Si
sabemos utilizar en situaciones difíciles o frente a uno mismo, la ironía y la
risa, son buenas herramientas para combatir el estrés.
A
menudo, nuestros razonamientos repetitivos sobre un tema nos van enterrando en
una especie de hoyo claustrofóbico donde cada vez hay menos luz. Lo vemos todo
negro. Es complicado liberarnos porque para ello deberíamos salir de nuestra propia lógica. El humor
puede resultar un hacha para derribar esos esquemas. Joaquina, una señora de 75
años aquejada de lumbalgia crónica, participó en unas sesiones psicoeducativas
sobre el dolor. El objetivo de una de ellas era que los pacientes aprendieran a
abrir la mirada ante sus problemas. Lo que le preocupaba a Joaquina era que su
hija le decía que era una quejica cuando ella le explicaba lo mucho que le dolía
la espalda. La poca comprensión de su hija la hacía sufrir.
Cuando
Joaquina nos explicó su preocupación, propuse que sus compañeros sugirieran
soluciones disparatadas para esta situación. Y efectivamente, los medios
propuestos fueron de lo más variopinto. Nos reímos mucho, Joaquina la que más.
La sacamos del hoyo y vimos su problema desde un lugar fuera de lo común. Lo
más bonito fue que al final nos confesó que todos esos disparates la habían
hecho pensar y le habían dado ideas. La ilógica puede resultar un buen
trampolín para llevarnos a ideas útiles.
Obviamente,
este ejercicio se hizo desde el respeto y el cariño a Joaquina y desde la comprensión
de su sufrimiento. El humor es una herramienta que no se puede utilizar de
cualquier forma. “Es necesario que esta risa añada un poco de alegría, un poco
de dulzura o ligereza a la miseria del mundo, y que no añada más odio,
sufrimiento o desprecio. Se puede reír acerca de todo, pero no de cualquier
manera. Un chiste acerca de los judíos nunca será humorístico en boca de un
antisemita.
El
humor nos puede ayudar a romper límites, a pulverizar suposiciones. Sócrates en
su método utilizaba la ironía para llegar a la verdad. Y así llegó al “solo sé
que no sé nada”. Todos conocemos gente que debe esforzarse por sonreír y que
difícilmente explica un chiste o alguna historia en tono jocoso. Lo divertido
es que en muchas investigaciones se ha observado que cuando se pregunta a la
población por su sentido del humor, el 95% manifiesta tener más sentido del
humor que su vecino. Si queremos reír, basta con que nos miremos un poco.
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