La impaciencia no sirve para nada
BORJA VILASECA
Querer acelerar el ritmo de los acontecimientos es una distorsión de nuestra mente. La clave para cambiar consiste en aprender a disfrutar el momento presente.
Me gusta que las cosas sucedan cuando yo quiero”. “Odio que me hagan perder el tiempo”. “Mándame el informe urgentemente”. “¡Hay que ver qué lenta es la gente!”. “Ya va siendo hora de que cambien las cosas”. “¡Date prisa, que llegamos tarde!”. “¡Lo necesito ahora mismo!”. “¿Por qué no me ha llamado todavía?”. “¡Me muero por que sea viernes!”. “No soporto que me hagan esperar”.
“Para tener una actitud más constructiva hay que recordar de vez en cuando que todos los procesos tienen su función y su tempo”
Si le resulta muy familiar alguna de estas afirmaciones, seguramente conocerá bien qué es la impaciencia. Pero no se preocupe. Es una distorsión psicológica que tiene cura. Tan sólo basta comprender que es inútil. No sirve absolutamente para nada. Por más que nos quejemos, enfademos y lamentemos, las cosas van a seguir yendo a su ritmo, tal y como lo han estado haciendo y lo van a seguir haciendo siempre.
Y no sólo eso. Es muy perjudicial para nuestra salud emocional. Cada vez que nos invade la impaciencia es como si tomáramos un vasito de cianuro, vertiendo veneno sobre nuestra mente y nuestro corazón. Eso sí, a pesar de que vivimos en una sociedad que premia y ensalza la velocidad y la inmediatez, desprenderse del hábito de “querer las cosas para ya” es posible. Todo se reduce a un simple cambio de actitud.
EL VENENO DE LA PRISA
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