El fin
de las religiones como elemento emancipador de la sociedad
Varias
tradiciones religiosas utilizan con frecuencia una imagen, que ya es milenaria,
para significar la peculiaridad de los hechos espirituales. Esa imagen, ya
clásica, es la del vino y la copa.
La
imagen dice que todo nuestro mundo humano, el de cada época y el de cada
cultura es como una copa donde se vierte el vino de la experiencia absoluta de
la realidad. Nuestra manera de pensar, sentir y vivir las realidades, nuestro
modo de concebir y de expresar cosas, nuestras formas de comportamiento,
organización y trabajo, todas esas cosas, que son construidas por nosotros
mismos, son la copa donde recogemos, llevamos y podemos beber el vino sagrado.
En esa copa lo bebemos y lo damos a beber.
Si cada
forma de cultura es una copa, a diversas culturas, diversas copas. Hay tantas
formas de presentarse los hechos espirituales como culturas. El vino siempre
viene en copa: se no puede recibir, ni beber, ni entregar a otros más que en
copa. Pero el vino no es la copa.
El vino
no tiene forma, su forma es siempre la de la copa. Toda forma responde a la
copa, no al vino. Quien se adhiere a las formas porque ama al vino no comprende
la manera de ser del vino y confunde la copa con él.
Iniciarse
en los hechos espirituales es aprender a discernir entre el vino y la copa, es
aprender a gustar la sutileza del aroma y del sabor de vino, que siempre se
bebe en copa, pero que no es ninguna de las copas en las que se ha vertido.
Siempre
es el mismo vino, aunque las copas puedan ser muy diferentes.
Cuando las
culturas perduran durante milenios, cuando además se programan para ser
estadísticas y bloquear el cambio y las alternativas, se corre un grave peligro
de fundir la copa y el vino es una pretendida unidad indisoluble.
La
cultura y el programa colectivo de las sociedades estáticas que bloquean el
cambio se impone con más rotundidad y fuerza, y sus pretensiones de
exclusividad son más verosímiles, si se revisten de sacralidad.
La
religión es el vino en una copa que se pretende intocable. Cuando el vino se confunde
con el programa de una sociedad estática, que siempre es un programa de
fijación y de bloqueo del cambio y de las alternativas, la religión se ha de
imponer a todos, ha de ser homogénea
para todos y obligatoria. Ella se presentará como un sistema de creencias
reveladas. Ésa será la manera de someter el pensar, el sentir y el
comportamiento de los individuos y de los grupos.
Los
hechos espirituales que se expresan en programas de fijación deben imponerse
como sumisión. El vino queda, con ello, indisolublemente ligado a unas formas
culturales, excluyendo cualquier otra.
La
religión es, entonces, la forma de vivir de experiencia de la dimensión
absoluta de la realidad bajo el dominio y el control de los programas
colectivos de las sociedades preindustriales, que son todas estáticas.
Las
sociedades dinámicas, que carecen de sistema de fijación y exclusión, deberán
alejarse de esa noción y aprender a distinguir, con toda claridad, el vino de
la copa.
La
iniciación a la experiencia de la dimensión absoluta del vivir tendrá que
emanciparse de los sistemas fijos de creencias, valores y comportamientos, y
asimismo deberá impartirse en contextos fluidos de innovación y libre
indagación.
Si
llamamos a la iniciación y cultivo de la dimensión absoluta de la realidad “espiritualidad”,
habrá que concluir que en las sociedades dinámicas la espiritualidad será
imposible si no se diferencia con toda claridad la copa –que es de nuestra exclusiva
responsabilidad- del vino.
La
iniciación religiosa consistirá en aprender a sutilizar las facultades hasta
llegar a reconocer la finura del vino. Sólo cuando se aprende a gustar del vino
se llega a saber que no es la copa, aunque esté contenido sólo en las copas que
construyen nuestras manos.
0 comentarios:
Publicar un comentario