En nuestra condición de
hablantes la gran consecuencia que de ahí se deriva consiste en nuestra doble
experiencia de lo real. Gracias a esa doble experiencia de lo real somos
capaces de relativizar y cambiar nuestro modo de vida cuando es necesario y
modificar nuestra comprensión y valoración de la realidad y de nosotros mismos
cuando LAS CIRCUNSTANCIAS LO REQUIEREN.
Así vivimos, clara u
oscuramente, toda nuestra comprensión-valoración de la realidad es relativa;
eso comporta también que sepamos, clara u oscuramente, que ninguna de nuestras
concepciones y representaciones de lo real es definitiva. Sabemos. A la vez,
que toda nuestra noticia mental y axiológica de la realidad, en su valor
absoluto, nos resulta informulable y vacía de formas.
Ninguna de nuestras
formulaciones y representaciones alcanza a lo Absoluto, porque las
formulaciones y representaciones sólo tienen que ver con lo que es relativo a
nosotros, y lo ABSOLUTO no lo es.
Las viejas religiones
hicieron ese trabajo. Ligaron las dos experiencias como la fuente y lo fontado.
–la realidad absoluta es la fuente y la realidad relativa es lo emanado- y
representaron esas dos experiencias como Dios y criaturas, corrigiendo a la vez
la separación y diciendo que las criaturas no tienen ninguna existencia en sí
mismas.
Esa forma de representar la
relación de la doble experiencia de lo real era adecuada a un tipo de
sociedades que se programaban para no cambiar.
Según esta concepción
religiosa, Dios o los antepasados sagrados, crean las cosas y todos los seres
según la lectura de las necesidades que las sociedades concretas y su programa
colectivo hacen de todo ello. Y Dios o los antepasados sagrados revelan y legan
el proyecto de vida individual y colectiva, -que funcionará como programa
social., con todo lo que eso comporta de interpretaciones y valoraciones de la
realidad, de modos de actuación y organización, de modos de vida en general.
Esa creación y esa revelación
no quitan a las cosas su carácter relativo y derivado, sino que dan razón de
ello, y así las hacen intocables. Dios lo ha hecho así,
La articulación que
establecen las religiones entre las dos experiencias no es más que una
representación y una forma de relacionar lo absoluto con lo relativo, lo que es
con lo que no tiene ser en sí mismo,
Se mantiene una relación
entre lo Absoluto y lo relativo y sin embargo, simultáneamente se aduce que
existe una toral y completa independencia de lo absoluto respecto de toda
relación. Las religiones tienen que dejar en la penumbra la contradicción que
supone hablar de relaciones con lo Absoluto. Y actúan así porque la experiencia
absoluta de la realidad tiene lugar en el seno mismo de lo relativo y porque
esa experiencia y su expresión han de verterse para vivirse y expresarse en el
programa relativo; deberán, pues, hacerlo de forma que no se destruya lo
relativo desvalorizándolo por completo, sino dándole, sin que deje de ser
relativo, una cierta manera y por su origen, valor incondicional, porque Dios
lo creó así y lo impuso así.
La experiencia absoluta de
lo real no tiene lugar fuera de la experiencia de lo relativo. Cuando lo
Absoluto se muestra en el seno de lo relativo se produce un doble efecto
contrapuesto: se desvalora lo relativo y se lo sacraliza, como se sacraliza un
vaso sagrado. Se lo proclama sin valor y simultáneamente se lo proclama intocable.
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