¡¡¡EL AMOR NO TIENE PROPIEDAD!!!
El rasgo distintivo del comunismo no es
abolición de la propiedad en general, sino la abolición de la propiedad
burguesa. Pero la propiedad privada actual, la propiedad burguesa, es la última
y más acabada expresión del modo de producción y de apropiación de lo producido
basado en los antagonismos de clase, en la explotación de los unos por los
otros. En este sentido los comunistas pueden resumir su teoría en esta fórmula:
abolición de la propiedad privada de los medios de producción.
Se nos ha reprochado a los comunistas el
querer abolir la propiedad personalmente adquirida, fruto del trabajo propio,
esa propiedad que forma la base de toda libertad, de toda actividad, de toda
independencia individual. Esa propiedad nunca debe ser abolida, aunque
desgraciadamente el progreso de la industria y la especulación la está aboliendo
a diario.
No obstante, hagamos alguna reflexión. ¿es
que el trabajo asalariado, el trabajo del proletario crea propiedad? De ninguna
manera. Lo que crea es capital, es decir, la propiedad que explota al trabajo
asalariado y que no puede acrecentarse sino a condición de producir nuevo
trabajo asalariado, para explotarlo a su vez. En su forma actual, la propiedad
se mueve en el antagonismo entre el capital y el trabajo asalariado. Examinemos
los dos términos de este antagonismo.
Ser capitalista significa ocupar, no sólo
una posición meramente personal en la producción, sino también una posición
social. El capital es un producto colectivo; no puede ser puesto en movimiento
sino por la actividad conjunta de muchos miembros de la sociedad y, en último término,
sólo por la actividad conjunta de todos los miembros de la sociedad. El capital
no es, pues, una fuerza personal; es una fuerza social. En consecuencia, si el
capital es transformado en propiedad colectiva, perteneciente a todos los
miembros de la sociedad, no es la propiedad personal la que se transforma en
propiedad social. Sólo habrá cambiado el carácter social de la propiedad. Esta
perderá su carácter de clase.
Si diseccionamos el trabajo asalariado
veremos que el precio medio del trabajo es el mínimo del salario, es decir, la
suma de los medios de subsistencia indispensables al obrero para conservar su
vida como tal obrero. Por consiguiente, lo que el obrero asalariado se apropia
por su actividad es estrictamente lo que necesita para la mera reproducción de
su vida. Esta apropiación resulta miserable y convierte al obrero en un mero
comparsa para que la burguesía incremente su capital como clase dominante. En
la sociedad burguesa, el trabajo viviente no es más que un medio de incrementar
el trabajo acumulado. En la sociedad comunita, el trabajo acumulado no es más
que un medio de ampliar, enriquecer y hacer más fácil la vida de los
trabajadores. De este modo, en la sociedad burguesa el pasado domina al
presente; en la sociedad comunista es el presente el que domina al pasado. En
la sociedad burguesa el capital es independiente y tiene personalidad, mientras
que el individuo que trabaja carece de independencia y de personalidad.
¡Y es la abolición de semejante estado de
cosas lo que la burguesía considera como la abolición de la personalidad y de
la libertad! Y con razón. Pues se trata efectivamente de abolir la personalidad
burguesa, la independencia burguesa y la libertad burguesa.
Por la libertad, en las condiciones actuales
de la producción burguesa, se entiende la libertad de comercio, la libertad de
comprar y vender. Desaparecido el chalaneo, desaparecerá también la libertad de
chalanear. Las reclamaciones sobre la
libertad de chalaneo, lo mismo que las demás bravatas liberales de nuestra burguesía,
sólo tiene sentido aplicadas al chalaneo encadenado y al burgués sojuzgado de
la Edad Media, pero no ante la abolición comunista del chalaneo, de las
relaciones de producción burguesas y de la propia burguesía. Os horrorizáis que
queramos abolir la propiedad privada. Pero en vuestra sociedad actual la
propiedad privada está abolida para las nueve décimas partes de sus miembros.
