Cuando un alma ha llegado al menosprecio del
mundo, con el espíritu de pobreza, a la tranquilidad con la mansedumbre, viendo
que en la tierra todo es vanidad y aflicción del espíritu, llora su destierro y
sus faltas pues nuestras lágrimas atraen hacia nosotros la misericordia divina.
Acepta en espíritu de penitencia los dolores que te hacen con frecuencia verter
lágrimas, y deja a la emancipación que has cultivado, el consuelo de
enjugarlas.
“Bienaventurados
los que tienen hambre y ser de justicia, porque ellos serán hartos”
El deseo de la justicia, es el primer paso
en el camino de la perfección. La verdad y la justicia, he aquí el pan que
debes dar a tu alma llevando una vida seria y abundante en buenas obras. Mira
tu flaqueza para pedir con fervor. Cada uno recibe el pan espiritual según la
medida de sus deseos.
“Bienaventurados
los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia"
La práctica de esta palabra llena de encanto
el trato con el prójimo. Dispones a hacer servicio a aquellos de quienes
tenemos alguna queja y a recibirlas con benevolencia. Analiza si realmente te
esfuerzas por lograr esta caridad llena de sencillez, que deja a nuestras obras
libres de todo egoísmo y resentimiento. Es mejor la misericordia que el
sacrificio.
“Bienaventurados
los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”
Cuanto más pura es un alma, más
estrechamente se une a ella la Esencia Divina. Teme todo cuanto pueda empañar
la pureza de corazón, sobre todo el pecado y esas aficiones imperfectas que lo
llenan de polvo. Vela por la pureza de la inteligencia que es la mirada del
corazón. Ama todo lo que guarda la pureza interior; la oración, el alejamiento
del mundo, la presencia de la emancipación. Así, será tu corazón un cielo en el
que habitará la docta ignorancia que te hará crecer a ti y a tú entorno.
“Bienaventurados
los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios”
La paz conservada con la rectitud de la
voluntad es la compañera de la pureza; ésta no se obtiene más que con el perdón
de los pecados, porque es una consecuencia de la justicia. El gran secreto para
gozar de paz es el no separar uno su voluntad de la de Dios (los límites de
nuestra ignorancia). Con la práctica de las virtudes que conservan la paz
(humildad, mansedumbre, abnegación, el silencio) anteponiendo el bien del
prójimo a nuestro gusto. El Espíritu Santo, que es amor, es lazo de unión y paz
entre los humanos.
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