Hemos visto, pues, que los medios de
producción y de cambio, sobre cuya base se ha formado la burguesía, fueron
creados en la sociedad feudal. Al alcanzar cierto grado de desarrollo estos
medios de producción y de cambio, las condiciones en que la sociedad feudal
producía y cambiaba, toda la organización feudal de la agricultura y de la
industria manufacturera, en una palabra, las relaciones feudales de propiedad,
cesaron de corresponder a las fuerzas productivas ya desarrolladas. Frenaban la
producción en lugar de impulsarla. Se transformaron en otras tantas trabas. Era
preciso romper esas trabas, y se rompieron. En su lugar se estableció la libre
concurrencia, con una constitución social y política adecuada a ella y con la
dominación económica y política de la clase burguesa. Ante nuestros ojos se
está produciendo un movimiento análogo. Las relaciones burguesas de producción
y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda la sociedad burguesa
moderna, que ha hecho surgir tan potentes medios de producción y de cambio, se
asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha
desencadenado con sus conjuros. Desde hace algunas décadas la historia de la
industria y del comercio no es más que la historia de la rebelión de las
fuerzas productivas modernas contra las actuales relaciones de producción,
contra las relaciones de propiedad que condicionan la existencia de la
burguesía y su dominación. Basta mencionar las crisis comerciales que, con su
retorno periódico, plantean en forma cada vez más amenazante, la cuestión de la
existencia de toda la sociedad burguesa. Durante cada crisis comercial se
destruye sistemáticamente, no sólo una parte considerable de productos
elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas productivas ya creadas. Durante
las crisis, una epidemia social, que el cualquier época anterior hubiera
aparecido absurdo, se extiende sobre la sociedad la epidemia de la
superproducción.
La sociedad se encuentra súbitamente
retrotraída a un estado de barbarie momentánea: diríamos que el hambre, que una
guerra devastadora mundial la ha privado de todos sus medios de subsistencia:
la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? Porque la
sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada
industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no sirven
ya al desarrollo de la civilización burguesa y de las relaciones de propiedad
burguesas; por el contrario, resultan ya demasiado poderosas para estas
relaciones, que constituyen un obstáculo para su desarrollo; y cada vez que las
fuerzas productivas salvan este obstáculo precipitan en el desorden a toda la
sociedad burguesa y amenazan la existencia de la propiedad burguesa. Las
relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas
creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la
destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la
conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De
qué modo lo hace, entonces? Preparando crisis más extensas y más violentas y
disminuyendo los medios de prevenirlas.
Las armas de que se sirvió la burguesía para
derribar al feudalismo se vuelven contra la propia burguesía. Pero ésta no ha
forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido también los
hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios.
En la misma proporción en que se desarrolló
la burguesía, es decir, el capital, se desarrolló también el proletariado, la
clase de los obreros modernos, que no viven sino a condición de encontrar
trabajo, y lo encuentran únicamente mientras su trabajo acreciéntale capital.
Estos obreros, obligados a venderse, son una mercancía como cualquier otro
artículo de comercio, sujeta, por tanto, a todas las vicisitudes de la
competencia, a todas las fluctuaciones del mercado.
El creciente empleo de las máquinas y la
división del trabajo quitan al proletario todo carácter sustantivo y le hacen
perder con ello atractivo. Este se convierte en un simple apéndice de la
máquina, y sólo se le exigen las operaciones más sencillas, más monótonas y de
más fácil aprendizaje. Por tanto, lo que cuesta hoy día al obrero se reduce
poco más o menos a los medios de subsistencia indispensables para vivir y para
perpetuar su linaje. Pero el precio del trabajo, como el de toda mercancía, es
igual a su coste de producción, por consiguiente, cuanto más fastidioso resulta
el trabajo, más bajos son los salarios. Más aún, cuando más se desenvuelve el
maquinismo y la división del trabajo, más aumenta la cantidad de trabajo, bien
mediante la prolongación de la jornada, bien por el aumento de trabajo exigido
en un tiempo dado, la aceleración del movimiento de las máquinas, etcétera.