Precisamente porque no existe para esas nueve décimas partes, existe para
nosotros. Nos reprocháis, pues, el querer abolir una forma de propiedad que no
puede existir sino a condición de que la inmensa mayoría de la sociedad sea
privada de propiedad. En una palabra, nos acusáis de querer abolir vuestra
propiedad. Efectivamente, eso es lo que queremos. Según vosotros, desde el
momento en que el trabajo no pueda ser convertido en capital, en dinero, en
renta de la tierra, es una palabra, en poder social susceptible de ser
monopolizado; es decir, desde el instante en que la propiedad personal no puede
transformarse en propiedad burguesa, desde ese instante la personalidad queda
suprimida.
Reconocía, pues, que por personalidad no
entendéis sino al burgués, al propietario burgués. Y esta personalidad
ciertamente debe ser suprimida. El comunismo no arrebata a nadie la facultad de
apropiarse de los productos sociales, no quita más que el poder de sojuzgar el
trabajo ajeno por medio de esa apropiación.
Se ha objetado que con la abolición de la
propiedad privada cesaría toda actividad y sobrevendría una indolencia general.
Si así fuese, hace ya mucho tiempo que la sociedad burguesa habría sucumbido a
manos de la holgazanería, puesto que en ella los que trabajan no adquieren y
los que adquieren no trabajan. Toda objeción se reduce a esta tautología: no
hay trabajo asalariado donde no hay capital.
Todas las objeciones dirigidas contra el
modo comunista de apropiación y de producción de los productos materiales han
sido hechas igualmente respecto a la apropiación y a la producción de los
productos del trabajo intelectual. Lo mismo que para el burgués la desaparición
de la propiedad de clase equivale a la desaparición de toda producción, la
desaparición de la cultura de clase significa para él la desaparición de toda
cultura.
La cultura, cuya pérdida deplora, no es para
la inmensa mayoría de los hombres más que el adiestramiento que los transforma
en máquinas.
Más no discutáis con nosotros mientras
apliquéis a la abolición de la propiedad burguesa el criterio de vuestras
naciones burguesas de libertad, cultura, derecho, etcétera. Vuestras ideas son
en sí mismas producto de las relaciones de producción y de propiedad burguesas,
como vuestro derecho no es más que la voluntad de vuestra clase dirigida en
ley; voluntad cuyo contenido está determinado por las condiciones materiales de
existencia de vuestra clase.
La concepción interesada que os ha hecho
erigir en leyes eternas de la Naturaleza y de la Razón las relaciones sociales
dimanadas de vuestro transitorio modo de producción y de propiedad –relaciones
históricas que surgen y desaparecen en el curso de la producción-, la compartís
con todas las clases dominantes hoy desaparecidas. Lo que concebís para la
propiedad antigua, lo que concebís para la propiedad feudal, no os atrevéis a
admitirlo para la propiedad burguesa.
¡Queréis abolir la familia! Hasta los más
radicales se indignan ante este infame designio de los comunistas. ¿En que
bases descansa la familia actual, la familia burguesa? En el capital, en el
lucro privado. La familia, plenamente desarrollada, no existe más que para la
burguesía; pero encuentra su complemento en la supresión forzosa de toda
familia para el proletariado y en la prostitución pública. La familia burguesa
desaparece naturalmente al dejar de existir ese complemento suyo, y ambos
desaparecen con la desaparición del capital.
¿Nos reprocháis el querer abolir la
explotación de los hijos por sus padres? Confesamos este crimen. Pues decís que
destruimos los vínculos más íntimos, sustituyendo la educación doméstica por la
educación social.
Y vuestra educación,¿no está también determinada
por la sociedad, por las condiciones sociales en que educáis a vuestros hijos,
por la intervención directa o indirecta de la sociedad a través de la escuela,
etcétera. Los comunistas no han intentado esta injerencia de la sociedad en la
educación, no hacen más que cambiar su carácter y arrancar la educación a la
influencia de la clase dominante.
Las declaraciones burguesas sobre la familia
y la educación sobre los dulces lazos que unen a los padres con sus hijos,
resultan más repugnantes a medida que la gran industria destruye todo vínculo
de familia para el proletariado, y transforma a los niños en simples artículos
de comercio, en simples instrumentos de trabajo.
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