¿Para qué nací? Para salvarme. Que voy a morir… es infalible. Dejar de ver a Dios, y condenarme, dura cosa será, pero posible.
Posible, ¿y tengo
ánimo de alegrarme? Posible, ¿y tengo amor a lo visible? ¿Qué hago? ¿En qué me
empleo? ¿En qué me encanto?
O yo soy loco, o
debo ser humano.
Aprovechemos nuestra vida, ahora que aún es
tiempo, no vaya a ser cosa que en el momento menos pensado Dios nos llame y nos
encuentre con nuestras lámparas apagadas. Seamos precavidos, trabajemos por
nuestra salvación y la del prójimo a cada instante y no olvidemos rezar; el
poder de la oración es incalculable y tengamos la seguridad que siempre seremos
escuchados.
Hoy me he despertado algo agitado. Con las luces aún poco
fijadas, la angustia de los sueños ha presidido mi amanecer. Con la razón
dormida el inconsciente ha dialogado con el alma agitando una enorme tormenta
de conceptos desconocidos.
¿Qué es Dios más que los límites de mi ignorancia? ¿Quién se ha
adueñado de ella? ¿Cómo he sido deslumbrado por el miedo para que no vea la
luz? ¿Es el rezo un diálogo racional interno que acepta la ignorancia como
determinismo humano? Los pastores de la tierra nunca me han convencido dado
que, mayormente, su espiritualidad se ha manifestado de forma casi
funcionarial, es decir, aplicando soluciones predeterminadas ante problemas
individuales. No he tenido la suerte de poder abrazar la docta ignorancia y más
bien he conocido la soberbia indocta. Todo ello me conduce al repaso del
denominado Sermón de la Montaña, texto bíblico que puede considerarse como la
referencia social del humano tanto con una lectura plana como con una disección
profunda de la metafísica social del SER en sociedad.
“¡Oh,
pobres, bienaventurados sois porque el reino de los cielos os pertenece!
Para merecer la divina promesa, “no tengas
nada, ni desees más de lo necesario” menos cosas hallarás que son necesarias a
tu posición.
“Bienaventurados
los mansos, porque ellos poseerán la tierra”
El pobre tiene necesariamente que ser manso
para soportar la pobreza y los desprecios que esta pueda ocasionarle. La
verdadera mansedumbre reprime en el fondo del alma todos los ímpetus de cólera
y rabia, y al exterior toda señal de impaciencia cuando el corazón está
sufriendo o cuando nuestro amor propio ha sido resentido.
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