“EL AMOR NO ES
SOLO UN SENTIMIENTO, TAMBIÉN ES UN ARTE”
Investigadores
del apego consideran que la familia debe dar una respuesta sensible que
empodere al niño/a. Consiste en la capacidad de los padres o cuidadores para
comprender e interpretar adecuadamente las señales de demanda del bebé. Esa
sensibilidad no es poca cosa, se convierte en un organizador psíquico en el
desarrollo de la criatura, es decir, su arquitectura emocional (creencias y
expectativas acerca de sí misma y de los demás). La respuesta sensible obedece
a los modelos operativos de los padres, que dependen a su vez de la calidad de
su propia historia afectiva. Muchos acaban haciendo a sus hijos lo mismo que
les hicieron, anclando así valores morales que ya se expresan en los tres
primeros años de vida.
Existe un gran
acuerdo en resaltar la importancia de nuestros primeros años de vida: se
construyen las paredes maestras de nuestra estructura psíquica. Nos
condicionarán, sin duda, pero no nos determinarán. Llegamos al mundo con una
colección determinada de interruptores y luego la vida se encarga de activar
algunos y de dejar en el olvido otros.
En una familia
pueden existir esa respuesta sensible o puede que también esté condicionada por
múltiples factores: la existencia de otros hermanos, el lugar que se ocupa
entre ellos, o ser hijo único, o el encaje entre el trabajo y la familia, las
modas, las relaciones en la escuela, una crisis económica que priorice la
supervivencia. No se trata de culpar
a nadie, sino de entender la
construcción sensible de cada relación.
La
arquitectura emocional, desarrollada en la etapa del apego, tendrá otras
pruebas: la búsqueda de la propia identidad, el sentido de autoeficacia y el
desarrollo de habilidades y talentos innatos. Por ahí nacen múltiples
desencuentros, proyecciones de los propios padres y chantajes que ahogan el
crecimiento personal. En lugar de apoyar, de ser una red de seguridad afectiva,
la familia se convierte entonces es una pesadilla, en la siempre frustrante y
airada combinación entre el amor y el odio, entre el rechazo y la sed de
pertenencia, entre el abandono y la necesidad afectiva. Quizá por eso, Simone
de Beuvoir exclamó que la familia es un nido de perversiones.
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