ALEGRÍA DE VIVIR.
La confianza en la vida es buena. La
alegría de vivir es mejor aún. Así puede afirmarse con tal de que uno piense en
la verdadera alegría y no en la “alegría por el mal ajeno”.
No existen drogas para lograr una vida
feliz ni para perpetuar la alegría de vivir. La felicidad tampoco se puede
acrecentar a discreción por medio de los ingresos económicos. Disponer de
millones y millones de euros tranquiliza, pero no nos hace automáticamente
felices. La avaricia, el querer tener siempre más, lleva –como muestra la
actual crisis económica- a la fiebre especulativa y a catástrofes personales, a
pérdidas multimillonarias y a la infelicidad en masa.
Determinante para la felicidad
existencial no es la situación económica que uno vive, sino la actitud y la
actividad intelectual. De hecho sí que existe algo así como la vida –relativamente-
feliz: la felicidad no entendida como euforia, sino como estado de ánimo básico
que resiste incluso las situaciones de infelicidad. ¡Estar conformes con la
vida tal cual es, nos guste o no, sin contentarnos, no obstante, con cualquier
cosa! No dejo de admirar a quienes, postrados en silla de ruedas, se me figuran
a menudo más felices que muchas personas sanas. ¡Felices las personas que, a
pesar de todo el esfuerzo del día a día, se sienten en paz consigo mismas,
están satisfechas con la vida vivida y no han perdido la alegría de su corazón
en medio de las constantes dificultades! En cualquier caso, el lema de nuestra
sociedad obsesionada por las vivencias: “Lo más importante es que yo sea feliz”,
no es mi máxima vital. El disfrute hedonista de la vida decepciona demasiado a
menudo, y también el refinado vividor se ve inmerso antes o después en una
situación en la que cesa la “la gracia” y se acaba todo placer. La alegría de
vivir permanente no se refleja en la frase: “Soy feliz”, sino en esta otra: “Estoy
en armonía –en paz- conmigo mismo, estoy contento. Lo cual no excluye ni la
euforia ni el abatimiento.
Küng
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