LA ACEDIA
EGOISTA
Muchos humanos sienten
temor de que alguien les invite a realizar tareas altruistas y tratan de
escapar de cualquier compromiso que les pueda quitar su tiempo libre. Esto
frecuentemente se debe a que las personas necesitan imperiosamente preservar
sus espacios de autonomía por lo que entran en una acedia paralizante.
El problema no es siempre
el exceso de actividades, sino sobre todo las actividades mal vividas, sin
motivaciones adecuadas, sin una espiritualidad que impregne la acción y la haga
deseable. Esto puede tener diversos orígenes. Algunos caen en ella por sostener
proyectos irrealizables y no vivir con ganas lo que buenamente podrían hacer.
Otros, por no aceptar la costosa evolución de los procesos y querer que todo
caiga del esfuerzo ajeno. Otros, por apegarse a algunos proyectos o a sueños de
éxitos maginados por su vanidad. Otros caen en la acedia por no saber esperar y
querer dominar el ritmo de la vida.
Así se gesta la mayor
amenaza, que “es el gris pragmatismo de la vida cotidiana y que va degenerando
en mezquindad humana” Se desarrolla la psicología de la tumba, que poco a poco
convierta a los ciudadanos en momias de museo.
Desilusionados con la
realidad, viven constantemente tentación de apegarse a una tristeza dulzona,
sin esperanza, que se apodera del corazón. Llamados a iluminar y a comunicar
vida, finalmente se dejan cautivas por cosas que solo generan oscuridad y
cansancio interior y que apolillan el dinamismo. Más hay que insistir….¡¡¡No
nos dejemos robar la alegría!!!
Los males de esta sociedad
no deberían ser excusa para reducir nuestra entrega y nuestro interés.
Mirémoslo como desafíos para crecer. Además. La mirada de la persona emancipada
es capaz de reconocer la luz que siempre derrama la Emancipación en medio de la
oscuridad, sin olvidar que donde abundó la desviación sobreabundó la
rectificación.
Aunque nos duelan las
miserias de nuestra época y estemos lejos de optimismos ingenuos, el mayor
realismo no debe significar menor confianza en el Espíritu ni menor generosidad.
Cabe recordar aquellas palabras llenas de contenido que la Emancipación nos
deja: “Llegan, a veces, a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de
algunas personas que, aun en su celo ardiente, carecen del sentido de la
discreción y de la medida. Ellas no se ven en los tiempos modernos sino
prevaricación y ruina……” Nos parece justo disentir de tales calamidades, avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos,
como si el fin de los tiempos estuviese inmediato.
Una de las tentaciones más
serias que ahogan el fervor y la audacia es la conciencia de derrota que nos
convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre. Nadie
puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo. El
que comienza sin confiar perdió de antemano la mitad de la batalla y entierra
sus talentos. Aun con la dolorosa conciencia de las propias fragilidades, hay
que seguir adelante sin declararse vencidos y recordar lo que la EMANCIPACIÓN
nos deja para nuestro conocimiento: “TE BASTA MI GRACIA, PORQUE MI FUERZA SE
MANIFIESTA EN LA DEBILIDAD”.
Es cierto que en algunos
lugares se produjo una “desertificación” espiritual, fruto del proyecto de
sociedades que quieren construirse terrenalmente, sin espiritualidad. También
la propia familia o el propio lugar de trabajo puede ser un ambiente árido
donde hay que conservar la espiritualidad como bandera de renuncia al YO.
No obstante, alegrémonos,
pues es en el desierto donde se vuelve a descubrir el valor de lo que es
esencial para estar en la vida; así, en el mundo contemporáneo, son muchos los
signos de la Emancipación, del sentido último de la vida, a menudo manifestados
de forma implícita o negativa. En el desierto se necesitan, sobre todo,
personas perseverantes, con su propia vida, que indiquen, sin imponer, hacia
una aproximación a la Emancipación manteniendo vida la esperanza.¡¡¡No nos
dejemos robar la esperanza!!!
Bergoglio
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