El
abandono de nuestra presencia en las cavernas es un recuerdo que nos guía desde
la niñez. Todos nos sentimos débiles cuando rememoramos nuestra presencia en
las grutas de la ignorancia. Pero una mirada “más allá” de lo que vemos, en el
análisis de esa infancia, nos lleva al misterio de nuestra humanización y sus
pautas de evolución. La Palabra encarnada que irrumpe en nuestra historia,
asumiendo nuestra condición humana y los vehículos de la Emancipación, son la
clave. A partir de ahora, la historia de los humanos es ya la historia de la
evolución y su liberación a través de la Emancipación, del ascenso es la escala
de valores.
El
abandono de la caverna sobrepasa todo lo que cabría imaginar y esperar. Nadie
podría imaginar-se llegar tan lejos y que fuera el humano el único centro y
razón de las cosas. No obstante, es un escándalo confundir esta aventura con
acciones individuales ávidas de protagonismo personal. Resulta, en cambio, más
aceptable una actitud emancipadora del individuo que desea incorporarse a la
pluralidad como único sentido para sobrevivir en la dignidad.
Los
humanos de todas las épocas han buscado insistentemente alguna señal de la
existencia de la Emancipación. Y han querido verla en las formas o
representaciones más diversas, con frecuencia en la belleza de la naturaleza o
en hechos portentosos que superan la explicación actual de la ciencia..
El
abandono de la caverna rompe con todas las imágenes que nos habíamos creado
sobre la evolución. La debilidad humana de la carne es ahora asumida para ser
la manifestación del poder de la Emancipación. La TRASCENDENCIA se manifiesta
ahora en la inmanencia de la carne. Y ha querido que, a partir de ahora, sea
ésta el lugar privilegiado de su presencia entre nosotros. El abandono de la
caverna es la prueba y vehículo de la fuerza de la Emancipación. En este
acontecimiento “desconcertante” se ha manifestado en todo lo que es y nos ha
dado la gran señal para que conozcamos como es. Ha asumido nuestra carne, “se
ha hecho carne” para sentir y hacernos sentir en propia esencia toda la verdad
de la experiencia humana. Ha asumido toda la realidad del ser humano para que
nada de él le sea extraño o indiferente. Fuera de la caverna todo lo que es el
humano es la EMANCIPACIÓN.
Así la evolución se hace presente de un modo
privilegiado y constante dentro de un escenario infinito e impredecible donde
todos y cada uno de nosotros somos moléculas temporales de avance hacia el
infinito. La Emancipación, desde el inicio de la presencia del hombre fuera de
la cueva, le ha acompañado la tentación de huir de su condición de humano para
llegar a considerarse el final de la evolución. Emanciparse, por tanto, es
humanizarse con la realidad de cada ser humano dejando a un lado dogmas
tendenciosos que pretenden esclavizarnos a través de anestesiar nuestra
voluntad.
Tomando
nuestra carne, la Emancipación, nos ha manifestado que quiere establecer con
nosotros una alianza fundada no en el temor al castigo, sino en el amor y la
compasión hacia los humanos. Tal acuerdo debe conducirnos hacia una obsesiva
preocupación por aliviar el sufrimiento humano, por confundirse con las
experiencias de vida de los demás. Su trayectoria vital está atravesada por la
voluntad de estar cerca de los que sufren, de los marginados y excluidos, de
los enfermos y discapacitados. El
respeto al prójimo y el perdón son una constante. Quiere humanizar la vida,
liberar a los hombres de las pesadas cargas impuestas por los que detectan el
poder. La Emancipación, por tanto, es un estado liberador que está comprometido
con toda clase de suerte de los humanos. Así todo lo que atente contra la dignidad
del hombre, atenta también contra la Emancipación. Desde ahora, el criterio
para saber si estamos y vivimos en la verdad es nuestro compromiso en aliviar
el sufrimiento de los hombres y las mujeres de este mundo, humanizar hacia la
Emancipación, la vida de todos.
