DEMASIADO PENDIENTES DE LA APROBACIÓN SOCIAL.
Aceptar nuestra vulnerabilidad en lugar de
tratar de ocultarla es la mejor manera de adaptarse a la realidad.
Dejar de ser uno mismo para lograr ser aceptados
y reconocidos por los demás tiene unos costes personales excesivos para
cualquiera.
Suele ser común escuchar decir a la gente que los demás no les importan.
Que se rigen por sus propios criterios, que cada
uno es como es y que nadie les impide hacer lo que desean hacer. No obstante,
como observador de la conducta humana, creo que eso es lo que quieren creer, y
lo que quieren que los demás creen de ellas. En realidad, lo dicen justamente
porque lo tienen en cuenta.
Nadie existe sin entrelazar su vida. Nadie vive
completamente por sí mismo aunque viva aislado. En nuestras mentes están los
demás, están los fenómenos que nos envuelven, están los recuerdos y las
proyecciones, está lo cercano y lo trascendente. Todo es inter-ser. La
existencia se basa en la interrelación de todo lo que habita en ella. Por eso
somos seres entrelazados. Vivamos solos o en comunidad, el otro está siempre
presente.
La alteridad se expresa en dos formatos: El otro como ajeno (alius) o el otro
como misterior (alter) El primero crea incomodidad, inquieta o puede llegar a
ser un estorbo. El segundo libera del egocentrismo, abraza la curiosidad de
descubrir a una persona y encontrarnos a la vez a nosotros mismos. Sin embargo,
la presencia de ese individuo, o del grupo, la tribu, la familia, la comunidad,
la sociedad, se convierte en un difícil ejercicio entre ser uno mismo o serlo
con los demás.
Al hacernos con los demás tendemos a tres
conductas defensivas ante el miedo a no encajar, por el contrario, ante el
temor a quedar diluidos entre prejuicios sociales y los intereses ajenos. O
bien nos adaptamos en exceso, o nos rebelamos ante todo, o quedamos encerrados
en nuestro cascarón procurando no molestar al mundo ni que el mundo nos
moleste. Son intentos fallidos de una adaptación natural, es decir, la que
mantiene un sano equilibrio entre vivir y dejar vivir. Entre ser uno mismo sin
dejar de serlo ante los demás y, a la vez, reconociendo a los demás en lo que
son.
De estas tres formas
reactivas, la persona que tiende a adaptarse con desmesura a los demás, a las
normas, a las exigencias del contexto, a lo conveniente, es la que busca
afanosamente su aprobación, la que mantiene la expectativa de sentirse
aceptada, reconocida, perteneciente, amada incluso. Es su compensación por
tanta entrega. El precio a pagar, sin embargo, acaba siendo la desconexión consigo
misma, los desengaños de los demás y cargarse de obligaciones.
Las personas que buscan
aprobación viven divididas entre sus intereses y los ajenos. Les sabe mal decir
que no. Se obligan a ser complacientes o al menos cumplidoras, dignas de
confianza, meticulosas y eficientes. Temen el error o los juicios equivocados y
valoran en exceso los aspectos de sí
mismas que se relacionan con la disciplina, la perfección y la lealtad.
Es un malvivir entre el
deseo propio y la culpa de sentir impulsos prohibidos. La necesidad de ser y la
rabia por no permitírselo (tendría que haber dicho, tendría que haber hecho).
El resultado final de todo este desaguisado tiene tres aspectos a considerar.
El primero es un estado profundo de tristeza y de agresión a sí mismas. Se
autoculpan y a la vez se apenan de ser como son por su propia rigidez. Esa vida
interior se oculta por vergüenza, mostrando hacia fuera un aspecto de “todo
está bien”. La mayoría de los sentimientos están bajo control.
El segundo aspecto es la
dificultad de la persona, en definirse por sí misma. Acostumbrada a tener tan
en cuenta a los demás, desatiende sus propias necesidades al extremo que
desconoce lo que realmente le complace. La desconexión interior que sufre la
desarma emocionalmente. Lo vive todo para lograr una buena opinión de los
demás, se da forma solo a través de normas, programaciones de tiempo y
jerarquías. Su obstinación y su indecisión ante los cambios inesperados las
adentra en una personalidad obsesiva.
El tercer aspecto tiene
que ver con el paso del tiempo. Si no han logrado reconectarse y atender sus
propias necesidades, llegará un día en el que van a preferir estar solas,
aisladas, ocupadas de sí mismas, pero a escondidas, porque la mera presencia de
los demás, incluso de su propia familia, las obliga. Se han acostumbrado tanto
a cumplimentar que ya no saben hacer otra cosa. Por eso prefieren cierta
soledad, para no sentirse obligadas.
Ante la presencia de los
demás de los demás no saben hacer otra cosa que interesarse por sus necesidades
y atenderlas si es posibles. No han aprendido a afirmarse a sí mismas, a poner
límites, a defender sus intereses, a mostrarse flexibles y a romper algunas
reglas. Lo resuelven desapareciendo.
Superar la aprobación
social, al igual que cualquier aspecto disfuncional de nuestra vida, pasa por
el autoconocimiento y el proceso de hacerse individuo, de devenir uno,
indivisible, íntegro en lugar de disociado y fragmentado.
Se conoce que muchas
personas adaptativas en exceso han sido coaccionadas e intimidadas,
fundamentalmente en la familia, para aceptar las demandas y los juicios
impuestos por los demás. Sus formas de actuar, prudentes, controladas y
perfeccionadas, derivan de un conflicto entre la hostilidad hacia los demás y
el miedo a la desaprobación social. La forma en la que resuelven el conflicto
consiste en suprimir su resentimiento, manifestando un compromiso excesivo y
exigiéndose mucho a sí mismas y también a los demás.
Guix
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