una reacción impulsiva influida por nuestras energías negativas ni las de nuestro entorno. La meditación nos ayuda a responder desde una situación de serenidad.
Una reacción puede cambiar el rumbo de nuestra vida y el de muchas otras personas. Se trata de responder desde la serenidad, con claridad y determinación, con paciencia y humildad, con amor y entrega, y con sentido del humor. Solo cuando hemos logrado la disciplina interior de observar y pensar antes de reaccionar somos capaces de responder así.
“La meta es manifestar la divinidad potencial de cada uno controlando la naturaleza exterior e interior. Consíguelo mediante la práctica disciplinada y sé libre”
(Swami Vivekananda)
Si queremos vivir lo esencial, lo que realmente nos importa, los valores como la paz, el amor, la felicidad, y queremos experimentar el sentido de nuestro ser y nuestro estar es indispensable aprender a gobernar los impulsos dominados por el ego y todas sus ramificaciones (deseos, avaricia, orgullo, soberbia, apego, lujuria, ira, miedo, pereza y envidia). Esto implica dominar los propios deseos compulsivos, con el objetivo de llegar al yo esencial para poder trascenderlo y relacionarnos con el otro desde la autenticidad. Cuando gobernamos nuestros impulsos podemos centrarnos en expandir y expresar nuestro ser auténtico. Controlamos desde la comprensión, no por la vía de la represión ni de la fuerza. La represión nos lleva a la enfermedad y a la desnaturalización del proceso necesario para alcanzar la verdadera iluminación.

ESTAR BIEN
Si nos sentimos bien podemos afrontar las adversidades y vivir los imprevistos con más energía y soltura. Seremos más creativos sin bloqueos internos. La disciplina emocional nos ayuda a mantenernos bien. No nos engañemos: estar bien no depende de que nuestro alrededor esté en armonía. Depende de que nosotros estemos en armonía. Si estamos centrados seremos como un faro estable ante las olas, los vientos y las tormentas. Enraizados en nuestros valores, aceptando lo que es como es, sin resignación ni frustración, seremos capaces de saborear el instante sin reacciones desmesuradas.
Y recuerda..... "No rebajes tu utopía o verás disminuida tu realidad"
"Vivir es dar el siguiente paso"

PERDONAR ES UN ACTO DE AMOR



Cuando culpamos a los demás
por aquello que nos ha sucedido
y los responsabilizamos de nuestro
sufrimiento,
podemos caer en las garras
de un enemigo mucho más sutil
y peligroso: EL RENCOR.
Para evitar seguir haciéndonos daño,
es necesario aprender a perdonar,
un acto que refleja amor y humildad,
que pone fin a todo nuestro malestar.
Dado que no podemos cambiar
lo que nos ocurre en la vida,
si podemos modificar nuestra mirada
y nuestra actitud hacia los mismos
acontecimientos para reinterpretar
su significado de una forma más objetiva.

NO SÓLO HAY QUE "QUERER" TAMBIÉN PODEMOS AMAR



Todos los vicios de la mente son fruto
de interpretar de forma egocéntrica la realidad,
una actitud impulsiva e inconsciente
que nos impide aceptar lo que sucede
tal como viene y a los demás tal como son.
Ésta es la causa real de todo nuestro
sufrimiento, que además nos encierra en un
círculo vicioso muy peligroso.
Para poder amar, primero
hemos de albergar amor en nuestro
corazón.



Sin "emancipación" no hay nada.
La verdadera emancipación es sencilla.
Pero frecuentemente la buscamos en el dinero
y sus derivados de satisfacción transitoria.
La emancipación que nos sacó del azar
dentro de una constelación de espermatozoides,
sigue con nosotros.
Sólo es nuestra responsabilidad escucharla
o ignorarla.
Vivir es dar el siguiente paso.

¿VAMOS CONOCIÉNDO-NOS?



