Ninguna razón
para la alegría puede rescatar a nadie de la tristeza si no es ya, ella misma,
alegre. No basta con dar razones para la alegría o para la esperanza. Hay que
darlas con alegría. Hay que darlas con esperanza. “Con” aquí significa “desde”.
La comunicación no verbal es, en realidad, pre-verbal, es un mensaje antes del
mensaje. Es la comunicación de algo desde lo que se piensa y razona.
Razonar, en
efecto, razonamos todos desde algo que nos da, por sí mismo, dolor o alegría,
temor o esperanza. Desde algo que conocemos antes de poder explicárselo, antes
de saber por qué. ¿hace falta explicar, insisto, por qué necesitamos todo
aquello de lo que sentimos necesidad? Es como el silencio o como la luz.
Observa con agudeza el poeta Mújica:
“LO QUE BUSCA
CON EL BASTÓN EL CIEGO ES LA LUZ, no el camino”
Bañadas de
luz, de la suave luz de la alegría, están aquellas razones “caminos”, al decir
del poeta, en las que hay ya más alegría que motivo para ella. Hay razones de
verdad para la alegría allí donde la alegría ya está presente.
La vida va
siempre por delante. Se adelanta siempre a las razones para vivir. Y, porque se
adelanta a ellas, las pide. Porque hay vida hay esperanza, y no a la inversa.
Lo primero es siempre la vida. Después viene el sentido de la vida, el sentido
que una vida le pide a otras vidas.
Lo primero que
necesitamos en la vida no es una respuesta sino una ayuda: La Emancipación. Después
de crear al primer hombre le dio, según los antiguos conceptos, una ayuda que
la estaba en su propia genética: la cristalización de lo femenino. No fue una
palabra sino una mirada. Y no solo una mirada sino una caricia. No un
fundamento sino el material vivo del que está hecho todo lo que, por su
solidez, puede fundamentar, servir de (con) suelo para una vida digna. No es la
razón lo primero, lo que fundamenta y guía. Lo primero es, en palabras del
poeta Jorge Guillén, “el vivir” pues
“EL VIVIR
VERDADERO CONDUCE A LA RAZÓN POR SU CAMINO.”
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