LA ENVIDIA ES
UNA PÉRDIDA DE TIEMPO. ¡¡¡TÚ YA TIENES TODO LO QUE NECESITAS!!!
¿Qué
podríamos habitar ante todo sino nuestro propio cuerpo? Es nuestra casa
primordial, nuestro hogar primero. Nos demorarnos en descubrirlo, en
recorrerlo.
Suave y
elástico al principio, terso y vigoroso más tarde, curvado y arrugado después,
a lo largo de una vida ofrece innumerables paisajes en donde perderse de dolor
o de placer.
No es que
tengamos cuerpo, sino que somos cuerpo. No solo ocupamos un espacio y
transcurrimos en el tiempo, sino que somos espacio y tiempo a través de él.
Tanteamos la
inmensidad a partir del rincón en que nos hallamos y participamos de la
eternidad a partir de cada instante que somos capaces de acoger.
Tal es la
paradoja: ser tan diminutos y estar abiertos a tanto por medio de esa
interioridad que el cuerpo alberga como cuenco de la totalidad que en nosotros
se limita y se fragmenta.
Percibimos la
presencia de las cosas a través de los cinco sentidos que se han ido afinando
en nuestro recinto recubierto de piel.
Cinco
oberturas, cinco pasajes, cinco roces por los que vamos alcanzando realidad a
pequeños sorbos.
Breves pero
hondas cuotas de SER van ganando en calidad cuanto más transparente es la
apertura.
Accedemos a la
inmensidad desde nuestro recodo, perdidos en la periferia de una galaxia que
gira sin cesar en torno a un centro profundo que somos incapaces de entrever.
El cuerpo
nos da una mesura que varía. No tiene el mismo tamaño una habitación o un
mueble para un adulto que para un bebé. A los ojos de una criatura que gatea
por el suelo una mesa se le aparece como una mesa gigantesca, un bosque de
columnas que se alza más allá de su mundo.
Se olvida
del misterio que ocultaba aquella cima desde abajo. Desconocemos otras
proporciones: ¿Cómo percibirá una hormiga la frondosidad de nuestros cabello o
una montaña las cosas que los humanos construimos sobre sus laderas?
Si vamos
hacia lo inmenso, ¿será el universo un gran organismo donde los planetas son
sus átomos? Y hacia lo ínfimo, ¿serán nuestros órganos galaxias para nuestras
células y nuestro cuerpo un universo para las nubes de electrones que giran en
torno al núcleo de sus átomos?
En la
mínima porción se halla el Todo. No hay más ser en el universo entero que en un
grano de arena.
El ser es
el mismo, aunque la cantidad de existencia difiera: “Para ver un mundo en un
grano de arena y en cielo en una flor silvestre, sostén el infinito en la palma
de tu mano y la eternidad en una hora”
En el
cuerpo se inscribe cada experiencia que vivimos. En él quedan grabados los
trozos de nuestra vida, incluso lo que nuestra memoria olvida. Las enfermedades
proceden con frecuencia de esas marcas del pasado que el cuerpo no elimina. No
permite que nada quede pendiente. Se queja de lo que ha quedado sin resolver.
No cesa de emitir señales para que sea escuchado. Insiste para ser sanado.
La
culminación del cuerpo humano es el rostro, cima donde lo tangible roza lo
intangible y lo invisible que nos habita se deja entrever.
Recordamos a las
personas por su rostro. Desde él vemos sin vernos y por él somos vistos. Nos
revela. Mediante la combinación de diferencias sutiles, cada rostro custodia su
singularidad. Persona, pro-sopon, lo que resuena tras la máscara, el misterio
que recubre el contorno de la piel. A través de él se percibe una existencia
habitada o desolada. Su relieve moldea lo más sublime de cada viviente. Lo más
sagrado.
Paisaje único,
el más bello de los paisajes, En él quedan grabados los instantes vividos. El
modo de expresarlos se manifiesta en los movimientos y surcos faciales que
transmiten la vida invisible del alma. Pergamino viviente donde se va
escribiendo la caligrafía de cada ser. Relato, comedia, himno, tragedia, poema,
todo a la vez.
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