“Al explicar la conducta y el pensamiento humanos, la posibilidad de que la herencia desempeñe algún papel tiene aún la capacidad de impresionar”
(Steven Pinker)
(Steven Pinker)
Una de las pruebas de que a los humanos nos cuesta creer en la determinación de los genes es la feroz crítica de la que son objeto los expertos que la defienden. Un ejemplo lo constituyen Richard Herrnstein y Charles Murray. Ellos publicaron The Bell Curve, donde sostienen que las diferencias en los test de inteligencia entre los estadounidenses negros y blancos se deben no solo a causas ambientales (o sea, al aprendizaje), sino también a diferencias genéticas. Críticas igualmente despiadadas recibió Judith Rich Harris cuando publicó El mito de la educación, donde señala que la personalidad de los niños está configurada tanto por sus genes como por el medio.
Un colectivo a quien también le cuesta admitir las diferencias genéticas, en este caso entre hombres y mujeres, lo constituyen algunas feministas. En algunos casos han llegado a afirmar que todas las diferencias de género, excepto las anatómicas, se deben a los diferentes roles que nos otorga la sociedad.
Las diferencias genéticas entre hombres y mujeres existen, pero eso no puede hacer tambalear nuestro objetivo de igualdad. La inteligencia general es igual en término medio entre los dos sexos, y prácticamente todos los rasgos psicológicos se pueden encontrar en diversos grados entre los miembros de cada uno de ellos. Dicho de otro modo, cualquier generalización sobre un sexo siempre será falsa para muchas personas. Que hombres y mujeres nazcamos con unas tendencias no significa que la educación no nos module. Obviamente, debemos seguir luchando para que niños y niñas reciban una educación no sexista.
Melisa Himer, en el año 2002, realizó un experimento para comprobar las preferencias en cuanto a juguetes de individuos de los dos sexos de muy corta edad. Les puso a su alcance juguetes de marcado sesgo sexista: un camión y una pelota, una muñeca y una sartén. El sexo masculino prefirió el coche y la pelota, mientras el femenino, la muñeca y la sartén. Lo más increíble es que los sujetos ¡eran monos!
Son incontables las investigaciones que demuestran que muchas de las diferencias entre hombres y mujeres hunden sus raíces en los genes. No nacemos como una tabla rasa. Salimos del útero materno ya con nuestras tendencias. He aquí un escalofriante ejemplo: Este suceso ocurrió en Estados Unidos en la década de los setenta. El triste protagonista de la historia fue un niño de ocho meses que perdió el pene en una circuncisión mal hecha. Sus padres consultaron al famoso investigador John Money, quien había dicho: “La naturaleza es una estrategia política de quienes están obligados a mantener el statu quo de las diferencias de sexo”. Les aconsejó que dejaran que los médicos castraran a su hijo y que le implantaran una vagina artificial. Eso hicieron, y a su “hija” nunca le contaron lo sucedido.
Años más tarde, en un artículo del New York Times se publicaba que “Brenda” (en realidad, Bruce) avanzaba en su infancia como una auténtica niña. Eso era lo que la sociedad y los mismos padres deseaban creer, pero la verdad era que desde muy pequeña Brenda se sentía un niño atrapado en un cuerpo de niña. Rasgaba los vestidos, rechazaba las muñecas y prefería las armas, le gustaba jugar con chicos e insistía en orinar de pie. A los 14 años decidió que o bien vivía como un niño, o bien se quitaba la vida. Finalmente, su padre le contó la verdad. Se sometió a una serie de operaciones para volver a asumir su identidad masculina y hoy está casado con una mujer. La educación no lo es todo.
