Necesitamos Contacto
CRISTINA LLAGOSTERA
El bienestar también depende de las redes de relaciones que tejemos y de la capacidad para derrumbar los muros supuestamente defensivos que construimos a nuestro alrededor.
Una enfermera me contaba hace poco que durante la noche, cuando la oscuridad y la quietud reinan en el hospital, algunos pacientes demandan atención de manera repetida. Aducen diferentes tipos de malestar o necesidades que ella, como las demás enfermeras, procura resolver. Sin embargo, su experiencia le dice que detrás de esos síntomas se esconde más bien la necesidad de contacto. La soledad de la noche favorece que emerjan temores e inquietudes. Entonces, una caricia, una mirada atenta, coger la mano o acercarse a la cabecera de la cama a escuchar surten un efecto calmante inmediato.
CRISTINA LLAGOSTERA
El bienestar también depende de las redes de relaciones que tejemos y de la capacidad para derrumbar los muros supuestamente defensivos que construimos a nuestro alrededor.
Una enfermera me contaba hace poco que durante la noche, cuando la oscuridad y la quietud reinan en el hospital, algunos pacientes demandan atención de manera repetida. Aducen diferentes tipos de malestar o necesidades que ella, como las demás enfermeras, procura resolver. Sin embargo, su experiencia le dice que detrás de esos síntomas se esconde más bien la necesidad de contacto. La soledad de la noche favorece que emerjan temores e inquietudes. Entonces, una caricia, una mirada atenta, coger la mano o acercarse a la cabecera de la cama a escuchar surten un efecto calmante inmediato.
“Los prejuicios sociales limitan y vetan la comunicación, especialmente en lo que concierne al tacto y la proximidad física”
Generalmente le damos poca importancia a estas “medicinas” gratuitas, pero establecer un contacto cercano y cálido con otra persona depara grandes beneficios tanto para la salud física como mental. Diversos estudios demuestran que la ternura y el tacto ayudan a disminuir el estrés, la ansiedad y el dolor. Bien conocido es el efecto analgésico que puede tener para un niño el beso de su madre. Desde el momento del nacimiento se busca instintivamente ese calor humano. Sin alimento, un bebé no podría sobrevivir, pero sin afecto tampoco. Ya de adultos, además de satisfacer unas necesidades fisiológicas básicas, existe una necesidad igualmente importante: sentir proximidad afectiva.
Es posible conectar con otra persona a través de la mirada, la palabra y la escucha, el tacto e incluso el gusto y el olfato. Los sentidos abren una puerta que favorece la comunicación. No obstante, a pesar de necesitarlo y desearlo tanto, el contacto profundo y genuino no abunda.
Bienestar compartido
“Todos nacemos del amor.
Es el principio de la existencia y su único fin” (Benjamin Disraeli)
Virginia Satir, pionera de la terapia familiar, repetía a menudo: “El contacto afectivo es a las relaciones como la respiración al mantenimiento de la vida”. Cualquier tipo de contacto supone un acto de comunicación. Esta capacidad de conectarse para enviar y recibir mensajes –con o sin palabras– da forma a nuestras relaciones.
Los neurólogos insisten en que los seres humanos, igual que las neuronas, necesitan estar conectados, y que su bienestar depende de las redes de relaciones en las que están integrados. Por eso se recomienda mantener intereses compartidos y establecer contacto afectivo con otras personas. Mientras que el aislamiento social se asocia con una mayor incidencia de problemas cardiovasculares, depresión, dolores musculares y deterioro de la memoria, estudios recientes con pacientes de cáncer han demostrado que las relaciones afectivas protegen a la hora de afrontar la enfermedad.
El precio del cariño
“La única anormalidad es la incapacidad de amar” (Anaïs Nin)
Una tragedia de nuestra sociedad es la cantidad de personas que están solas o se sienten solas sin haberlo elegido. Podemos estar conectados con millones de individuos a la vez, pero escasea el contacto real y cercano. En la era de la comunicación faltan herramientas para establecer relaciones en las que se conecte íntimamente con el otro. A menudo, en la familia se comparte un mismo techo, pero en la práctica se vive de manera separada, sintiéndose aislado incluso en compañía. Gran parte de los conflictos conyugales se debe a una desconexión entre los miembros de la pareja. Y hay personas que, a pesar de desearlo, no consiguen salvar la distancia que las aleja de los demás.
