“El hombre moderno teme aburrirse y se encuentra amenazado por el tedio”
(José Antonio Marina)
El aburrimiento a veces nos brinda la ocasión de ver con más nitidez nuestros pozos. Por eso, cuanto más hondos son, más miedo nos da aburrirnos. Recuerdo una conversación con una amiga mía que hace algunos meses se divorció. Me contaba que al principio necesitaba estar con mucha gente, salir constantemente y no parar porque de lo contrario se le caía la casa encima. Sin embargo, ahora afirma: “Soy capaz de estar en casa arreglando cajones de un armario ¡y estar tan a gusto!”. Este ejemplo nos puede llevar a dos conclusiones: que la actividad la podemos utilizar como un refugio cuando estamos mal y que no son sinónimos el aburrimiento y el “no hacer nada”. Una persona puede estar sin hacer nada y disfrutar de la paz y la tranquilidad del sosiego.
Si realizamos un pequeño sondeo y preguntamos a un grupo de conocidos sobre su aburrimiento, casi seguro que nos encontraremos a más de uno que nos asegurará no aburrirse nunca e incluso nos confesará su asombro de que haya individuos que puedan aburrirse en este mundo. Entonces, ¿de qué depende?
Si realizamos un pequeño sondeo y preguntamos a un grupo de conocidos sobre su aburrimiento, casi seguro que nos encontraremos a más de uno que nos asegurará no aburrirse nunca e incluso nos confesará su asombro de que haya individuos que puedan aburrirse en este mundo. Entonces, ¿de qué depende?
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