El
lenguaje ambiguo y encubridor de “globalización” es deshumanizante.
El lenguaje
puede ser una fuente de deshumanización, como vehículo de manipulación,
encubrimiento y mentira. Por ello, usar uno u otro lenguaje, es todo menos
inocente, y por eso siempre se libra una batalla alrededor de él, de modo que
llegue a significar lo que favorece a determinados intereses,
independientemente de que la realidad quede bien reflejada o no en él. Eso
ocurre con términos como “democracia” y “libertad”. Solía ocurrir con términos
como “socialismo” y “revolución”. Y también ocurre con el lenguaje religioso,
comenzando con la palabra “Dios”. Quien gana la batalla del lenguaje ya ha
ganado la mitad de la guerra –y ha conseguido un poder importante.
Algo de eso
acurre, en mi opinión, con el término globalización. Es indudable que algo
nuevo ha ocurrido en la historia, pero para expresarlo no se usan términos como
mundialización o humanidad interdependiente, más aglutinada. De hecho se ha
elegido el término globalización, y no creo que la elección sea toralmente
accidental. El mero uso del término introyecta, al menos subliminalmente, que “algo
bueno” ha sucedido, y ciertamente globalización suena mejor y más humano que
capitalismo. Introyecta la idea de “salvación, aunque en buena medida muchos de
sus frutos son malos y a veces perversos.
Con “globalización”
se quiere comunicar e imponer un juicio de valor: lo que está ocurriendo es
bueno: vivimos en un mundo inclusivo de todos, y es –o será pronto- para todos
un mundo sustancialmente homogéneo y armónico; no vivimos, pues, en un poliedro
irregular y deforme, aunque en él también pudieran caber todos; vivimos en un
mundo en camino hacia la perfección, lo que es sugerido explícitamente por el
término “globalización”: la belleza de la redondez, y la equidad dentro del
todo, la equi-distancia entre todos los puntos de la superficie del globo y su
centro; ese mundo globalizado es predicado como una buena noticia escatológica,
como lo esperado por todos, desde hace mucho tiempo, y ahora con mejores
argumentos –y con mayores posibilidades-
La civilización
de la riqueza lleva a que se produzcan muchos desequilibrios, Después los
encubre. Y además, “deshumaniza”. Hace que el espíritu humano respire un aire
envenenado como lo denuncian ciertas manifestaciones, ejemplo Juan Pablo II “Hoy
más que ayer la guerra de los poderosos contra los débiles ha abierto profundas
divisiones entre ricos y pobres”; “los Países más poderosos y prósperos han
abdicado de los principios democráticos como justicia, libertad, igualdad,
solidaridad (Mayor Zaragoza); Estados Unidos, se ría de la democracia y sus
principios “no respeta la voluntad mayoritaria de la humanidad ni la soberanía
de las otras naciones, ni aun los dictámenes masivamente mayoritarios de las
Naciones Unidas, ni las sentencias del tribunal de la Haya (Ellacuria). Todo
esto sigue cayendo en el olvido y en el silencio. Las democracias no convierten
en tarea central oponerse a esa mentira. Y las Iglesias, pocas se atreven a
ejercer en serio la profecía.
Pocos están dispuestos
a devolver la entrada al paraíso de este mundo nuestro, industrial, globalizado
y democrático, que produce –o tolera- la muerte de los niños.
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