SENTIDO
HUMANO DE LA VIDA.
Una nota fundamental para
la andadura humana de la vida es pensar en el hombre de carne y hueso, tal como
es andando por su propia casa y no por los pasillos de un instituto o academia.
Monje o laico, se ve a sí mismo “tibio”, relajado y negligente, nunca elevado
sobre los demás o separado de ellos. Ninguna distancia separa al emancipado del
terrenal pues si algo significa estar emancipado es no creerse nunca superior a
nadie.
Aguzar las afirmaciones de
la reflexión hasta convertirlas en preguntas; y sostener esas preguntas
renunciando a las respuestas fáciles buscando respuestas en la constante
reflexión.
Un relato de los antiguos
monjes del desierto puede ilustrarnos sobre este punto. Se trata de un monje
que hace un largo viaje para visitar para visitar a un anciano distinguido por
su elevada espiritualidad,
Cuando llegó, el
forastero, tomando pie en la experiencia escrita, empezó a hablarle de temas
espirituales y celestiales. Pero el anciano, al oírle hablar, se puso a mirar para
otra parte y no abrió la boca. El forastero, al darse cuenta de ello, se vino
abajo, salió de su presencia y le dijo al monje que le había acompañado durante
el viaje:
“He perdido el tiempo
haciendo este viaje porque he estado con el anciano y no ha querido mediar
palabra conmigo”.
Entonces, el monje
acompañante fue a hablar con el anciano y le dijo:
“Este hombre tiene un gran
prestigio en su país y ha viajado hasta aquí para verte a ti, ¿por qué no le
has dirigido la palabra?”.
El anciano le respondió:
“Este hombre es de altura
y, por eso, habla de temas celestiales; yo, en cambio, soy de abajo y sólo sé
hablar de cosas que están a ras de tierra. Si él me hubiera hablado de las
pasiones del alma, yo habría tenido algo que decirle al respecto. Pero me ha
hablado de temas espirituales y de eso yo no sé nada”.
Nada más oír estas
palabras, el hermano acompañante fue donde el forastero y le dijo:
“El anciano no habla por
las buenas de la experiencia escrita pero, si alguien está dispuesto a hablar
con él de las pasiones del alma, sí que puede decirle algo”.
El forastero, traspasado
por la compunción, volvió entonces a la presencia del anciano y le preguntó:
“¿qué puedo hacer, padre?
Las pasiones del alma me dominan…”
Otra nota destacada en la
andadura humana de la vida es la sensibilidad para la comunicación. La
comunicación es, ante todo, escucha. Y la escucha es el sentido de la
obediencia, que es trato entre iguales y no contrato entre desiguales. Los
desiguales se someten unos a otros “en virtud de la santa obediencia”. Los
iguales se invitan siempre, unos a otros, a tomar la palabra. Nadie se reserva,
entre iguales, el derecho a decir la última palabra. Hay también, sin duda, una
comunicación sin palabras. Pero, aun sin palabras, la comunicación requiere una
invitación humilde y confiada. No hay prueba de humildad como la comunicación
humana. Ni hay donación tan desinteresada como la donación de la palabra.
Escuchar es la manera más difícil de entregarse. Y el silencio, el mayor acto
de reflexión.
Nadie se somete a otro
desde afuera. La Emancipación no es una ventana a la que se asoma uno para ver
en la distancia las limitaciones universales de los hombres y la particulares
de uno mismo.
Contaban de un anciano que
pasó setenta semanas ayunando, sin comer más que una vez por semana. Se pasaba
el tiempo preguntándole a la Emancipación por el sentido de algunas palabras.
Pero la Emancipación no se lo desvelaba. Empezó entonces a decirse a sí mismo:
“¡tanto esfuerzo para nada! Voy a ver a mi hermano y le voy a preguntar lo que
la Emancipación no me comunica” Cuando cerró la puerta de su celda al salir se
le presentó un monje y le digo: “las setenta semanas que te has pasado ayunando
no te han acercado a la Emancipación pero, en cuanto tuviste la humildad de acudir
a tu hermano has descubierto el sentido de aproximarte a ella”
Finalmente otra esencia
fundamental en la andadura humana de la vida es la pasión por la libertad. Si
algo nos esclaviza en la vida, es el tedio de verla pasar por una ventana. La
frontera fundamental para la Emancipación no es hoy la que divide a los
espirituales de los terrenales sino la que separa a los que buscan de los que
no buscan nada. Éstos últimos los que creen saber de la vida lo suficiente para
vivir.
Los que creen que saber
vivir es cuestión de experiencia, esto es, de haber vivido. La vida enseña por
sí misma a cada uno lo que necesita aprender. Como cada cual tiene “su camino”
en la vida, lo que uno ha aprendido de ella no le sirve a nadie más que a él.
Lo más que podrá hacer será contárselo a los demás. Los demás están en la vida
de uno –como uno en la del resto- para hacernos la vida más grata. Y a este
bienestar lo podemos llamar “felicidad”. Si felicidad del individuo sin
relación alguna con la verdad, con la búsqueda fraterna de sentido.
Los días del hombre
satisfecho, esclavo del tedio, no podrán ser nunca como el primer día porque no
marcan el curso de un aprendizaje. Se acumulan, sin más, bajo el peso de una
experiencia, la suya, la que solo a él le sirve. Bastarán unas “palabras
fáciles”, para tratar a los demás como quien ya los cree conocidos de sobra.
Como quien sabe en qué medida pueden contribuir o no a hacerle a uno la vida
más placentera.
Un anciano me contó una
vez lo siguiente; estando yo una vez en la celda de un hermano vino un monje y
le preguntó:
“quiero vivir bajo un
mismo techo con otros hermanos; dime, pues, cómo debo comportarme para vivir en
común”
El anciano le respondió:
“como el primer día,
cuando entraste en su casa. Procura actuar todos los días, desde el primero,
como lo haría un huésped que llama a la
puerta. Así nunca se deslizarán de tus labios palabras fáciles”.
0 comentarios:
Publicar un comentario