Ve a decir a mis amigos que me he embarcado hacia un Gran Mar y que mi barca se rompe
Si tuviéramos que contextualizar la época del SERMÓN DE LA
MONTAÑA podríamos hacerlo dentro un estadio social primitivo del hombre, es
decir, más de dos mil años atrás donde la filosofía y la religión guiaba sobre
la razón de existir, pero la ciencia estaba por llegar. Cabe suponer que, por
aquellos entonces, la esperanza de vida de la masa campesina era corta y llena
de sufrimiento. Los estamentos dominantes del momento utilizaban más que el
miedo el terror para controlar al pueblo, y, éste para poder estar en paz,
debía adoptar el estatus de cordero dócil y obediente. Lo contrario podía
suponer morir en la cruz. Una muerte mísera tanto por el sufrimiento como para
la dignidad humana.
Unos cuántos eruditos sensibles y evolucionados (el Sermón de la
Montaña se atribuye a Marcos y el Sermón del Llano a Lucas) dejaron constancia
de determinadas referencias o sermones al objeto de intentar ofrecer a la clase
popular (ignorada y explotada) una fuente de esperanza y especialmente de
dignidad que cubriera su martirio cotidiano con un horizonte de felicidad
eterna. Ya por aquellos entonces, se predicaba con el amor al prójimo como
herramienta de paz y consuelo.
Con una lectura, casi plana, de los consejos que nos dejaron los
denominados evangelistas encontramos perfiles sociales del calvario existencial
de los contemporáneos de la época: El cielo será para los que padecen
persecución por la justicia. Tenían que ser perfectos (humildes, conducta
modélica, justos, sumisos, amor al enemigo, misericordiosos y limpios de
corazón) teniendo, no obstante una perspectiva muy esperanzadora al iniciarse
en ellos el camino del monoteísmo como verdadera cuna de la emancipación del
humano. Con la humanización de las deidades plurales que han existido con
anterioridad del “crucificado”, el hombre, da un primer paso importante hacia
su plenitud gloriosa que lo libere de sus condicionamientos primarios o animales.
Desde este punto los, corderos de Dios, van y van tomando forma
de proletarios según nos esboza en el Manifiesto Comunista aquí descrito y
comentado. La cristiandad disuelta o atomizada en diversas interpretaciones ha
dado respuestas distintas ante el proyecto emancipador del hombre. Unas, las
más, se han dedicado a guiar al pueblo por el camino de su elevación conceptual
y espiritual al objeto de que el hombre encuentre su felicidad a través de la
plenitud del alma. No obstante, otras versiones, de la misma cristiandad de
origen, han optado por estimar que la emancipación del hombre debe estar guiada
por los representantes de Dios (clero) en la tierra siendo sólo ellos los
legitimados en autorizar los nuevos horizontes del trabajador, del cordero. La
lectura católica del hecho cristiano, al estar totalmente politizada teje y
teje artimañas para no perder nada de su protagonismo social dentro del
conflicto permanente que mantiene con el rebajo de Dios. Un ejemplo más es la
respuesta que los sabios moradores de la cátedra de San Pedro han dado a la Ley
sobre la Recuperación de la Memoria Histórica que el Parlamento Español tiene
previsto aprobar en breve. Ante la posibilidad de desenmascarar los hilos y
actores que desencadenaron el fraternal genocidio del llamado Levantamiento
Nacional, Roma beatifica a más de cuatrocientas víctimas del lado capitalista
tomando evidente partido por el entonces –y durante muchos años- denominado
nacionalcatolicismo e ignorando a los cientos y cientos de humanos que –vivos o
muertos- sufrieron durante décadas la represión.
Esta interpretación cultural de la deidad monoteísta del
“crucificado”, muy a pesar de Roma, no es tan monolítica como desearían los
purpurados del Vaticano. Ejemplo evidente es la llamada Teología de la
Liberación que con admirable constancia dejan claros signos de referencia para
que el cordero pase a ser proletario, para que el hombre alcance su libertad.