Una carencia crónica de cercanía emocional puede desembocar en relaciones en las que se acepta cualquier precio a cambio de cariño. Otras veces, el hambre de afecto se intenta compensar con sustitutos: compras compulsivas, comida, sexo… Una investigación revela que a menudo la mayor motivación para mantener relaciones sexuales es lograr un contacto afectivo.
Al contrario de otras necesidades humanas, la necesidad de contacto precisa de la participación de otra persona. Pero además existen barreras personales que pueden dificultar esa conexión. Por un lado, los prejuicios sociales limitan y vetan la comunicación, especialmente en lo que concierne al tacto y la proximidad física. Y otro tanto sucede con las propias defensas que a menudo aparecen ante el temor que genera la intimidad.
Una frontera permeable
“Tengo miedo de decirte quién soy. Porque si te digo quién soy, puede que no te guste cómo soy, y eso es todo lo que tengo”
(John Powell, músico)
Puede resultar sorprendente: lo que más se desea, en este caso la proximidad afectiva, también atemoriza. Inconscientemente, existe la impresión de que quien se muestra demasiado abierto corre el riesgo de ser invadido. Es lógico. Al entrar en contacto con otra persona nos mezclamos, aunque solo sea ligeramente. Quizá podemos sentir la pena, el dolor o la alegría que está sintiendo el otro, o algunos de sus pensamientos pueden infiltrarse.
Al entablar contacto es posible sentirse desnudo o vulnerable. Se desvela una parte interna de la personalidad, y existe el temor a la burla o a que el otro utilice la información para controlar o lastimar. Esta tendencia a defender el espacio personal es saludable, salvo cuando se convierte en una barrera que impide conectar con los demás. Pero el riesgo también implica una ganancia. Solo cuando alguien puede mostrarse como es puede conectar realmente con otra persona y enriquecerse de la relación. Aunque las fronteras personales deben existir, conviene que no sean rígidas e inamovibles, sino permeables según las circunstancias.
Bálsamo emocional
“Tu misión no es buscar el amor, sino descubrir todas las barreras
que has creado en tu interior para no verlo” (Jalal ad-din Rumi)
Algunas personas necesitan el contacto. Lo manifiestan en una demanda continua de afecto y en que prefieren estar en compañía. Una exacerbada necesidad puede estar asociada a un pasado de carencias afectivas que han dejado un hueco difícil de llenar. Puede ser consecuencia de unos primeros vínculos distantes o ambivalentes con las personas más cercanas. O, por el contrario, quizá una dedicación excesiva provocó que se creciera centrado en las propias necesidades. Como personas precisamos el placer del contacto sin amenaza de intrusión o abandono a fin de adquirir una sensación de seguridad en las futuras relaciones. Sin embargo, apunta Boris Cyrulnik en su libro El amor que nos cura, ciertas relaciones adultas pueden sanar esas heridas emocionales.
No hemos de olvidar que elaboramos una imagen de nosotros mismos a través de la interacción con los otros seres humanos. Por eso, recibir cariño, atención y aprecio ayuda a sentir que se es merecedor del interés y el amor de los demás.
El contacto que transforma
“El encuentro entre dos personalidades es como el contacto entre dos sustancias químicas: si hay alguna reacción,
ambas se transforman” (Carl G. Jung)
Todos disponemos de las herramientas necesarias para establecer un buen contacto: las expresiones faciales, la mirada, los gestos, el cuerpo, la voz… La cuestión estriba en cómo las utilizamos. Para establecer un buen contacto es muy importante la congruencia. Significa que las palabras reflejan lo que sentimos y pensamos, y las expresiones corporales y faciales también. Desde esta autenticidad es posible ganar proximidad con los demás. Al abrirnos se produce una reacción expansiva que se mide tanto en el cuerpo como en la sensación de relajación y calor. Mientras que los sentimientos de hostilidad producen una retracción.
El beneficio del contacto es simétrico. Si se da una atención afectuosa, procura placer tanto tocar como ser tocado, escuchar como ser escuchado, mirar como ser mirado. Cuando fluye este calor humano, las defensas se aflojan y las personas se sienten más libres. Resulta asombroso, por ejemplo, el efecto que puede tener en una pareja dejar a un lado las pugnas para conectar realmente con el otro.
