En una sociedad que nos prohíbe nuestras debilidades. ¡qué liberador es manifestarse vulnerable! (Javier Melloni)
GESTIONAR EL SUFRIMIENTO
Sufrimientos
frustrados por lo que desearíamos que fuera y no es, por lo que esperábamos que
hubiera sido y no fue, por lo que queremos que sea y no llega. Generamos
pensamientos negativos repetitivos y nos anclamos en sentirnos víctimas,
nuestro pesar aumenta y se vuelve adictivo. Cuando cavilamos mucho sobre lo que
no funciona, nos agotamos mental y emocionalmente, acumulamos malestar y no
podemos decidir con claridad. Si además nos anclamos en preguntas como “¿por
qué sigues cometiendo los mismos errores?, ¿por qué me toca vivir esto?,
sentiremos dolor, pena y rabia.
Podemos
cambiar de rumbo si prestamos atención a lo que nos aporta bienestar,
preguntándonos y conversando sobre que solución nos beneficia más, adónde nos
gustaría llegar, qué es lo que nos ilusiona. Según sea nuestro discurso
interior contribuiremos a sufrir más o menos.
Cuando
uno padece, suele tener más preguntas que respuestas. Si se repite la pregunta
que le lleva a la tristeza y a la decepción, se
queda atrapado en el pozo del sufrimiento. Para no incrementarlo, seamos
conscientes de los interrogantes que nos planteamos y elijamos bien el que
conviene.
Es
necesario controlar nuestros pensamientos para que no provoquen un efecto de
martillo sobre el clavo que a base de golpes profundiza en el agujero. Lo que
ocurrió ya pasó, pero dejó herida, y con los pensamientos recurrentes de
angustia, rencor o culpa nuestra herida no se cura. Entonces intentamos huir
del sufrimiento. Huimos de él absorbiéndonos en las acciones. Lo ocultamos con
consumismo y adicciones. Tomamos decisiones por miedo a sufrir o huyendo, y
dejamos conflictos por resolver. No afrontamos lo que nos ocurre, no nos
permitimos sentirlo. Escapándonos del dolor, este se acumula en nuestro
interior, hasta que uno se encuentra deprimido o con necesidad de explotar.
Si
vivimos obsesionados por la satisfacción de lo inmediato y estamos
permanentemente huyendo de los inconvenientes y de las adversidades, nos
debilitamos. Una sociedad que elimina el sufrimiento huyendo de él es frágil
porque se siente permanentemente amenazada. La sociedad occidental está
orientada hacia el éxito. Sufrir se asocia a fracaso, a ser flojo, a no llegar,
a sentir que uno no forma parte del sistema productivo y no sirve.
Tememos
lo que desconocemos, lo que no tiene forma, lo que está en nuestra sombra,
diría Jung. Permitirnos espacios y tiempos para estar solos de vez en cuando
facilita establecer un diálogo interno con el cual descubrir y conectar con
nuestra fuerza personal. Si uno está bien consigo mismo, le será más fácil
estar bien en el entorno y con los otros. Si uno se siente cómodo, no huirá de
sí mismo. Gozará estando solo y también en compañía. Es en la soledad cuando
uno puede escucharse mejor. El sufrimiento emocional nos indica que quizá
estamos aguantando algo que deberíamos soltar. Tal vez hemos de aprender a
decir no o sí, o a poner límites, tal vez debemos cuidarnos más, o necesitamos
más silencio.
Al
no escuchar lo que el abatimiento nos señala, llega un momento en que se
produce una grieta interna. Hemos huido de nuestra propia voz interna que nos
quiere comunicar algo. El desconsuelo indica la posibilidad de un cambio
latente. Cuando encontramos el sentido de nuestra angustia, esta se transforma.
Con
motivación se atraviesan las dificultades que se presentan para lograr nuestro
objetivo. Cuando la serpiente tiene que desprenderse de su piel vieja, escoge transitar por dos
piedras próximas que le aprieten, le rasquen y le ayuden a eliminar su piel.
