Hombres libres y esclavos, patricios y
plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, es una palabra: opresores y
oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas
veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación
revolucionaría de toda la sociedad o el hundimiento de las clases beligerantes.
En las anteriores épocas históricas
encontramos casi por todas partes una completa división de la sociedad en
diversos estamentos, una múltiple escala gradual de condiciones sociales. En la
antigua Roma hallamos patricios caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad
Media señores feudales, vasallos, maestros, oficiales y siervos, y, además en
casi todas estas clases todavía encontramos gradaciones especiales.
La moderna sociedad burguesa, que ha salido
de entre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las contradicciones de
clase. Únicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas condiciones de
opresión, las viejas formas de lucha por otras nuevas. Toda la sociedad va
dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes
clases que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado. De los
siervos de la Edad Media surgieron los villanos libres de las primeras
ciudades; de este estamento urbano salieron los primeros elementos de la
burguesía.
El descubrimiento de América y la
circunnavegación de África ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo
de actividad. Los mercados de las Indias y de China, la colonización de
América, el intercambio con las colonias, la multiplicación de los medios de
cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación
y a la industria un impulso hasta entonces desconocido, y aceleraron, con ello,
el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en
descomposición.
El antiguo modo de explotación feudal o
gremial de la industria ya no podía satisfacer la demanda, que crecía con la
apertura de nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto la manufactura. La clase
media industrial suplantó a los maestros de los gremios; la división del
trabajo entre las diferentes corporaciones desapareció ante la división del
trabajo en el seno del mismo taller.
Pero los mercados crecían sin cesar, la
demanda iba siempre en aumento. Ya no basta tampoco la manufactura. El vapor y
la máquina revolucionaron entonces la producción industrial. La gran industria
moderna sustituyó a la manifactura; en lugar de la clase media industrial
vinieron a ocuparlo los industriales millonarios jefes de verdaderos ejércitos
industriales –los burgueses modernos-.
La gran industria ha creado el mercado
mundial ya preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial
aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la navegación y de todos
los medios de transporte por tierra. Este desarrollo influyó a su vez en el
auge de la industria, y a medida que se iban extendiendo la industria, el
comercio, la navegación y los ferrocarriles, se desarrollaba la burguesía,
multiplicando sus capitales y relegando a segundo término las clases legadas
por la Edad Media.
La burguesía moderna, como vemos, es por sí
misma fruto de un largo proceso de desarrollo, de una serie de revoluciones en
el modo de producción y de cambio. Cada etapa de la evolución recorrida por la
burguesía ha ido acompañada del correspondiente éxito político. Estamento
oprimido bajo la dominación de los señores feudales; asociación armada y autónoma
en la comuna; en unos sitios, República urbana independiente; en otros, tercer
estado tributario de la monarquía; después durante el período de la
manufactura, contrapeso de la nobleza en las monarquías feudales o absolutas y,
en general, piedra angular de las grandes monarquías, la burguesía, después del
establecimiento de la gran industria y del mercado universal, conquistó
finalmente la hegemonía exclusiva del Poder político en el Estado
representativo moderno. El gobierno del Estado moderno no es más que una junta
que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa. La burguesía ha
representado en la historia un papel altamente revolucionario.
Dondequiera que ha conquistado el Poder, la
burguesía ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílicas. Las
abigarrabas ligaduras feudales que ataban al hombre a sus “superiores
naturales” los ha desgarrado sin piedad paro no dejar subsistir otro vínculo
entre los hombres que el frío interés, el cruel “pago al contado”. Ha ahogado
el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el
sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta.
Ha hecho de la dignidad personal un simple –valor de cambio-. Ha sustituido las
numerosas libertades escrituradas y bien adquiridas por la única y desalmada
libertad de comercio. En una palabra, en lugar de la explotación velada por
ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotación abierta,
descarada, directa y brutal.
La burguesía ha despojado de su aureola a
todas las profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de
piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, poeta, al sabio,
los ha convertido en sus servidores asalariados. La burguesía ha desgarrado el
velo de emocionante sentimentalismo que encubría las relaciones familiares, y
las redujo a simples relaciones de dinero.
La burguesía ha revelado que la brutal
manifestación de fuerza en la Edad Media, tan admirada por la reacción, tenía
su complemento natural en la más relajada holgazanería. Ha sido ella la que
primero ha demostrado lo que puede realizar la actividad humana; ha creado
maravillas muy distintas a las pirámides
de Egipto, a los acueductos romanos y a las catedrales góticas, y ha realizado
campañas muy distintas a los éxodos de los pueblos y a las Cruzadas.
La burguesía no puede existir sino a
condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por
consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones
sociales. La conservación del antiguo modo de producción era, por el contrario,
la primera condición de existencia de todas las clases industriales
precedentes. Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción
de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constante
distinguen la época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones
estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencia y de ideas veneradas
durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de haber podido
osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es
profano, y los hombres al fin se ven forzados a considerar serenamente sus
condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.
Espoleada por la necesidad de dar cada vez
mayor salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita
anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en todas
partes. Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía dio un
carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran
sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional.
Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose
continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción se
convierte en cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por industrias
que ya no emplean materias primas indígenas, sino materias primas venidas de
las más lejanas del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio
país, sino en todas las partes del globo. En lugar de las antiguas necesidades,
satisfechas con productos nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman
para su satisfacción productos de los países más apartados y de los climas más
diversos.
Merced al rápido perfeccionamiento de los
instrumentos de producción y al constante progreso de los medios
recomunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas
las naciones, hasta a las más bárbaras.
Los bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería pesada que
derrumba todas las murallas de China y hace capitular a los bárbaros más
fanáticamente hostiles a los extranjeros. Obliga a todas las naciones si no
quieren sucumbir, a adoptar el modelo burgués de producción, las constriñe a
introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas. En una
palabra: se forja un mundo a su imagen y semejanza.
La burguesía ha sometido el campo al dominio
de la ciudad. Ha creado urbes inmensas; ha aumentado la población de las
ciudades en comparación con la del campo, substrayendo una gran parte de la
población al idiotismo de la vida rural. Del mismo modo que ha subordinado el
campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o semibárbaros a los
países civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente
al Occidente. La burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento de los
medios de producción, de la propiedad y de la población. Ha aglomerado la
población, centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad en
manos de unos pocos. La consecuencia obligada de ello ha sido la centralización
política. Las provincias independientes, ligadas entre si casi únicamente por
lazos federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras
diferentes, han sido consolidadas en una sola nación, bajo un solo gobierno,
una sola ley, un solo interés nacional de clase y una sola línea aduanera.
La burguesía, con su dominio de clase, que
cuenta apenas con un siglo de existencia, ha creado fuerzas productivas más
abundantes y más grandiosas que todas las generaciones pasadas juntas. El
sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, el empleo de las máquinas, la
aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación de
vapor, el ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la adaptación para el cultivo de
continentes enteros, la apertura de los ríos a la navegación, poblaciones
enteras surgiendo por encanto, como si salieran de la tierra. ¿Cuál de los
siglos pasados pudo sospechar siquiera que semejantes fuerzas productivas
dormitasen en el seno del trabajo social?
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