Tenemos a nuestro alcance un recurso económico a la par que efectivo: el contacto humano. Las caricias, las palabras, las miradas… no solo aportan consuelo, alivio, ternura, atención, afecto, sino que tienen la capacidad de transformarnos, haciéndonos sentir mejor y enriqueciéndonos como personas.
Generalmente le damos poca importancia a estas “medicinas” gratuitas, pero establecer un contacto cercano y cálido con otra persona depara grandes beneficios tanto para la salud física como mental. Diversos estudios demuestran que la ternura y el tacto ayudan a disminuir el estrés, la ansiedad y el dolor. Bien conocido es el efecto analgésico que puede tener para un niño el beso de su madre. Desde el momento del nacimiento se busca instintivamente ese calor humano. Sin alimento, un bebé no podría sobrevivir, pero sin afecto tampoco. Ya de adultos, además de satisfacer unas necesidades fisiológicas básicas, existe una necesidad igualmente importante: sentir proximidad afectiva.
Es posible conectar con otra persona a través de la mirada, la palabra y la escucha, el tacto e incluso el gusto y el olfato. Los sentidos abren una puerta que favorece la comunicación. No obstante, a pesar de necesitarlo y desearlo tanto, el contacto profundo y genuino no abunda.
Bienestar compartido
“Todos nacemos del amor.
Es el principio de la existencia y su único fin” (Benjamin Disraeli)
Virginia Satir, pionera de la terapia familiar, repetía a menudo: “El contacto afectivo es a las relaciones como la respiración al mantenimiento de la vida”. Cualquier tipo de contacto supone un acto de comunicación. Esta capacidad de conectarse para enviar y recibir mensajes –con o sin palabras– da forma a nuestras relaciones.
Los neurólogos insisten en que los seres humanos, igual que las neuronas, necesitan estar conectados, y que su bienestar depende de las redes de relaciones en las que están integrados. Por eso se recomienda mantener intereses compartidos y establecer contacto afectivo con otras personas. Mientras que el aislamiento social se asocia con una mayor incidencia de problemas cardiovasculares, depresión, dolores musculares y deterioro de la memoria, estudios recientes con pacientes de cáncer han demostrado que las relaciones afectivas protegen a la hora de afrontar la enfermedad.
El precio del cariño
“La única anormalidad es la incapacidad de amar” (Anaïs Nin)
Una tragedia de nuestra sociedad es la cantidad de personas que están solas o se sienten solas sin haberlo elegido. Podemos estar conectados con millones de individuos a la vez, pero escasea el contacto real y cercano. En la era de la comunicación faltan herramientas para establecer relaciones en las que se conecte íntimamente con el otro. A menudo, en la familia se comparte un mismo techo, pero en la práctica se vive de manera separada, sintiéndose aislado incluso en compañía. Gran parte de los conflictos conyugales se debe a una desconexión entre los miembros de la pareja. Y hay personas que, a pesar de desearlo, no consiguen salvar la distancia que las aleja de los demás.
Una carencia crónica de cercanía emocional puede desembocar en relaciones en las que se acepta cualquier precio a cambio de cariño. Otras veces, el hambre de afecto se intenta compensar con sustitutos: compras compulsivas, comida, sexo… Una investigación revela que a menudo la mayor motivación para mantener relaciones sexuales es lograr un contacto afectivo.
Al contrario de otras necesidades humanas, la necesidad de contacto precisa de la participación de otra persona. Pero además existen barreras personales que pueden dificultar esa conexión. Por un lado, los prejuicios sociales limitan y vetan la comunicación, especialmente en lo que concierne al tacto y la proximidad física. Y otro tanto sucede con las propias defensas que a menudo aparecen ante el temor que genera la intimidad.
Una frontera permeable
“Tengo miedo de decirte quién soy. Porque si te digo quién soy, puede que no te guste cómo soy, y eso es todo lo que tengo”
(John Powell, músico)
Puede resultar sorprendente: lo que más se desea, en este caso la proximidad afectiva, también atemoriza. Inconscientemente, existe la impresión de que quien se muestra demasiado abierto corre el riesgo de ser invadido. Es lógico. Al entrar en contacto con otra persona nos mezclamos, aunque solo sea ligeramente. Quizá podemos sentir la pena, el dolor o la alegría que está sintiendo el otro, o algunos de sus pensamientos pueden infiltrarse.
