FRANCESC MIRALLES
Muchos ilustres de la historia han sido malos estudiantes. Para alcanzar el éxito, la curiosidad y ser inmune al desánimo son tan importantes como los títulos.
La historia de la ciencia y de la cultura está llena de malos alumnos que de adultos destacaron por sus logros. Entre los peores de la clase, en algún momento de su formación, estaban Albert Einstein, Charles Chaplin o Alejandro Amenábar. Miguel de Unamuno suspendía la asignatura de literatura, y Marguerite Yourcenar nunca pasó por la escuela.
“Mantener viva la curiosidad, aprovechar las oportunidades y saber rodearse de las personas adecuadas son decisivos para alcanzar el éxito”
“La clave para los ‘patitos feos’ es entender su diferencia como algo positivo, ya que les va a permitir hacer cosas extraordinarias”
¿Cómo lograron salir adelante y alcanzar la cima de su profesión? ¿Eran demasiado inteligentes y les aburría lo que se enseñaba en clase?
En el otro extremo del aula, el publicista Paul Arden explica en su libro Usted puede ser lo bueno que quiera ser que, a menudo, los más listos de la clase no triunfan en la vida. A continuación veremos por qué.
Expertos en pasado o en futuro
"La educación es lo que queda después de que uno ha olvidado lo que aprendió en la escuela"
(Albert Einstein)
Arden lo explica de este modo: en la escuela se aprende sólo el pasado, los hechos conocidos. Cuantos más hechos se recuerdan, mejores son las notas. Los que fracasan en la escuela no están interesados en el pasado, tal vez porque piensan en clave de futuro. O simplemente no tienen buena memoria. Pero esto no significa que no puedan tener éxito.
Lo único que demuestra el fracaso escolar de estos niños es que la educación académica no ha sabido estimular su imaginación. Por tanto, según esta hipótesis, los primeros de la clase dominan el pasado, mientras que muchos malos estudiantes son especialistas en imaginar el futuro, que es donde se encuentran sus éxitos. Por muy malas notas que hayan cosechado, si tienen un objetivo en la vida, encontrarán las fuerzas y los recursos para alcanzarlo. Para ellos, el mundo exterior es la verdadera escuela que les pone a prueba y les procura grandes lecciones.
En una sociedad que promueve la comparación hay personas que sufren un complejo de inferioridad por el hecho de no tener una carrera universitaria, especialmente si frecuentan un ambiente de licenciados. Sin embargo, basta echar una mirada a las biografías de grandes empresarios, intelectuales y artistas para comprobar que muchos de ellos no terminaron sus estudios.
Mantener viva la curiosidad, aprovechar las oportunidades y saber rodearse de las personas adecuadas son elementos mucho más decisivos para alcanzar el éxito que un título académico, por muy brillante que sea el expediente. También parece demostrado que hacer algo que nos guste -o lograr que nos guste lo que hacemos- es un ingrediente esencial para triunfar. Más allá de la inteligencia con la que estamos equipados, una actitud constante e inmune al desánimo completaría el kit básico de las personas que aspiran a la excelencia en su área de trabajo.
Mal de escuela
"Siempre me ha encantado aprender. Lo que no me gusta es que me enseñen" (Winston Churchill)
Volviendo a los últimos de la clase, el escritor Daniel Pennac habla en su ensayo Mal de escuela sobre la educación desde el punto de vista de los malos alumnos como él. En un relato apasionante, mezcla de recuerdos y reflexiones sobre la pedagogía, este autor hace hincapié en el sentimiento de frustración que embarga a este tipo de estudiantes:
"Todo nace de una primera incomprensión, de un problema de inhibición provocado por la timidez, el azar o cualquier otra causa. Y se acumula y se interioriza. Te dices a ti mismo que eres idiota, un cretino, que no hay nada que hacer contigo. Si te consideras idiota, entonces quedas liberado de cualquier esfuerzo. Lo tuyo es irreparable. (...) Sin embargo, en todo el tiempo que trabajé como profesor de alumnos de bachillerato nunca me topé con ningún muchacho idiota. Los padres pueden, podemos ser idiotas, la televisión, los libros y los grupos también, pero los chavales no lo son. Los hay más vivos, más atrevidos, más rápidos, pero ninguno es idiota".
Uno de los tormentos de la etapa escolar que analiza Pennac es el de la memoria. Los adultos recordamos las penosas jornadas de estudio en las que sudábamos para recordar fórmulas, verbos conjugados, nombres geográficos y fechas. Los alumnos peor aconsejados se quemaban las cejas tratando de reproducir un párrafo de los apuntes de historia al pie de la letra.
No obstante, se trata de una información que el alumno olvida inmediatamente después del examen. Y lo peor de todo es que puede llegar a reproducir el párrafo sin haber entendido el sentido del texto. Éste es un error que Pennac se esforzó en no cometer en su etapa como profesor: hacer entender a los alumnos que la memoria no es cuestión de acumulación, sino de comprensión. Aun así, asegura que "cuando se habla de violencia en la escuela no hay que olvidar que la escuela es, per se, el lugar de todas las violencias. Es el lugar donde se entrechocan el conocimiento y la ignorancia. Enseñar es violento, es violentar al otro".