Así me trato,
así trato a los otros
FERRÁN RAMÓN-CORTÉS

La comunicación con los demás acaba siendo reflejo de la comunicación con uno mismo. ¿Tenemos consciencia de nuestro diálogo interior? Sin hacerlo no podremos cambiar nuestra actitud hacia los demás.
Conocí a un ejecutivo de una importante multinacional que tenía fama de ser obsesivamente perfeccionista. Ello se traducía en una altísima exigencia con sus colaboradores. Sus mensajes a su equipo eran siempre los mismos: “Seguro que lo puedes mejorar… ”, “si le das otra vuelta, todavía le puedes sacar más jugo…”, “está bien, pero todavía no está al cien por cien…”. Más de una vez me había explicado con impotencia que se desesperaba con el bajo nivel de autoexigencia de sus colaboradores. “Se conforman con cumplir, pero no van a buscar nota”, me decía de ellos.

“Hay dos momentos esenciales para descubrir qué nos decimos a nosotros mismos: cuando algo nos sale bien y cuando algo nos sale mal”

En cierto momento pasó una importante crisis profesional. Sus colaboradores, desmotivados y con una sensación creciente de estar permanentemente presionados, se amotinaron y le echaron en cara su desmesurado perfeccionismo. Él aceptó la crítica y prometió intentar comunicarse con ellos de forma diferente. Lo cierto es que lo intentó, y durante un tiempo realizó un loable esfuerzo por evitar los mensajes de exigencia y por transmitir mensajes de aliento y motivación.
Pero el cambio duró poco. Una tarde me confesó que lo había intentado con todas sus fuerzas, pero que no lograba interiorizar aquella nueva forma de comunicarse con los demás, y cuando bajaba la guardia, volvía a los mensajes de exigencia. Hablamos largamente, y durante aquella conversación me relató un episodio de su trabajo que me dio la clave de lo que le estaba ocurriendo. Me habló de una reciente presentación que había hecho al consejo de administración. “¿Cómo te fue?”, le pregunté. “Bastante bien”, me dijo. “Pero soy consciente de que no estaba al cien por cien. Podía haberlo hecho mejor…”.
Contigo, conmigo
“Nuestro lenguaje es un indicador muy fiel de cómo nos vemos como personas”
(Stephen R. Covey)
Cuando descubrimos que nuestra comunicación con los demás no funciona como esperamos, la primera reacción suele ser de autocontrol: tomamos consciencia de los mensajes que lanzamos a nuestro alrededor y hacemos todos los esfuerzos posibles para evitar los que no son bien recibidos. Esta es una respuesta que tiene un apreciable valor, pues demuestra que somos conscientes de que tenemos un problema y que queremos resolverlo. Pero esta estrategia tiene un recorrido limitado, y en general no durará. En relativamente poco tiempo bajaremos la guardia y volveremos a la comunicación que nos sale de dentro. Así pues, el verdadero cambio en nuestra comunicación no se producirá si no realizamos primero un cambio interior. Y no podemos hacer este cambio interior si en primer lugar no descubrimos qué nos decimos a nosotros mismos, es decir, cuál es nuestro diálogo interior.
Este es el primer paso esencial, porque lo que decimos a los demás es, en su esencia, fiel reflejo de lo que nos decimos a nosotros mismos, y no podremos cambiar la actitud hacia los demás (actitud que se traduce en determinados mensajes hacia ellos) si no cambiamos la actitud hacia nosotros.
Escucharnos a nosotros
“La voz es reflejo de lo que sientes. Si quieres cambiar tu comunicación, no cambies tu voz, cambia lo que sientes”
(Oriol Pujol Borotau)
Cuando tenemos consciencia de que nuestra comunicación con los demás no es bien recibida, el primer paso ineludible será descubrir qué mensajes nos damos a nosotros mismos a diario, pues nuestro diálogo interior es el origen de nuestra comunicación hacia el exterior. Porque si continuamente nos damos mensajes de exigencia, nos censuramos a nosotros mismos por no haber hecho las cosas mejor y nos echamos en cara nuestros pequeños errores, exigiremos sin límite a los demás, los censuraremos todo el tiempo y no les perdonaremos ni un fallo. En cambio, si nos damos a nosotros mismos mensajes de aliento, nos perdonamos los fallos sin importancia y nos reconocemos las victorias, haremos lo mismo con la gente de nuestro alrededor.