Al entablar contacto es posible sentirse desnudo o vulnerable. Se desvela una parte interna de la personalidad, y existe el temor a la burla o a que el otro utilice la información para controlar o lastimar. Esta tendencia a defender el espacio personal es saludable, salvo cuando se convierte en una barrera que impide conectar con los demás. Pero el riesgo también implica una ganancia. Solo cuando alguien puede mostrarse como es puede conectar realmente con otra persona y enriquecerse de la relación. Aunque las fronteras personales deben existir, conviene que no sean rígidas e inamovibles, sino permeables según las circunstancias.
Bálsamo emocional
“Tu misión no es buscar el amor, sino descubrir todas las barreras
que has creado en tu interior para no verlo” (Jalal ad-din Rumi)
Algunas personas necesitan el contacto. Lo manifiestan en una demanda continua de afecto y en que prefieren estar en compañía. Una exacerbada necesidad puede estar asociada a un pasado de carencias afectivas que han dejado un hueco difícil de llenar. Puede ser consecuencia de unos primeros vínculos distantes o ambivalentes con las personas más cercanas. O, por el contrario, quizá una dedicación excesiva provocó que se creciera centrado en las propias necesidades. Como personas precisamos el placer del contacto sin amenaza de intrusión o abandono a fin de adquirir una sensación de seguridad en las futuras relaciones. Sin embargo, apunta Boris Cyrulnik en su libro El amor que nos cura, ciertas relaciones adultas pueden sanar esas heridas emocionales.
No hemos de olvidar que elaboramos una imagen de nosotros mismos a través de la interacción con los otros seres humanos. Por eso, recibir cariño, atención y aprecio ayuda a sentir que se es merecedor del interés y el amor de los demás.
El contacto que transforma
“El encuentro entre dos personalidades es como el contacto entre dos sustancias químicas: si hay alguna reacción,
ambas se transforman” (Carl G. Jung)
Todos disponemos de las herramientas necesarias para establecer un buen contacto: las expresiones faciales, la mirada, los gestos, el cuerpo, la voz… La cuestión estriba en cómo las utilizamos. Para establecer un buen contacto es muy importante la congruencia. Significa que las palabras reflejan lo que sentimos y pensamos, y las expresiones corporales y faciales también. Desde esta autenticidad es posible ganar proximidad con los demás. Al abrirnos se produce una reacción expansiva que se mide tanto en el cuerpo como en la sensación de relajación y calor. Mientras que los sentimientos de hostilidad producen una retracción.
El beneficio del contacto es simétrico. Si se da una atención afectuosa, procura placer tanto tocar como ser tocado, escuchar como ser escuchado, mirar como ser mirado. Cuando fluye este calor humano, las defensas se aflojan y las personas se sienten más libres. Resulta asombroso, por ejemplo, el efecto que puede tener en una pareja dejar a un lado las pugnas para conectar realmente con el otro.
Tenemos a nuestro alcance un recurso económico a la par que efectivo: el contacto humano. Las caricias, las palabras, las miradas… no solo aportan consuelo, alivio, ternura, atención, afecto, sino que tienen la capacidad de transformarnos, haciéndonos sentir mejor y enriqueciéndonos como personas.
2 comentarios:
Paco,nos has puesto un post tan completito,que poco queda por decir...Estoy completamente de acuerdo contigo,hemos de acercarnos a los demás físicamente apoyarlos y quererlos...
...Ahora mismo te mando mi abrazo cibernético,cercano y sentido,amigo.
FELIZ DOMINGO...!!
M.Jesús
El ser humano es y será siempre un ser social, necesita de ese contacto, por mucho que, a veces, nos pongamos una pantalla protectora para que nadie la atraviese, al final, necesitamos igual ese contacto y por mucho que nos cueste, debemos derribar esa barrera y estar dispuestos dar y recibir cariño, ternura, afecto... si es lo mejor que nos llevaremos. Me encantó leerte! un abrazo afectuoso!
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