La rutina no nace porque sí. Aglutina muchos esfuerzos, muchos desvelos, mucha lucha, muchos logros que durante un tiempo fueron esperanzas y proyectos. Esta disposición a la acción que la rutina crea merece el respeto e incluso el amor. Y es que en ella se sintetizan y consolidan los desvelos y esperanzas de actos que nos precedieron.
Miedos y decisiones.
Nos confirma el divulgador científico Eduardo Punset algo que durante décadas ha sido ignorado: que las emociones están al comienzo y al final de todos los proyectos y de todos los mecanismo de decisión. Y cuando estas emociones toman la forma de miedo, lo que ocurre es que en nuestras decisiones comenzamos a perder la confianza y a dudar. En ambientes presididos por el miedo, aquellas tareas que en condiciones normales realizamos con absoluta naturalidad y eficacia las comenzamos a revisar, nos las cuestionamos, hasta el límite de dejar de ser capaces de llevarlas a cabo de forma natura. Dudamos de todo lo que hasta entonces hacíamos de forma automática, de las decisiones que tomábamos intuitivamente fruto de nuestra experiencia y profesionalidad. Presos del miedo nos ahogamos, ya que el pensamiento comienza a entorpecer decisiones que normalmente tomábamos sin meditar, y acabamos por cuestionarnos habilidades que hemos afianzado durante años. Las emociones son una parte crucial en este proceso. Como ha demostrado recientemente la investigación neurológica, las decisiones no dependen únicamente de la razón, sino de un diálogo interno permanente entre razón y emoción. Y en este diálogo nos encontramos secuestrados por un sentimiento asfixiante, las decisiones más banales se vuelven imposibles de tomar.
Miedos y decisiones.
Nos confirma el divulgador científico Eduardo Punset algo que durante décadas ha sido ignorado: que las emociones están al comienzo y al final de todos los proyectos y de todos los mecanismo de decisión. Y cuando estas emociones toman la forma de miedo, lo que ocurre es que en nuestras decisiones comenzamos a perder la confianza y a dudar. En ambientes presididos por el miedo, aquellas tareas que en condiciones normales realizamos con absoluta naturalidad y eficacia las comenzamos a revisar, nos las cuestionamos, hasta el límite de dejar de ser capaces de llevarlas a cabo de forma natura. Dudamos de todo lo que hasta entonces hacíamos de forma automática, de las decisiones que tomábamos intuitivamente fruto de nuestra experiencia y profesionalidad. Presos del miedo nos ahogamos, ya que el pensamiento comienza a entorpecer decisiones que normalmente tomábamos sin meditar, y acabamos por cuestionarnos habilidades que hemos afianzado durante años. Las emociones son una parte crucial en este proceso. Como ha demostrado recientemente la investigación neurológica, las decisiones no dependen únicamente de la razón, sino de un diálogo interno permanente entre razón y emoción. Y en este diálogo nos encontramos secuestrados por un sentimiento asfixiante, las decisiones más banales se vuelven imposibles de tomar.
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