La industria moderna ha transformado el
pequeño taller del Maestro patriarcal, en la gran fábrica del capitalista
industrial. Masas de obreros, hacinados en las fábricas, están organizados bajo
formas militares. Como soldados rasos de la industria, están colocados bajo la
vigilancia de una jerarquía completa de oficiales y suboficiales. No son
solamente esclavos de la clase burguesa, del Estado burgués, sino diariamente,
a todas horas, esclavos de la máquina, del capataz y, sobre todo del patrón de
la fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino, odioso y exasperante, cuanto mayor es la franqueza con
que se proclama que no tiene otro fin que el lucro.
Cuanto menos habilidad y fuerza requiere el
trabajo manual, es decir, cuanto mayor es el desarrollo de la industria
moderna, mayor es la proporción en que el trabajo de los hombres es suplantado
por el de las mujeres y los niños. Por lo que respecta a la clase obrera, las
diferencias de edad y sexo pierden toda significación social. No hay más que
instrumentos de trabajo, cuyo costo varía según la edad y el sexo. Una vez que
el obrero ha sufrido la explotación del fabricante y ha recibido su salario en
metálico, se convierte en víctima de otros elementos de la burguesía: el
casero, el tendero, el prestamista oficial (las entidades financieras) y
oficioso (los usureros).
Pequeños industriales, pequeños
comerciantes, rentistas, artesanos y campesinos, toda la escala inferior de las
clases medias de otros tiempos, caen en las filas del proletariado; unos porque
sus pequeños capitales no les alcanzan para acometer grandes empresas
industriales y sucumben en la competencia con los capitalistas más fuertes;
otros, porque su habilidad profesional se ve despreciada ante los nuevos
métodos de producción. De tal suerte, el proletariado se recluta entre todas
las clases de la población. El proletariado pasa por diferentes etapas de
desarrollo.
Al principio, la lucha es entablada por
obreros aislados, después, por obreros de una misma fábrica, más tarde, por los
obreros del mismo oficio de la localidad contra el burgués aislado que los
explota directamente. No se contentan con dirigir sus ataques contra las
relaciones burguesas de producción, y los dirigen contra los mismos
instrumentos de producción: destruyen ls mercancías extranjeras que les hacen
competencia, rompen las máquinas, incendian las fábricas, intentan reconquistar
por la fuerza la posición perdida del trabajador de la Edad Media. En esta
etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y disgregada por
la competencia. Si los obreros forman en masas compactadas, esta acción no es
todavía la consecuencia de su propia unidad, sino de la unidad de la burguesía,
que para alcanzar sus propios fines políticos debe –y por ahora puede- poner en
movimiento a todo el proletariado. Durante esta etapa, los proletarios no
combaten, por tanto, contra sus propios enemigos, sino contra los enemigos de
sus enemigos, es decir, contra los vestigios de la monarquía absoluta, los
propietarios, los burgueses no industriales y los pequeños burgueses. Todo el
movimiento histórico se concentra en manos de la burguesía; cada victoria
alcanzada en estas condiciones es una victoria de la burguesía.
Pero la industria, en su desarrollo, no sólo
acrecienta el número de proletarios, sino que los concentra en masas
considerables; su fuerza aumenta y adquiere mayor conciencia de la misma. Los
intereses y las condiciones de existencia de los proletarios se igualan cada vez
más a medida que la máquina va borrando las diferencias en el trabajo y reduce
el salario, casi en todas partes, a un nivel igualmente bajo. Como resultado de
la creciente competencia de los burgueses entre sí y de las crisis comerciales
que ella ocasiona, los salarios son cada vez más fluctuantes; el constante y
acelerado perfeccionamiento de la máquina coloca al obrero en situación cada
vez más precaria.; las colisiones individuales entre el obrero y el burgués
adquieren más y más carácter de colisiones entre dos clases. Los obreros
empiezan a formar coaliciones contra los burgueses y actúan en común para la
defensa de sus salarios. Llegan hasta formar asociaciones permanentes para
choques circunstanciales. Aquí y allá la lucha estalla en sublevación.
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