La rutina se encarga de establecer continuidad con nosotros mismos, con nuestros sentimientos y conductas. En el trato con los demás, en nuestra relación con la realidad. ¿qué sería del ser humano si se rompe con sus rutinas? No podría vivir.
Cuando los hábitos se desarticulan por
el impulso destructivo, por la dejadez o simplemente por la enfermedad, la
rutina se presenta, en su hueco, con todo su esplendor. Eso lo saben bien los
que cuidan a jóvenes marginados, a niños, maestros y pediatras; los que cuidan
a enfermos, a ancianos tocados por el Alzhéimer. Por eso, un maestro infantil,
al llegar a un centro nuevo, suele preguntar “cual es la rutina”. Sabe sus
beneficios en esta etapa de la vida. Los niños se serenan al ver que las cosas,
los juguetes, permanecen en su lugar y gozan con el milagro del reconocimiento.
Y es que la rutina es un principio de realidad suave y firme que ayuda en el
trabajo de la adaptación. Y, como fiel expresión de la racionalidad de lo real,
de su orden, ayuda a la cordura.
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