“Tu misión no es buscar el amor, sino descubrir todas las barreras
que has creado en tu interior para no verlo” (Jalal ad-din Rumi)
Algunas personas necesitan el contacto. Lo manifiestan en una demanda continua de afecto y en que prefieren estar en compañía. Una exacerbada necesidad puede estar asociada a un pasado de carencias afectivas que han dejado un hueco difícil de llenar. Puede ser consecuencia de unos primeros vínculos distantes o ambivalentes con las personas más cercanas. O, por el contrario, quizá una dedicación excesiva provocó que se creciera centrado en las propias necesidades. Como personas precisamos el placer del contacto sin amenaza de intrusión o abandono a fin de adquirir una sensación de seguridad en las futuras relaciones. Sin embargo, apunta Boris Cyrulnik en su libro El amor que nos cura, ciertas relaciones adultas pueden sanar esas heridas emocionales.
No hemos de olvidar que elaboramos una imagen de nosotros mismos a través de la interacción con los otros seres humanos. Por eso, recibir cariño, atención y aprecio ayuda a sentir que se es merecedor del interés y el amor de los demás.
El contacto que transforma
“El encuentro entre dos personalidades es como el contacto entre dos sustancias químicas: si hay alguna reacción,
ambas se transforman” (Carl G. Jung)
Todos disponemos de las herramientas necesarias para establecer un buen contacto: las expresiones faciales, la mirada, los gestos, el cuerpo, la voz… La cuestión estriba en cómo las utilizamos. Para establecer un buen contacto es muy importante la congruencia. Significa que las palabras reflejan lo que sentimos y pensamos, y las expresiones corporales y faciales también. Desde esta autenticidad es posible ganar proximidad con los demás. Al abrirnos se produce una reacción expansiva que se mide tanto en el cuerpo como en la sensación de relajación y calor. Mientras que los sentimientos de hostilidad producen una retracción.
El beneficio del contacto es simétrico. Si se da una atención afectuosa, procura placer tanto tocar como ser tocado, escuchar como ser escuchado, mirar como ser mirado. Cuando fluye este calor humano, las defensas se aflojan y las personas se sienten más libres. Resulta asombroso, por ejemplo, el efecto que puede tener en una pareja dejar a un lado las pugnas para conectar realmente con el otro.
Tenemos a nuestro alcance un recurso económico a la par que efectivo: el contacto humano. Las caricias, las palabras, las miradas… no solo aportan consuelo, alivio, ternura, atención, afecto, sino que tienen la capacidad de transformarnos, haciéndonos sentir mejor y enriqueciéndonos como personas.
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