LA CULTURA ES
UN INVENTO DE LA VIDA PARA ACELERAR LA ADAPTACIÓN AL MEDIO. Creamos la lengua
como instrumento para producir las acomodaciones al medio, manteniendo una base
biológica inmutable.
La educación
del carácter tiene su fundamento teórico en la ética de las virtudes. La virtud
tiene tres aspectos bien definidos: un comportamiento (una conducta que
podríamos considerar como virtuosa, ejemplo, la generosidad), un sentimiento
(se actúa con generosidad porque es bueno), porque hace bien, porque se ama ser
generoso) y finalmente una razón (permite reflexionar los motivos por los que
ciertos aspectos y rasgos son buenos y otros malos). De poco sirve adoctrinar
sin la práctica y la integración emocional de la virtud: no es la razón, sino
el sentimiento, el que nos mueve a actuar.
Ahora se
insiste en recuperar valores. ¿Cómo lo haremos para integrarlos a nuestra vida?
¿Sirven los de toda la vida, o tal vez están en proceso de transformación?
¿tendremos que volver a los viejos relatos heroicos para lograr un modelo ideal
como hacía el viejo Homero, aunque al precio de un inevitable determinismo?
Pocos admitirían hoy una educación en valores que fuera sinónimo de
socialización.
Nos
encontramos así en tierra de nadie: nos quejamos de crisis de valores, se exige
más educación moral, pero a su vez nos parece un discurso anticuado.
Entramos en
sociedad con múltiples papeles asignados, con guiones previamente escritos que
infieren lo que está bien y lo que está mal. La ética de la modernidad es una
ética de los deberes, a diferencia de la ética antigua, que era una ética de
las virtudes. A la ética le concierne establecer las obligaciones que atan al
individuo con la sociedad en la que viven. Ocurre que no son las leyes, sino
los códigos de conducta que acaban dependiendo de la responsabilidad
propia. ¿Cómo educar esa conciencia?
¡Qué fácil es hablar de moral y de valores, y qué difícil actuar coherente y
comprometidamente con ellos!
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