"La educación es lo que queda después de que uno ha olvidado lo que aprendió en la escuela"
(Albert Einstein)
Arden lo explica de este modo: en la escuela se aprende sólo el pasado, los hechos conocidos. Cuantos más hechos se recuerdan, mejores son las notas. Los que fracasan en la escuela no están interesados en el pasado, tal vez porque piensan en clave de futuro. O simplemente no tienen buena memoria. Pero esto no significa que no puedan tener éxito.
Lo único que demuestra el fracaso escolar de estos niños es que la educación académica no ha sabido estimular su imaginación. Por tanto, según esta hipótesis, los primeros de la clase dominan el pasado, mientras que muchos malos estudiantes son especialistas en imaginar el futuro, que es donde se encuentran sus éxitos. Por muy malas notas que hayan cosechado, si tienen un objetivo en la vida, encontrarán las fuerzas y los recursos para alcanzarlo. Para ellos, el mundo exterior es la verdadera escuela que les pone a prueba y les procura grandes lecciones.
En una sociedad que promueve la comparación hay personas que sufren un complejo de inferioridad por el hecho de no tener una carrera universitaria, especialmente si frecuentan un ambiente de licenciados. Sin embargo, basta echar una mirada a las biografías de grandes empresarios, intelectuales y artistas para comprobar que muchos de ellos no terminaron sus estudios.
Mantener viva la curiosidad, aprovechar las oportunidades y saber rodearse de las personas adecuadas son elementos mucho más decisivos para alcanzar el éxito que un título académico, por muy brillante que sea el expediente. También parece demostrado que hacer algo que nos guste -o lograr que nos guste lo que hacemos- es un ingrediente esencial para triunfar. Más allá de la inteligencia con la que estamos equipados, una actitud constante e inmune al desánimo completaría el kit básico de las personas que aspiran a la excelencia en su área de trabajo
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