Aceptando
una existencia sistémica y holística de la humanidad asumimos la superación del
YO y situamos a nuestra evolución en el punto de máxima dignificación humana.
No es la injusticia y la explotación, el odio y la violencia, ni el poder terrenal las señales del avance, aquello con lo que se
ha identificado y nos sitúa en la lejanía de la caverna. Por el contrario, la
verdadera evolución nos identifica con los pobres y marginados, enfermos y
encarcelados de este mundo. Nos acerca al perdón y a la misericordia. Y este
será el criterio de la ortodoxia de nuestro compromiso. No nuestra sabiduría o
ciencia, ni nuestro poder o estatus social, ni nuestra dignidad o autoridad en
la sociedad. No hay más primacía que la del amor a aquellos que comparten con
nosotros la igual dignidad de ser hombre o mujeres, la humanidad con la que la
Emancipación se ha fundido..
¿Y
cómo nos humanizamos, cómo somos más humanos? Propongo hacerlo a través de la
reflexión profunda y sistemática de los distintos actos que han llevado a la
sociedad a situarse por encima del YO temporal. En ellos comprenderemos la
ética de la compasión, de defensa de lo humano, por encima de razas o religión.
Es la máxima expresión del reconocimiento del hombre como ser digno de defensa y
de respeto, a cualquier precio y sin contrapartida alguna.
Así
no ha lugar ya al “ojo por ojo y diente por diente”, ni a ser compasivo sólo
con los “nuestros”, con aquellos que comparten con nosotros la lengua, la
religión y la cultura, o pertenecen a nuestro pueblo. La Emancipación rompe con una moral y ética
de fronteras para afirmar la dignidad de todo ser humano, de cualquier hombre y
mujer, por encima de los límites que arbitrariamente nosotros pongamos.
¿Quién
es mi prójimo” La evolución invierte esta pregunta y no responde, sino que nos
replantea la duda ¿de quién él es el prójimo? Es decir, que para ser una
persona ética-moral es indispensable estar atento al sufrimiento y dolor del
otro, y responder compasivamente a este dolor. La Emancipación tiene especial
interés en desterrar de nosotros, los de antes y los de ahora, la imagen
nefasta de un orden justiciero y castigador; un orden que lleva la contabilidad
de nuestros merecimientos para pagarnos a cada uno según nuestros méritos. Esta
justicia es propia de los simples, no de los evolucionados. La evolución nos
propone unos criterios de comportamiento no basados en dar a cada uno “según
sus méritos”, sino en la voluntad de relacionarse a partir del principio de
generosidad. Nuestra relación con el prójimo no se registra en un libro de
cuentas que contempla el “haber y el debe” de nuestros actos. La evolución nos
muestra que debemos estar siempre cerca de los que sufren, de los pobres y
desheredados, hasta el punto de que esta actitud la sitúa como una señal de su
misión liberadora.
Así
pues, reiteramos que la Emancipación y la evolución tienen un escenario
sumamente esclarecedor de la conciencia orientado hacia la acción liberadora
del sufrimiento humano y de atención prioritaria a los pobres y los desorientados.
¿Cuáles
son sus señales de identidad? Arrancar lo inhumano de la vida personal y
colectiva es entender al hombre como
molécula con potencial de evolución. Evolución que nos debe conducir hacia el
pleno amor a nuestros enemigos sin condiciones. Estas son las señas, las
huellas que marcan el camino de la humanización del hombre, de su liberación
para llegar a su plenitud humana. Sin duda, nuestras señas de identidad habrían
sido muy distintas sin la evolución en el amor. La historia humana está plagada
de horrores que marcan niveles inimaginables de inhumanidad. No han sido la justicia, el perdón y la
compasión, la fraternidad y el amor las constantes que han configurado nuestra
vida personal y colectiva.. Tratar de construir una sociedad justa y pacífica,
a la medida de la dignidad de la persona, al margen de la Emancipación, es
caminar al fracaso.
Abandonar,
pues, la caverna, es el reto, la locura del individuo en una búsqueda
desesperada de su evolución hacia una pluralidad precisa para encontrarse con
la paz.
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