El humano nace para una realidad, no siempre placentera, que sufren especialmente los niños.
Muchos de
nosotros, al no ser tangible ni visible, obviamos aquellas sensaciones a las
que también llamamos alma.
Definirla de
manera comprensible y universal es un buen reto para un narrador temporal que,
envuelto en sus limitaciones, trate de dibujar oralmente aquello solo es
percibible a través de la emoción.
Más el
"alma" siempre está ahí. Preparada para dar sentido a la carne que
cubre nuestra razón distinguiéndonos del resto de animales con su potencia
inmaterial.
Al igual que
cualquier músculo debe ejercitarse para alejarnos del embrutecimiento que nos
somete la banalidad del consumo.
Sin alma cualquier
acción humana carece de sentido ya que ella es la que vehicula nuestro devenir
por el "universo del sentido". Cuidemos, por tanto, ese potencial de
amor abandonando, ese egoísmo que día a día nos presenta la tentación en forma
de "vulgaridad del yo".
Así, la amistad
será eterna e inolvidable donde los demás darán sentido al nosotros toda vez
que el YO habrá desaparecido.
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