"La sed por el oro socava el decoro"
La expresión parece haber entrado en desuso, aunque el "decoro" sigue siendo una demanda de la conducta social. Según las definiciones formales, podríamos llamar decoro a la dignidad en el comportamiento y el aspecto. Dicha dignidad no consiste en una pose, lo que devendría decoración, sino en una actitud de hacer las cosas de forma autentica y armónica. Dicho de otro modo, hacerlas de corazón.
El decoro se basa en la bondad innata del corazón. Todo acto nacido en esa bondad no puede, ni quiera otra cosa, que no sea lo bello. La belleza adquiere dimensión cuando es contemplada desde el alma, en una percepción que trasciende la vista y la forma. Ante lo que realmente es bello, invisiblemente bello, nos sentimos arrebatados, dulcemente sacudidos en nuestro interior. Allí se despierta una contemplación que nos deja sin palabras.
El decoro que se limita a lo estético deviene escenario y convierte en actores a sus protagonistas. Lo que nace del corazón es una caricia de autenticidad, digna, y sobre todo amable hacia los demás. Tal vez sea la amabilidad la perfección del decoro.
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