Escucharse a uno mismo es el primer paso para identificar qué nos decimos, pero no es un proceso necesariamente fácil. Es cierto que no dejamos de hablarnos, de darnos mensajes; es cierto que nuestro diálogo interior es permanente. Pero ¿cómo podemos tener consciencia de nuestra voz interna si para empezar es una voz que no oímos?
Hay dos momentos esenciales en los que nos será fácil escuchar esta silente voz interior y en los que podremos descubrir qué nos decimos a nosotros mismos: cuando algo nos sale bien y cuando algo nos sale mal.
Ante un fracaso hay dos tipos de mensajes que nos lanzamos a nosotros mismos: podemos decirnos cosas como “ya he vuelto a fallar”, “nunca lo conseguiré”, “lo he hecho mal” o “no sirvo para esto”. O podemos decirnos cosas como “no lo he conseguido, pero he trabajado bien”, “tendré otra ocasión para conseguirlo”, “ya sé qué tengo que hacer la próxima vez” o “todos fallamos alguna vez”.
Y ante una victoria tenemos también dos tipos de mensajes que nos podemos dar: “no es mérito mío”, “ha sido suerte”, “no me lo merezco” o “mejor que no me lo crea”, o, en cambio: “he hecho un buen trabajo esta vez”, “voy a disfrutarlo”, “me he esforzado y ahora tengo la recompensa” o “estoy preparado para esto”.
Si en ambos casos optamos por la primera opción, nuestros mensajes a nosotros mismos serán de continua exigencia y de rechazo de nuestros méritos. Y se traducirán en exigencia y rechazo de méritos de los demás.
En cambio, si optamos por la segunda opción, estaremos demostrando que sabemos relativizar nuestros pequeños fracasos y disfrutar nuestros logros, y estaremos en condiciones de relativizar los fracasos ajenos y de hacer disfrutar (y disfrutar con los demás) de las victorias.
Pero planteemos otra pregunta: ¿el diálogo conmigo mismo es síntoma de algo más?
A menudo, el diálogo poco cariñoso o poco afectivo conmigo mismo no es un hecho aislado, y son muchos los casos en que esta comunicación negativa hacia mí mismo se acompaña de otros comportamientos igualmente negativos, como pueden ser no cuidarme físicamente, no priorizar nunca mis deseos frente a los de los demás o no dedicarme el tiempo necesario, el que cualquier ser humano necesita. Todo ello es expresión de un problema de base: no quererme a mí mismo.
Es necesario querernos para querer a los demás. Y es expresión de que nos queremos no solo el hecho de darnos mensajes de aprecio, sino también hacer cada día cosas concretas que lo demuestren. Empecemos queriéndonos nosotros y estaremos abriendo el camino para que nuestros comportamientos para con nosotros se traduzcan en iguales comportamientos hacia los demás.
No intentemos hacer con los demás o pensar de los demás lo que no hacemos con nosotros o no pensamos de nosotros, porque el esfuerzo, además de agotador, resultará frustrante. ¿Cómo podemos dejar de exigir a los demás lo que nos exigiríamos sin duda a nosotros?, ¿cómo podemos perdonar a los demás lo que no nos perdonaríamos jamás a nosotros?
Momentos para escucharnos
“Hay que tomar la decisión de perseguir toda la vida la meta de conocerse a sí mismo"
(Chris Lowney)
Tomar consciencia de nuestro diálogo interior es la base del cambio en nuestra comunicación. Y hacerlo es algo que podemos aprender a base de practicar. El sistema no es complicado, solo hay que tomarlo como costumbre.
Podemos tomarnos unos momentos al día para, en un ambiente de relajación, apagar el ruido exterior y hablarnos a nosotros mismos. Contarnos el día, valorar nuestras decisiones, disfrutar de las pequeñas victorias y aprender de los pequeños fracasos. Rememorar los mejores momentos del día y atesorarlos, y relativizar y superar los malos momentos. Son momentos para decirnos cosas en el más completo de los silencios; un ejercicio absolutamente revelador, que se convertirá en la semilla del cambio.

Vivir es dar el siguiente paso.



Las zorras tienen madriguera
y los pájaron nido.
Pero el humano no tiene
donde reclinar su cabeza.

Al igual que el dia y la noche es
un concepto igual para todos.
La VIDA es una ilusión de todos
y no una realidad individualizada.
Tomar conciencia de ello abandonando
el espejismo/engaño que nos aturde
desde la cuna,
debe permitirnos abandonar el
miedo a la muerte
dado que,
como el dia y la noche,
lo que perdura es la vida
y no nuestro nombre.
Vivir es dar el siguiente paso.