Entre experiencia y la expectativa, el poder del presente nos lleva a la acción. Pero cuando éste decae por cansancio, por distracción o por debilidad, el impulso del pasado, del hábito, viene en nuestra ayuda. Inscrito en la corporalidad, el cuerpo hace lo que la conciencia pierde. Esa maravillosa memoria corporal, presente en las habilidades, de todo tipo, se adelanta al proyecto consciente allanándole el camino.
Todos los esfuerzos se consagran al éxito que permita recomponer una imagen victoriosa de uno mismo, enmascarando las derrotas silenciosas, los sueños inalcanzables y el desgarro de no sentirse válido antes los demás. Puede suceder, incluso, que cuanto mayor sea la desgracia, más gloriosa sea la victoria. El éxito puede ser, a veces, el beneficio secundario de un sufrimiento oculto. El combate compensatorio contra la vergüenza es una legítima defensa. El sentimiento de vergüenza o de orgullo se asienta en un diálogo agotador: Morir por decir o sufrir porno decir. Mientras se resuelve el dilema, el avergonzado atiende tanto en lo que el otro piensa, se pone a veces tanto en su piel, que lo que podría ser una plausible estrategia ética acaba por convertirse en vulnerabilizante. La plasticidad de este sentimiento depende de la influencia que se conceda al otro. Es otorgarle un poder mudo. Tememos morir de vergüenza si descubren quiénes somos en realidad, cuando dicha identidad se sustenta en la baja autoestima, en un yo idealizado o en la creencia de que somos de una sola pieza.
¿Por qué temo decir quién soy?
El problema empieza cuando sufrimos por la imagen desgarrada que exponemos a nuestra propia mirada.
Todos los esfuerzos se consagran al éxito que permita recomponer una imagen victoriosa de uno mismo, enmascarando las derrotas silenciosas, los sueños inalcanzables y el desgarro de no sentirse válido antes los demás. Puede suceder, incluso, que cuanto mayor sea la desgracia, más gloriosa sea la victoria. El éxito puede ser, a veces, el beneficio secundario de un sufrimiento oculto. El combate compensatorio contra la vergüenza es una legítima defensa. El sentimiento de vergüenza o de orgullo se asienta en un diálogo agotador: Morir por decir o sufrir porno decir. Mientras se resuelve el dilema, el avergonzado atiende tanto en lo que el otro piensa, se pone a veces tanto en su piel, que lo que podría ser una plausible estrategia ética acaba por convertirse en vulnerabilizante. La plasticidad de este sentimiento depende de la influencia que se conceda al otro. Es otorgarle un poder mudo. Tememos morir de vergüenza si descubren quiénes somos en realidad, cuando dicha identidad se sustenta en la baja autoestima, en un yo idealizado o en la creencia de que somos de una sola pieza.
¿Por qué temo decir quién soy?
El problema empieza cuando sufrimos por la imagen desgarrada que exponemos a nuestra propia mirada.
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