Los manuales
de psicología han puesto de moda el verbo “procastinar”, que significa
postergar aquello que deberíamos hacer hoy. Un aplazamiento que también se
produce en un nivel existencial. Muchas personas postergan la felicidad hasta
que cambie la situación que está viviendo. Se convencen de que cuando
encuentren un trabajo mejor o la pareja ideal, se darán permiso para disfrutar
de la vida. Sin embargo, este planteamiento tiene un fallo de origen y es que
nada resulta como esperábamos una vez que lo conseguimos.
LO que ocurre
es que muchas personas cuando llega el momento tan largamente esperado o
deseado sufren una desilusión; entonces fijamos nuevos objetivos esperando que
una vez alcanzados llegue, esta vez sí, el premio definitivo. Sin embargo, esto
no acostumbra a suceder, ya que más que insatisfacciones existen las personas
insatisfechas.
Del mismo modo
que nos resulta difícil aceptar las cosas como son, también nos cuesta aceptar
a los demás, ya que su forma de pensar y reaccionar nunca coincidirá con
nuestras expectativas.
Al hacer un favor
a un vecino, nos duele si no obtenemos el mismo trato por su parte cuando lo
necesitamos. En el ámbito laboral, a menudo consideramos que los compañeros no
cumplen con sus tareas, y el jefe o la jefa es un ser inútil que está dinamitando la empresa.
En esta clase
de pensamientos está el punto de partida de la mayoría de conflictos
interpersonales. Al esperar que los demás se comporten de determinada forma les
estamos negando el derecho a su identidad. Además, al enfadarnos por estas
diferencias obviamos algo muy importante: ser o actuar de modo distinto a
nosotros no tiene por qué ser negativo.
Afortunadamente,
cada persona tiene una combinación única de defectos y virtudes. Podemos
aceptar su singularidad y sacar partido de las cosas buenas que nos ofrece o
bien enrocarnos y señalar al otro como enemigo.
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