NOS PASAMOS LA
VIDA INTENTANDO AGRADAR Y SER OBEDIENTES. ADAPTARSE ES POSITIVO, EXAGERALO
CONDUCE AL AISLAMIENTO. DEJAR DE RECORRER LA SENDA QUE QUIEREN LOS DEMÁSY
GUIARSE MÁS POR LA ILUSIÓN ES EL MEJOR CAMINO.
Guix.
Debería empezar por confesar
que buena parte de mi vida la he pasado siendo un niño adaptativo. Muchos de mi
generación respondemos a ese patrón actitudinal: caer bien, quedar bien,
hacerlo todo bien. Ser, ante todo, obediente. La manera de ser amados se
correspondía con la capacidad de generar en los demás un estado de simpatía
hacia nuestra persona. Y nada funciona mejor en este sentido que adaptarse a
las demandas del medio y de las voluntades ajenas. Imposible desobedecer.
Imposible fallar. Imposible actuar según los propios designios, según las ganas
y según los latidos del corazón.
Adaptarse al medio no es
ningún demérito, más bien al contrario. Sin embargo, cuando la adaptación se
pone al servicio de las transacciones afectivas, de la búsqueda de aprobación y
estima de los demás, entonces tenemos un problema. La vida se convierte en la
obligación de ser buenos, de corresponder a las expectativas ajenas. Se construye
así una identidad disociada: quien soy por fuera y quien soy por dentro. La
zona abierta y la zona oculta. Lo malo es que uno llega A CREER QUE LO QUE
EXISTE AHÍ DENTRO ES VERGONZOSO. Por Eso hay que ocultarlo.
Con el paso de los años, las
personas que se han pasado la vida obligándose a ser buenas acaban tan hartas
que prefieren encerrarse en sí mismas. Deciden vivir por fin su vida oculta,
solo que no lo saben hacer ante los demás, por lo que prefieren que los dejen
en paz. Hartas de todo, se aíslan, van a lo suyo y la familia con un ratito
basta. Se abandonan porque no quieren más obligaciones.
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