De tanto obviar el Ser, nos hemos convertido en "maniquíes" del consumo.
La
adicción, oculta por el Estado, tanto es por la compra de bienes textiles como
inmobiliarios; por citar dos epígrafes del carro de la compra.
Vivimos
para consumir y esta es la pena. Pocos valoran el fluir de su potencial humano e
incluso pueden considerar esta acción como una herejía contraproducente al
gasto de impulso también denominado bienestar.
Es
aburrido; por tanto, oír las inquietudes de las masas que son fijas según la
época del año.
Penoso
resulta escuchar a las denominadas "referencias sociales" cuando,
como norma, sustituyen el discurso altruista de Estado por una lista interesada
de egoísmo personal (ej. Rajoy y Más).
Todo se
circunscribe al "aquí y ahora" y con demasiada facilidad ignoramos a los ancianos que, "olvidados", mueren intoxicados en
algún geriátrico "fantasma" que tolera la hipocresía.
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