Cuando hablamos de los rasgos físicos, el peso de la herencia nos parece evidente. En las psicopatologías, la herencia también juega un papel. ¿Cuál es el mejor indicio de que una persona llegará a ser esquizofrénica? Tener un hermano gemelo univitelino que sea esquizofrénico. La misma respuesta la podríamos dar si preguntáramos sobre el autismo, la dislexia, las depresiones graves, el trastorno bipolar, el trastorno obsesivo compulsivo… Pero, cuidado, esto no significa que si tenemos un gemelo esquizofrénico, lo seremos seguro con el 100% de probabilidades. La genética no nos determina totalmente; siempre el ambiente, lo que vivimos, influye en alto grado.
Un colectivo a quien también le cuesta admitir las diferencias genéticas, en este caso entre hombres y mujeres, lo constituyen algunas feministas. En algunos casos han llegado a afirmar que todas las diferencias de género, excepto las anatómicas, se deben a los diferentes roles que nos otorga la sociedad.
Las diferencias genéticas entre hombres y mujeres existen, pero eso no puede hacer tambalear nuestro objetivo de igualdad. La inteligencia general es igual en término medio entre los dos sexos, y prácticamente todos los rasgos psicológicos se pueden encontrar en diversos grados entre los miembros de cada uno de ellos. Dicho de otro modo, cualquier generalización sobre un sexo siempre será falsa para muchas personas. Que hombres y mujeres nazcamos con unas tendencias no significa que la educación no nos module. Obviamente, debemos seguir luchando para que niños y niñas reciban una educación no sexista.
Melisa Himer, en el año 2002, realizó un experimento para comprobar las preferencias en cuanto a juguetes de individuos de los dos sexos de muy corta edad. Les puso a su alcance juguetes de marcado sesgo sexista: un camión y una pelota, una muñeca y una sartén. El sexo masculino prefirió el coche y la pelota, mientras el femenino, la muñeca y la sartén. Lo más increíble es que los sujetos ¡eran monos!
Son incontables las investigaciones que demuestran que muchas de las diferencias entre hombres y mujeres hunden sus raíces en los genes. No nacemos como una tabla rasa. Salimos del útero materno ya con nuestras tendencias. He aquí un escalofriante ejemplo: Este suceso ocurrió en Estados Unidos en la década de los setenta. El triste protagonista de la historia fue un niño de ocho meses que perdió el pene en una circuncisión mal hecha. Sus padres consultaron al famoso investigador John Money, quien había dicho: “La naturaleza es una estrategia política de quienes están obligados a mantener el statu quo de las diferencias de sexo”. Les aconsejó que dejaran que los médicos castraran a su hijo y que le implantaran una vagina artificial. Eso hicieron, y a su “hija” nunca le contaron lo sucedido.
Años más tarde, en un artículo del New York Times se publicaba que “Brenda” (en realidad, Bruce) avanzaba en su infancia como una auténtica niña. Eso era lo que la sociedad y los mismos padres deseaban creer, pero la verdad era que desde muy pequeña Brenda se sentía un niño atrapado en un cuerpo de niña. Rasgaba los vestidos, rechazaba las muñecas y prefería las armas, le gustaba jugar con chicos e insistía en orinar de pie. A los 14 años decidió que o bien vivía como un niño, o bien se quitaba la vida. Finalmente, su padre le contó la verdad. Se sometió a una serie de operaciones para volver a asumir su identidad masculina y hoy está casado con una mujer. La educación no lo es todo.
Cuando hablamos de los rasgos físicos, el peso de la herencia nos parece evidente. En las psicopatologías, la herencia también juega un papel. ¿Cuál es el mejor indicio de que una persona llegará a ser esquizofrénica? Tener un hermano gemelo univitelino que sea esquizofrénico. La misma respuesta la podríamos dar si preguntáramos sobre el autismo, la dislexia, las depresiones graves, el trastorno bipolar, el trastorno obsesivo compulsivo… Pero, cuidado, esto no significa que si tenemos un gemelo esquizofrénico, lo seremos seguro con el 100% de probabilidades. La genética no nos determina totalmente; siempre el ambiente, lo que vivimos, influye en alto grado.
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