El ser humano necesita de compasión, ser compadecido. Y el
interno de los centros penitenciarios, más. Necesita contar, narrar a alguien
la “VERDADERA” historia de su vida. No la que aparece en los sumarios
judiciales, siempre parcial, sino aquella que sólo él conoce y que explica su
trayectoria vital. El interno se sabe juzgado y condenado socialmente, pero
necesita contar a alguien por qué ha llegado hasta aquí. Necesita ser escuchado
para redimirse ante sí mismo y ser personado. Pero, para ello, necesita contar “su
historia”, su historia completa. Y aquí nuestra presencia se hace
indispensable, porque las historias no se cuentan en las paredes, ni a los que
no quieren oír. Sin narración no hay identidad, no hay conocimiento de los que
somos. Es curioso constatar que cuando nos preguntan quiénes somos acudimos a
nuestros orígenes: soy hijo de tal y cual, nací en tal lugar, pertenezco a tal
familia. Y damos cuenta de la historia de nuestros padres, abuelos, etc. Habréis
visto que los internos tienen interés en mostrarnos las fotografías de sus
hijos, de su familia, nos cuentan en lo que han trabajado y cómo era su vida antes de entrar en prisión.
Quieren rescatar parte de su vida. Lo necesitan, porque sólo nos reconocemos en
lo que somos cuando contamos o narramos lo que hemos sido, lo que hemos vivido,
cuando nos reconocemos en nuestros hechos. Y esa historia personal es necesario
contarla para salir del anonimato, para responder a esa sencilla y, a la vez,
difícil pregunta: ¿quién soy? Sólo así hay reconciliación con nosotros y con
los demás. Quizás sea este nuestro principal y único servicio: escuchar y
hospedar al otro en su palabra
El
coaching solidario da “ojos nuevos” en el interior de cada persona
.
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