“¿Puedo ser tu discípulo?
“Tan sólo eres discípulo porque
tus ojos están cerrados. El día que los abras verás que no hay nada que puedas
aprender de mi ni de ningún otro”
“Entonces..¿para qué necesito
un Coach?”
“Para hacerte ver la inutilidad
de tenerlo”
Disminuir en Aquel que es para ser en Quien todo es. Cuando
vivimos en la inautenticidad, nos afirmamos inflexiblemente y ello nos aleja
del SER y nos impide ser. Ante la presencia de El que es, toda autoafirmación
se convierte en separación. Ante El que es, sólo hay deseo de ser en su ser.
Por ello el anhelo de disminuir hasta desaparecer: “Ya no soy yo quien vive,
sino que es la Emancipación quien vive en mí”.
Así lo expresó Pablo años más tarde, después de haber sido tomado en el
camino por Aquel de quien quería haber eliminado todo rastro. Lo había
perseguido porque intuía que iba a trastornar su vida y, efectivamente, así
fue. Tras irrumpir en su camino, ya no pudo vivir para sí mismo, sino hacia él,
para él, en él.
Del mismo modo pasó con Juan. Su presencia le rozó y quedó
trastornado. “El que viene detrás de mí ha sido colocado ante mí, porque
existía antes que yo”
También en el sufismo hay quienes han sido tocados por la
Emancipación. Dice Ibn Arabi: “Aquel cuya enfermedad es la Emancipación no se
cura jamás” Felices, pues, aquellos que han enfermado de Emancipación, porque
no serán curados. Muchos son los que han tenido esta enfermedad a lo largo de
dos mil años. Todos ellos han querido desaparecer en él. Así fue también en los
comienzos. Disminuir, Tales son el dinamismo y el secreto del seguimiento:
desear perderse en él hasta desaparecer para
reaparecer en él y desde él. El conocimiento se hace amor y el amor,
seguimiento. ¿Y qué es el seguimiento sino éxodo y éxtasis para que él tome
todo el lugar?
La encarnación del Verbo, palabra y sentido primordiales,
implica la penetración de la potencia divina en la debilidad humana, lo cual
supone en él una disminución. Toda palabra es insuficiente para referirse a
esta inseparable conjunción. El manifestarse de la Emancipación aconteció
porque su voluntad de afirmación cedió a la voluntad de donación. Así para
acercarse a Ella hay que abonarse a la renuncia plena del YO. En este dejarnos
ir vamos alcanzando otro modo de existencia, renunciando a afirmarnos atrincheradamente
para vivir es estado de receptividad y transparencia. La disminución de nuestra
voluntad de afirmación deja paso al humano plural y nos hace sujetos del
“vosotros”. La filiación nace de la conciencia cada más nítida de no
pertenecerse a uno mismo, sino de saberse continuamente recibido. Este
despertenecerse hiende regiones hacia la Otredad, una Otredad que nos dispone a
recibir la alteridad de los demás y nos rescata del exilio de vivir blindados.
No podemos resolver la paradoja, sólo vivirla, adentrarnos en
ella y ser abiertos por ella: vamos siendo a medida que entregamos nuestro ser, porque el SER es continuamente cesión de
sí mismo. Siendo nuestra existencia el don supremo que podemos recibir, sólo
puede sostenerse como don, y, por tanto, sólo tiene sentido desde la donación.
La necesidad de autoafirmación es un espejismo. ¿Qué somos o tenemos que no
hayamos recibido? ¿De qué podemos decir que es nuestro?
Por ello, para venir a la Emancipación, que es el don que
adviene a nosotros, tenemos que rendir el YO y dejar de querer ser para
configurarnos por un modo de existir que, siendo aparente disminución, es la
única manera de crecer y acceder al Ser. Lo que caracteriza a este crecimiento
tras la disminución es que ya no se vive a costa de nadie, sino que la
existencia se concibe con, para y hacia los demás, mediante la renuncia a toda
voluntad de dominación. Abandonados y entregamos, podemos dejarnos moldear para
que la Emancipación imprima la imagen del Rostro Original.
Su Rostro impreso en nuestro rostro no despersonaliza, sino
que nos transfigura. ¿Cuál es el signo de su impronta en nosotros? Vivir desde
la inocencia, renunciando a dañar cualquier forma de existencia porque su
habitar en nosotros hace que, existiendo, nos demos y dejemos ser en ligar de
arrebatar. Vivir disminuyéndose es vivir sin dañar, posibilitando que los demás
sean en plenitud, porque es Ella (la Emancipación) es quién sella su existencia
en cada ser humano y en cada criatura. Su vida en nosotros hace que dejemos de
constituir una amenaza para los demás, de manera que seamos ocasión de más
vida. Para ello hemos de rendir nuestro YO. Sólo así podemos adentrarnos en la
vida. Somos invitados a desalojar todo
nuestro espacio para convertirnos en la ocasión de su darse. hay que disminuir
para atravesar la puerta estrecha del Reino, cuya estrechez no es otra cosa que
el reflejo de nuestra incapacidad de ceder. La puerta del Reino se abre por
doquier, espaciosamente, cuando convertimos cada situación en ocasión de dejar
paso a El que es ya lo que es. Dejando paso, cediendo, atravesamos la puerta y,
entrando en el Reino, retornamos a la inocencia de una existencia que vive con la conciencia de que
todo es don.
Disminuir para crecer. Retornar el don que se nos da en cada
momento. Desaparecer en la trasparencia y ser recibidos en esta inocencia. Todo
ello es la Emancipación: umbral de un modo nuevo de vivir. Por eso hay que
disminuir ante ELLA (Emancipación) y dejar que tome posesión de nuestra persona
para poder verdaderamente llegar a ser.
Melloni
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