"La diferencia entre el pasado, el presente y el futuro es solo una ilusión persistente". Einstein
Una teoría sobre el análisis
transaccional o los tres estados del “YO”: el niño, el adulto y el padre. Esas figuras simbólicas que
todos llevamos encima son fáciles de reconocer si escuchamos nuestros diálogos
internos. Pero más allá de la teoría y de la atinada descripción de los juegos
en los que vivimos según la teoría, el niño es la parte más valiosa de la
personalidad, ya que contribuye al impulso creador, el encanto, la intuición o
el placer.
No obstante, distingue entre
el niño adaptado y el niño natural. El primero es el que modifica su
comportamiento bajo la influencia parental. Se porta como el padre o la madre
querían que se portara. O se adapta y lo hace con dos posible expresiones:
encerrándose en sí mismo o quejándose. El niño natural es una expresión
espontánea. Es rebelde o creativo, por ejemplo.
De ahí obtenemos una primera
pista valiosa: el precio de la adaptación consiste en partirse en dos. Uno es
complaciente. El otro, ocultamente insatisfecho. De este modo crece sufriendo
esa doble existencia. La de fuera, elogiada por todo el mundo. La de dentro,
odiada por uno mismo. La que se muestra y la que se oculta. Una cara es el
éxito; la otra, el aburrimiento. O se cae en la vanidad y el narcisismo o se muere
de envidia o de vacío. Mal asunto.
Lo que surge del fondo de
nuestro ser es inteligencia, energía y afecto. Pero, en cambio, el modo de ser
se adquiere a través de lo que se nos enseña, lo que se debe hacer, cómo hay
que hacerlo y lo que no hay que hacer. El niño aprende que no vale tanto por lo
que es, sino por su adaptación a un modo de ser ajeno a él. Es así como
construimos un exterior que, con tal de garantizarnos seguridad, afecto y
felicidad, nos pide a cambio que renunciemos a nuestra naturalidad.
“El niño desconecta de su
fondo de energía, de su fondo de vitalidad, de donde surge la capacidad combativa
de vivir, de jugar, de expresar sus necesidades vitales”. Es así como uno
pierde la seguridad en sí mismo. El niño deja de vivir en su fuente natural y
acaba por depender de las fuentes externas, la madre primero y el mundo
después. Pero ¿qué ocurre cuando, a pesar de ser bueno y adaptado, ahí fuera
les niegan sus necesidades? Entonces el niño se encuentra sin soporte central y
sin soporte exterior y por unos momentos se encuentra totalmente aislado,
desconectado, en una soledad total. Es el estadio de angustia fundamental.
Esa ansiedad la seguimos
viviendo de adultos cada vez que sentimos la duda de quién somos o de no
funcionar según los modelos establecidos. Se llega a un callejón sin salida: si
soy yo, no me querrán. Nos abandonamos a nosotros mismos para que no nos
abandonen los demás, los que creemos fuente de todo lo que necesitamos. La
mayor parte de las personas que juegan a ser buenas, que tienen la necesidad
imperiosa de sentirse bondadosas y lograr ser queridas, lo hacen para evitar
esas angustias. Así han aprendido a vivir con obligaciones, remordimientos y
culpabilidades.
¡Todo con ilusión, nada por
obligación!
Lo que encierra esta frase
tan breve es toda una declaración existencial. Los griegos nos impulsaron hacia
la virtud a través de la lucha y la victoria, para obtener así la condición de
personas honorables. Hoy preferimos hablar de ilusión y de felicidad, de fluir,
de amar y de sentir pasión por aquello que nos gusta.
No obstante, para llegar a
tales plenitudes es necesario un ejercicio de autoconocimiento que permita
observar y corregir la pesadez de seguir siendo un modelo a los ojos del mundo.
Atreverse a ser uno mismo pasa por tener a raya al niño adaptativo, abandonar
la obligación interior de ser siempre bueno y preferir mostrarse con
autenticidad. Para ellos hay que vencer esas angustias que ahora perviven como
memorias emocionales. Hay que abrazar la vulnerabilidad de sentirse desnudo
hasta descubrir lo bien que sienta recuperar la naturalidad. Aquella que no se
basa en modelo alguno, sino en inteligencia, amor y energía. El resto es mera
reactividad, miedo y control.
A veces, el planteamiento es
sencillo: ¿qué es lo que hago por obligación?, ¿qué es lo que hago con ilusión?
El caminante que hace camino al andar debe avanzar ligero. Cuando su mochila
está demasiado cargada de obligaciones, debe soltar lastre. Y una de las más
pesadas es la que obliga a recorrer la senda que quieren los demás. Hay que
encontrar el propio camino y revisar de vez en cuando si se sigue siendo feliz al
andar.
X,Guix
1 comentarios:
Gracias Maestro.
Publicar un comentario