Los grupos de Wallach y Kogan
"Cada persona es un genio al menos una vez al año. Los verdaderos genios simplemente tienen ideas más a menudo" (G. C. Lichtenberg)
Ya hemos visto que muchas personas brillantes recibieron suspensos y mostraron una actitud de rebelión. A menudo son sujetos por los que nadie daba un céntimo, por "tener la cabeza llena de pájaros" o porque eran incapaces de seguir unas normas.
Teniendo en cuenta que España es uno de los países europeos con una mayor tasa de fracaso escolar, ¿significa que vivimos en un país de genios? Si miramos el amplio elenco de pintores, arquitectos, cocineros y deportistas de fama mundial, podemos pensar que es así. Pero en el reverso de la moneda tenemos un país líder en desempleo, con una economía que se ha basado en el poco creativo mundo de la promoción inmobiliaria.
Dejando de lado los tópicos, en cualquier cultura hay diferentes grupos humanos, según se combinan la creatividad y la inteligencia. De acuerdo con el test desarrollado por Wallach y Kogan, éstos son los siguientes:
a) Mucha creatividad y mucha inteligencia. Son personas con una alta capacidad de atención en sus tareas. Suelen ser populares en su entorno y poseen una gran autoestima.
b) Poca creatividad y poca inteligencia. Como no les gusta correr riesgos, se refugian en los convencionalismos. Buscan la seguridad en las cosas y personas conocidas. Acostumbran a ser tímidos y con baja tolerancia a las críticas.
c) Mucha creatividad y poca inteligencia. Su problema es que poseen una capacidad de atención muy reducida. Tienen buenas ideas, pero se dispersan demasiado fácilmente. Se caracterizan por un alto nivel de autocrítica y tienden a aislarse.
d) Poca creatividad y mucha inteligencia. Confían mucho en sí mismos, pero necesitan trabajar en un entorno ordenado y previsible. Destacan por su alto rendimiento laboral y académico. Acostumbran a ser extravertidos y sociables.
El arte de la resiliencia
"El fracaso es un episodio, nunca una persona" (W. D. Brown)
Dado que es innegable que muchos alumnos reproducen el fracaso escolar en el mundo laboral, la cuestión es: ¿por qué algunos niños logran superarse y triunfar, mientras que otros arrastran su frustración toda la vida adulta?
Según el neurólogo y psiquiatra Borís Cyrulnik, el factor diferenciador se llama resiliencia: la capacidad de realizarse y ser feliz, independientemente de lo traumático que haya sido el pasado de cada persona. Él mismo es un vivo ejemplo, dado que durante el nazismo sufrió la muerte de sus padres en un campo de concentración del que como niño logró huir. Pese a tan terrible punto de partida, logró estudiar sin contar con medios económicos hasta convertirse en una autoridad de talla mundial.
En su ensayo Los patitos feos, este autor apela al cisne que vive en el interior de toda persona que alguna vez se ha sentido excluida, incomprendida o fracasada. El protagonista del cuento tiene algo que lo hace diferente a sus compañeros. La clave es entender esta diferencia como algo positivo, ya que le va a permitir realizar cosas extraordinarias.
Para que el patito feo se convierta en cisne debe proyectarse hacia el futuro. Si hay una meta y ganas de alcanzarla, la metamorfosis es sólo cuestión de tiempo.
Un buen ejemplo de esto lo encontramos en una vivencia del también neurólogo Víktor Frankl, quien sufrió una experiencia equiparable a la de Cyrulnik. El impulsor de la "logoterapia" cuenta que cuando estaba preso en un campo de concentración, un día, mientras transportaba material, desfalleció. Postrado en el suelo, oyó cómo un guardia nazi se le aproximaba, lo cual significaba la muerte segura. En vez de aceptar su destino, en aquel momento se imaginó a sí mismo como futuro conferenciante que explicaba al mundo las barbaridades de los campos de exterminio. Esta misión personal le bastó para sacar fuerzas de flaqueza y levantarse. Eso le salvó.
Del mismo modo, muchos niños y niñas que han sido patitos feos en el aula han logrado convertirse en cisnes y triunfar en la vida porque tenían planes ambiciosos más allá de los muros de la escuela.
La vida es la gran maestra
“Más importante que la inteligencia es la alegría de ver que uno es capaz de vencerse y ponerse metas y cumplirlas. Una persona con voluntad llega en la vida más lejos que una persona inteligente. Y esto lo vemos, de entrada, en el panorama del estudio, ya que éste es un termómetro que registra muchas cosas concretas de la conducta de un joven. Muchos de los que han abandonado sus estudios se han dado cuenta después de que su problema no era de cabeza, sino de método. (…) Cada uno se educa a sí mismo a través de sus experiencias personales. La vida enseña más que muchos libros. La vida es la gran maestra. Lo que sucede es que, en ocasiones, ese conocimiento es tardío y ya sólo va a tener aplicación inmediata”. Enrique Rojas