SOÑAR CON UN
AMOR PERMITE IMAGINARLO A MEDIDA, PERO PROVOCA UNA SENSACIÓN DE FALTA A LA QUE
UNO SE ACOSTUMBRA.
Si examinamos de
cerca pasiones tan exaltadas apreciamos su perfecto engaño, su trampa mortal:
el estado de carencia o falta. Soñar con un gran amor permite imaginárselo a
medida, sentirlo en su estado perfecto y proyectarlo como el gran remedio a la
soledad presente o al vacío interior que supone tanto deseo insatisfecho. No
obstante, todo ese sufrimiento innecesario proporciona un estado de falta al
que la persona se acostumbra, que normaliza, con el que se identifica y se
convierte en un ser carente. Esa es su droga, la sustancia que debe tomar cada
día en pequeñas dosis de frustración por el amor que nunca acaba de llegar.
Cuando ese amor se
convierte en realidad y superada la etapa de exaltación, le ocurre lo mismo que
a los niños con los juguetes tan deseados: se aburren. Por un lado, un amor
real es duro, un amor basado en compromisos, responsabilidades e
imperfecciones. Por otro, ya no puede tomarse esa monodosis de echar en falta.
No añora, ni sueña, ni puede idealizar. Ya no es una proyección, sino un ser
humano, de carne y huesos, que ama y quiere ser amado auténticamente. Entonces,
la persona platónica huye, porque aquello no es lo que esperaba, porque debe
existir algo más ideal, algo que de nuevo le falta.
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