Los teóricos de las ideas
comunistas del siglo XIX no podían imaginarse, como la burguesía personalizada
en el humano opresor, sería sustituida, no por el proletario victorioso de la
revolución, sino por las grandes multinacionales que, como grandes Estados de
la producción, han globalizado el trabajo situando de nuevo los avances del
trabajador dentro del circo de la competencia, del consumo de la vileza. De
nuevo hemos de volver a empezar a reconocer el Sermón de la Montaña.
La Teología de la liberación, el cristianismo de base; los
ciudadanos comprometidos con la emancipación del hombre, han de evidenciar sin
miedo los signos y conductas que antaño otros acuñaron. Para ello se hace
preciso liberarnos del consumismo opresor que tanto y tanto envilece al hombre
y que es la versión actualizada de la cruz. ¡¡Insumisión al consumo!!
¡¡Libertad a las ideas!! ¡¡Cooperación humana!!
No te impacientes si los ves hacer muchos millones. Sus acciones
comerciales son como el heno de los campos. No envidies a los millonarios ni a
las estrellas de cine, a , los que figuran a ocho columnas en los diarios, a
los que viven en hoteles lujosos y comen en lujosos restaurantes; porque pronto
sus nombres no estarán en ningún diario y ni los eruditos conocerán sus
nombres.
Porque pronto serán segados como el heno de los campos.
No te impacienten sus inventarios y su progreso técnico. Al
líder que ves ahora pronto no lo verás, lo buscarás en palacio y no lo
hallarás. Los hombres mansos serán los nuevos líderes (los pacíficos).
Están agrandando los campos de concentración; están inventando
nuevas torturas, nuevos sistemas de “investigación”.
En la noche no duermen haciendo planes, planeando cómo
aplastarnos más; cómo explotarnos mas; pero el Señor se ríe de ellos porque ve
que pronto caerán del poder.
Las armas que ellos fabrican se volverán contra ellos. Sus
sistemas políticos serán borrados de la tierra y ya no existirán sus partidos
políticos. De nada valdrán los planos de sus técnicos.
Las grandes potencias son como l flor de los prados. Los
imperialismos son como el humo.
Nos espían todo el día. Tienen ya preparadas sus sentencias.
Pero el Señor no nos entregará a su Policía. No permitirá que seamos condenados
en el Juicio. Yo, ví el retrato del
dictador en todas partes –se extendían como un árbol vigoroso- y volví a pasar
y ya no estaba.
Lo busqué y no lo hallé. Lo busqué y ya no había ningún retrato;
y su nombre no se podía pronunciar.
Salmo 36 (Ernesto Cardenal)
Oh Dios. Jerusalén es un montón de escombros. La sangre de tu
pueblo se derramó en las calles y corrió por las cunetas y se fue por las
alcantarillas,
La propaganda se burla de nosotros y los slogans de odio nos
rodean.
¿Hasta cuándo Señor estarás airado con nosotros? ¿Arderá tu
furor como el fuego nuclear que no se apaga con agua? ¿Por qué han de decir los
ateos “donde está su Dios”?
Llegue a tus oídos el gemido de los presos y la oración de los
condenados a trabajos forzados y condenados a muerte. Ten presencia en la
oración de sus siervos humillados en los campos de concentración,
Y, nosotros tu pueblo. Te alabaremos eternamente y te cantaremos
de generación en generación (con el permiso de la Obra Social de aquellas
farsas financieras tuteladas por el Opus Dei)
*
Me preocupa que no te
dosifiques. La emancipación te ha hecho conocer el amor y éste te ha
correspondido con impurezas humanas. Tú que has sido musa de todo y razón de
todo no encontrarás el premio doméstico que corresponde a tu naturaleza
bondadosa. Lo sabes y sigues y sigues queriendo parar el cauce de los ríos y
conducir los vientos. Tú eres el trueno que despertó mi alma
Gossen
de Paula.
Abril 2007
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