Entró siendo un hombre
maduro y salió ya anciano.
Convivir con el destino requiere
de una necesaria de constancia ilustrada. Al ritmo de la convivencia, vamos
consumiendo etapa tras etapa una
existencia quizá no siempre reconocida y mucho menos reflexionada. La
naturaleza y su entorno social nos marcan el modelo que, ni de lejos, llega a
ser propio.
De una manera burda y escasamente
sofisticada, abdicamos en el desconocimiento de nuestro reinado de la infancia
que, a la postre, era la única patria propia. Pero el destino está ahí, por
revelar, por descubrir, por comprender. Lo vamos conociendo con el tiempo pero
quizá nunca comprendiendo ya que, nuestra “pusilánime configuración del alma”, nos impide afrontar la realidad sin egoísmos
ni emociones, fríamente, es decir, razonablemente.
Desaparecemos presencialmente
alejados de toda sabiduría, embriagados de emociones. Nuestro testimonio intelectual es leve ya que
“la propia vida” nos ha llevado hacia episodios consumistas pues, como la sorna
popular dice, “nacemos para tener y no para comprender”.
La búsqueda espiritual, es una
opción posible para abandonar el “modelo” y comprender nuestro destino;
pero requiere ser coherente dentro del esfuerzo cotidiano. Podemos
descubrir la Emancipación a través de un pacto con un compromiso en la renuncia
de
la comodidad aceptando que “las palabras vuelan y los ejemplos arrastran”. Si,
solo a través de la acción encontraremos a la Emancipación que, por supuesto,
nunca se revela plenamente para que no cese la búsqueda y nos acomodemos en su
encuentro.
Si, por fin, si llegas a la
ancianidad, alguien debe dar testimonio de tu capacidad de “amar al otro”
rompiendo, quizá el destino que te estaban programando tener, tener y tener sin
dejarte revelar tu SER,
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