EL SÍNDROME DE
ANA KARENINA
“Las personas
que deliberan exhaustivamente
antes de dar un paso se pasan la vida
sobre una sola pierna”
Más allá de la experiencia del enamoramiento
existe una dimensión enajenante por su intensidad y descontrol que suele
caracterizarse por una exaltación de todos los sentidos, una necesidad de
fusión afectiva y un estado de dependencia de esos corazones apasionados. Viven
en un sinvivir porque nada tiene sentido, nada existe y nada puede soportarse
si no permanecen juntos. Están “pillados” el uno con el otro. Más que una
alegría es un sufrimiento por ausencia o por suponer un trágico abandono.
Aunque para el estudio del comportamiento humano
dichos síntomas se consideren un trastorno afectivo obsesivo, para la mayoría
de las personas los “tórtolos” se encuentran tocados por un estado de gracia.
Aunque a muchas personas les gustaría que la pasión
durara toda la vida, lo cierto es que la asiduidad, la convivencia y las pateas
domésticas acaban por matar ese deseo que se convierte en angustia cuando no
puede ser poseído. Nada asesina tanto el deseo como su consumación. La ilusión
queda desvelada cuando se descubre que, en efecto, no solo se puede vivir sin
el otro, sino, incluso, mejor. Entonces, el amor debe de ser algo más
misterioso que la pasión cuando se prefiere permaneces al lado de alguien.
No obstante, el amor apasionado se añora. Quien
lo ha vivido quisiera repetir, al menos una vez más. Quisiera sentir la
exaltación de los sentidos, la sensación de encontrar la media naranja, de
completarse junto a alguien especial, de realizar por fin la ilusión de la
relación perfecta. Todo amor es de ausencia o de trascendencia. Esa idea
instalada en la mente de tantas personas conlleva una búsqueda obsesiva que se
traduce en montones de intentos frustrados por culta de no acabar de encontrar
esa persona “especial”. Viven de la falta porque se acostumbraron a ella. Por
el camino dejaron un reguero de opciones reales que menospreciaron porque a
todas les faltaba algo. No sintieron la pasión deseada en su imaginario. Así
descubrimos que la pasión, como el sexo, suele merodear más en la cabeza que en
ninguna otra parte.
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