Ese tránsito le provoca dolor, pero le ayuda a deshacerse de lo viejo para dar
lugar a lo nuevo. Es el final de un proceso y el inicio de otro. Y en ese
tránsito sufrimos. Si nos resistimos a
atravesarlo, la angustia se incrementa, pues no soltamos lo que ya no
nos aporta, lo que no necesitamos, ni damos espacio a lo que quiere nacer. Uno
puede enquistarse en ese dolor, alargando el padecimiento y haciéndolo agónico.
El
sufrimiento nos indica que algo nuevo está naciendo. Si mantenemos puesta la
marcha atrás, no avanzamos, podríamos decir que la herida se infecta. Si
asumimos y pasamos el dolor, dejamos paso a lo nuevo. Hay que fluir aunque sea
en mitad de la incertidumbre. No sabemos lo que nos espera después de ese
cambio, y esa inquietud nos puede provocar una falta de fuerza interior. Sin
embargo, desprenderse de lo que nos daña es lo que nos libera, nos fortalece y
nos hace libres.
Por
ejemplo, uno puede sentirse invadido por el sentimiento que le provoca la
pérdida de un ser querido y estar años padeciendo. O bien, aunque haya perdido
a un hijo, a una madre, a un gran amigo, puede conectar con los momentos llenos
de sentido y felicidad vividos con ellos, y aunque probablemente habrá una
sombra de dolor con el recuerdo, este no ocupará ni nublará todo. Uno sentirá
el agradecimiento por esos momentos.
Cuando
atravesamos el sufrimiento, nadie puede responder por otro. Este es un
sentimiento intransferible y, aunque nos demos cuenta, nadie puede hacer nada,
cada uno debemos recorrer ese camino por nosotros mismos. Si, para evitar que
una mariposa sufra al salir del capullo, le ayudamos a abrirlo, la mariposa no
utiliza su propia fuerza, sus alas se debilitan y se muere. Es ella que debe
atravesarlo para fortalecerse y así poder volar. Cada uno tenemos que salir de
las propias redes que nos envuelven y reforzamos en el tránsito.
Sin
embargo, compartir la dificultad, darle nombre y expresarla, aligera la carga.
Es más fácil si lo identificamos, lo nombramos, lo escuchamos, lo miramos cara
a cara y lo humanizamos. Lo que ocurre a a veces es que la vergüenza o el miedo
a lo que pensarán al ver nuestra vulnerabilidad o debilidad, o a que nos
etiqueten como alguien fracasado, dificulta que compartamos nuestro sufrimiento.
Debemos aprender a acompañar al que se encuentra en esta situación sin
juzgarle. Una mirada amorosa que acoge ese dolor y no juzga cuando uno se abre
a ser escuchado y a compartir ayuda a expresarse para soltar el dolor acumulado
en nuestro interior. Y cuánto más hayamos pensado que seríamos juzgados, si
descubrimos en el otro ternura y comprensión, eso es profundamente liberador.
Tener dónde expresar y manifestar lo que nos angustia descarga nuestro peso.
Para
aligerar, nos ayudará también escribir. Elaborar una carta dirigida a uno
mismo, en la que se conversa con la parte que sufre y está herida. Ejercitando
la verdadera presencia, conseguimos aliviar la angustia que hay en nuestro
interior.
Se
trata de transformar las adversidades y los monstruos, que son nuestros miedos,
en aliados sobre los que cabalgamos. El mito de san Jorge es un ejemplo de
transformación: el miedo y el dolor que simboliza el dragón se convierten es
una cabalgadura que libera a la princesa. San Jorge no mata al dragón, sino que
monta sobre él porque lo ha integrado.
Entregarse
en el tránsito que implica el sufrimiento y no eludirlo hace que aquello que
parece un obstáculo y una gran devastación se convierta en una oportunidad. No
es fácil dar este salto. Pero la clave está en confiar. En un espacio en el que
impera este clima se crean nuevas dinámicas liberadoras que nos revitalizan y
nos abren el sentido de vivir. Creemos que a cada instante respiraremos, que a
cada paso que demos el edificio aguantará, que cuando lleguemos a casa nos
encontraremos con la persona a quien hemos dejado. Nuestra vida está hecha de confianza.
Cuando nos convertimos en seres recelosos, nos deshumanizamos. La confianza nos
humaniza. Vivamos en la fe radical de que todo tiene sentido más allá de lo que
podemos percibir con nuestras cortas miradas.
Subirana
Subirana
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