A LA ESCUCHA DEL OTRO.
“Ser escuchados”:
quizás sea esta la necesidad más sentida para muchos de nosotros. Echar una
mirada a nuestro alrededor es suficiente para observar la profunda soledad en
la que se encuentra el hombre de nuestro tiempo. La prisa, el vértigo de
nuestras vida, la superficialidad de nuestra comunicación, el aislamiento
buscando y la concepción individualista de la vida impiden la actitud de
escucha y la apertura al otro para quien no hay lugar en nuestro tiempo y en
nuestra ocupación. Las relaciones del hombre de nuestro tiempo están marcadas
por la rentabilidad y la eficacia. Nada es gratuito, todo tiene un precio. La
relación con el otro se enmarca en una relación de poder, de dominio, a menudo
impregnada de desconfianza, de sospecha. No es el otro, como “alguien”, el
interlocutor, sino un objeto común a poseer y dominar. Cambiar esta dinámica o
lógica de la in-comunicación exige dar un giro copernicano a nuestra concepción
del hombre, a nuestro concepto del otro y de nosotros mismos; supone
entendernos como seres insuficientes, necesitados del otro para ser “alguien”,
sujeto moral, es decir, responsable (capaz de hacerse cargo o responder de algo
o de alguien); implica vernos desde el otro, desde la “otra orilla” ver el
cuadro de nuestra vida desde la perspectiva del otro en la que encuentra su
visión y sentido más pleno. El hombre es un ser esencialmente necesitado del
otro para existir como humano. Escuchar al otro, abrirse al otro es ejercer de
humano.
“Dichosos
vosotros, los que estáis atentos para escuchar las causas justas de los que no
tienen voz”
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