NO HAY
ABSOLUTOS PARA ALGO TAN RELATIVO COMO LA VIDA HUMANA.
Mantenerse a una distancia
excesiva de los demás impide crear confianza, y sin confianza no se puede
construir una sólida relación. Hay gente que, por prudencia, se mantiene a una
gran distancia psicológica de los otros, en una cómoda zona de protección. Son
reacios a compartir información personal y a implicarse emocionalmente en los
problemas de los demás. Ciertamente, no sufrirán grandes traiciones con esta
actitud, pero tampoco desarrollarán grandes relaciones. La clave para acercarse
al otro está en la apertura, es decir, en la capacidad de compartir nuestras
experiencias y, sobre todo, nuestras emociones. Si nos limitamos a hablar del
mundo, de los demás o del trabajo, poca complicidad generamos y poca confianza
construimos.
Crecemos en interrelación
con los demás, y esta interrelación exige poner de nuestra parte; si no somos
capaces de trascender la conversación tópica, si no somos capaces de hablar de
nosotros, de nuestros sentimientos y de nuestras emociones, si no somos capaces
de interesarnos por el otro, nos abocamos a una relación superficial, que tal y
como ha nacido va a morir y que no nos aportará, como persona, ningún valor. Y
si lo que quiero es que el otro se abra, se acerque a mí, poco voy a conseguir
exigiéndoselo. Solo puedo hacer una cosa, que es predicar con el ejemplo:
abrirme yo, y esperar que el otro siga el camino.
Por el contrario, muchas
veces se asume en una relación que cuanto más cerca, mejor. Y no necesariamente
es así. El otro extremo, la proximidad permanente, es sin duda también nocivo
para la relación. Por un lado, porque no respeta los espacios de intimidad del
otro, unos espacios que, siendo distintos para cada persona, no son
absolutamente necesarios a todos. Y por el otro lado, porque desde la
proximidad excesiva acabamos perdiendo la perspectiva de las cosas. Lo vemos
todo exactamente como lo ve el otro, y no podemos aportar puntos de vista que
le ayuden. No es bueno para las relaciones estar permanentemente cerca. Se
produce un sentimiento de asfixia que desgasta rápidamente la relación y que
provoca la necesidad psicológica de “poner tierra de por medio”. Como decía un
sabio “lo importante es que la puerta de tu casa esté abierta, no que siempre
tengas a la gente dentro”.
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