¿Sentirse vulnerable?
Todo nos lleva a despertar en nosotros la confianza de la que creemos carecer. La firmeza interior, la capacidad de afirmarnos es una fortaleza que se empieza a construir ya en la infancia, fruto de unos fuertes lazos afectivos que nos protejan y, a la vez, nos permitan explorar por nosotros mismos. Un poco de vergüenza en la prueba de una maduración biológica y de un buen desarrollo de las aptitudes relacionales. Un exceso de vergüenza revela una sensibilidad exagerada cercana al temor, una tendencia a despersonalizarse para dejar sitio al otro. Del mismo modo, la ausencia de vergüenza puede demostrar incapacidad para representarse el mundo de los demás.
Esa sensibilidad exagerada se resuelva en muchos casos aprendiendo a desconectarnos o aislarnos emocionalmente para no sufrir. Pero entonces perdemos toda referencia sobre nuestros procesos internos, dudamos y desconfiamos de ellos. La consecuencia es que otorgamos a los demás un poder incalculable, mientras nos avergonzamos de todo lo que sentimos por considerarlo inadecuado o degradante.
La vergüenza no sirve para nada, pero crea un escenario interior de moralidad y muchas veces de culpa. Se convierte así en un arma que el avergonzado entrega a quien le mira. Por eso no nos queda otra solución que confiar en nuestra propia mirada. En aceptar la vulnerabilidad como parte del proceso de aprender a ser. Sin silenciarla. Sin esconderla. Expresándola adecuadamente. ¿Acaso existe alguien que nunca en su vida se haya senito vulnerable?
Todo nos lleva a despertar en nosotros la confianza de la que creemos carecer. La firmeza interior, la capacidad de afirmarnos es una fortaleza que se empieza a construir ya en la infancia, fruto de unos fuertes lazos afectivos que nos protejan y, a la vez, nos permitan explorar por nosotros mismos. Un poco de vergüenza en la prueba de una maduración biológica y de un buen desarrollo de las aptitudes relacionales. Un exceso de vergüenza revela una sensibilidad exagerada cercana al temor, una tendencia a despersonalizarse para dejar sitio al otro. Del mismo modo, la ausencia de vergüenza puede demostrar incapacidad para representarse el mundo de los demás.
Esa sensibilidad exagerada se resuelva en muchos casos aprendiendo a desconectarnos o aislarnos emocionalmente para no sufrir. Pero entonces perdemos toda referencia sobre nuestros procesos internos, dudamos y desconfiamos de ellos. La consecuencia es que otorgamos a los demás un poder incalculable, mientras nos avergonzamos de todo lo que sentimos por considerarlo inadecuado o degradante.
La vergüenza no sirve para nada, pero crea un escenario interior de moralidad y muchas veces de culpa. Se convierte así en un arma que el avergonzado entrega a quien le mira. Por eso no nos queda otra solución que confiar en nuestra propia mirada. En aceptar la vulnerabilidad como parte del proceso de aprender a ser. Sin silenciarla. Sin esconderla. Expresándola adecuadamente. ¿Acaso existe alguien que nunca en su vida se haya senito vulnerable?
0 comentarios:
Publicar un comentario