“Tengo una terrible angustia que me lleva a comer de forma compulsiva. Me siento nerviosa, estoy frustrada en mi trabajo, llego a casa y todo son problemas: los niños y sus deberes, mi marido llega tarde porque está hasta arriba, no consigo seguir una dieta y estar motivada para perder peso, y me siento culpable cada vez que me salto el régimen. La ansiedad la calmo atracando el frigorífico. Pico sin ganas y me acabo las sobras de los niños de la cena. Me encantaría poder comer en paz, disfrutar de la comida en lugar de engullirla y saber parar cuando no tengo apetito. Quiero perder peso, pero estoy metida en un bucle que no me deja vivir”.
Comer de forma compulsiva puede ser un comportamiento sustitutivo. No siempre se realiza por el propio placer de comer, sino que se lleva a cabo para enmascarar emociones como la frustración, la rabia, la tristeza o la ansiedad provocadas por el estilo de vida, las circunstancias de cada uno o la forma de interpretar el entorno que está viviendo.
Comer puede ser, además de una conducta vital para la supervivencia, un placer. No solo el acto en sí, sino toda la parafernalia que conlleva: el arte de cocinar, compartir una velada con alguien, la sobremesa y sus temas de debate. Pero también puede convertirse en el enemigo; la nevera, el rival al que hay que derrotar; un cálculo matemático contando calorías, el desencadenante del sentimiento de culpabilidad por tomar lo prohibido y una verdadera lucha contra usted mismo.
¿Por qué la ansiedad o la tristeza llevan a comer alimentos calóricos, ricos en grasas e hidratos de carbono? Son muchos los estudios que demuestran que alimentos como el chocolate reducen el hambre, elevan el estado de ánimo y provocan un aumento de la activación. El consumo de carbohidratos lleva a estados de bienestar y tranquilidad, y el azúcar influye en la liberación de serotonina y de endorfinas. Pero no es oro todo lo que reluce, porque un artículo de la British Journal of Clinical Psychology afirmó que aunque el chocolate proporciona placer, este es de corta duración y va acompañado de sentimientos de culpa para aquellos que consideran que no lo deben tomar.
Serotonina y endorfinas desempeñan un papel fundamental en la regulación del bienestar. Las personas a las que su trabajo no les llena, que se sienten solas, que se atan a dietas imposibles de seguir o que viven otras situaciones frustrantes terminan por buscar consuelo en la comida en lugar de soluciones al problema de origen. Ahogar las penas abriendo la puerta de la nevera, mantener una lucha interna entre “quiero comerlo, pero no debo”, solo le lleva a parchear las emociones. Si realmente fuera eficaz, recuperaría su sonrisa y su tranquilidad. Pero lo cierto es que al rato se vuelve a estar tan triste y ansioso como antes de comer lo que no era una elección, sino un impulso por saciar su ansiedad.
La relación entre emociones y alimentación es bidireccional. Lo que se ingiere provoca cambios en la conducta: la cafeína del café excita y despierta, el azúcar y la glucosa dan energía y el consumo de alcohol desinhibe. Los estados de humor afectan también a los hábitos de alimentación. Una vida equilibrada favorece conductas saludables. Si alguien practica deporte, descansa de forma apropiada, disfruta con su trabajo, aprovecha su tiempo libre, dispone de tiempo para comer de forma pausada y cocinar sano, tenderá a alimentarse mejor. Una persona que se esfuerza por hacer ejercicio también se esforzará eligiendo alimentos saludables.
Otra de las variables que llevan a angustiarse con la comida es la necesidad absurda de responder a un canon de belleza que se relaciona con lo perfecto. Perder peso de forma sana, como aconsejan los nutricionistas y dietistas, es más de sentido común que de experimentos privativos que luego generan un efecto rebote y modifican su humor.
Vivir en paz para comer con tranquilidad. Si es de las personas angustiadas con las dietas y el peso y desea disfrutar de comer y hacerlo de forma relajada y con armonía, puede seguir los siguientes consejos:
Tenga paciencia y consiga un ritmo en el que todo fluya. Perder peso no es algo de hoy para mañana. Cuanto más exigente sea con su objetivo, mayor será la presión. Sea sensato, es mejor un objetivo a largo plazo, que le permita compaginar su vida con las relaciones personales y el trabajo.
No se trata de todo o nada. Lo que se quiere conseguir de forma inmediata puede generar un efecto rebote. No haga tonterías con la dieta. Consulte con un profesional que le aconseje. No hay milagros en la pérdida de peso.
No abuse del autocontrol. La investigación sobre la fuerza de voluntad y el autocontrol asegura que tener capacidad para decir no y decidir lo correcto es un factor de éxito. Pero si tensa la cuerda y no se permite de vez en cuando un margen de error, igual le llevará a un fracaso mayor.
Planifíquese. Si no quiere comer lo que no está en sus planes, tenga la despensa llena de lo que sí está en ellos. Póngaselo fácil. Es muy difícil tener hambre y no saber qué comer porque le falten los alimentos permitidos. No compre en el supermercado cuando tenga hambre.
Visualice dónde quiere llegar y cómo será su vida cuando consiga el objetivo. Imagine el tipo de ropa que se podrá poner o lo cómodo que se sentirá al caminar. Podrá empezar a practicar deportes que ahora le cuestan o dejará de tener dolores en articulaciones y complicaciones debidas al sobrepeso.
Sea flexible con usted mismo. No tiene que ser perfecto, exigirse mucho y no permitirse un margen de error elevará su nivel de ansiedad e insatisfacción. De vez en cuando, y de forma planificada, decida en qué va a transgredir la dieta: una comida con amigos, un tapeo el viernes por la noche o una celebración. Eso sí, no utilice el “capricho” para comer sin control tirando de la mítica frase “mañana empiezo otra vez”.
Busque argumentos. Las personas no tienden a empatizar con quien está siendo capaz de controlar una situación a base de sacrificio y renuncias. En muchos casos, su éxito es el fracaso de otros. Habrá mucha gente que le incite a romperlo, porque fracasar en la dieta y caer en lo que no debe le convierte en “uno de los nuestros”. Utilice la técnica del disco rayado. Consiste en repetir una y otra vez, con el mismo tono de voz, la misma frase: “Gracias, prefiero seguir la dieta”. No entre en justificarse, ni trate de convencerles. Cuando se den cuenta de que tiene las ideas claras y que no es débil, abandonarán la provocación.
Disfrute de la comida. Busque tiempo para comer tranquilo, aunque sea media hora. Prepare una ensalada atractiva. La comida nos atrae no solo por el gusto, sino también por la vista.
Retrase, no prohíba. Cuando sienta la necesidad imperiosa de lanzarse al dulce, no se martirice con un debate interno entre “venga, hombre, si no es nada” y “dónde vas con lo que llevas ya conseguido, ¡ni se te ocurra!”. Trate solo de retrasar el deseo en lugar de prohibirse el capricho. Lo prohibido es muy atractivo, mientras que retrasar el impulso hará que coja distancia con él y decida más tarde si de verdad le sigue apeteciendo o solo fue un deseo momentáneo. Calme durante esta espera su ansiedad con un té, una fruta y realice alguna conducta que le relaje.
Practique el buen humor y haga cosas que le plazcan. Disfrute de la vida. No todo es perder peso. Haga deporte, salga con amigos, lea y busque el placer en nuevos hobbies. Si su estado de ánimo es positivo, no necesitará acudir a la comida para sentirse mejor.
A veces no son los kilos los que pesan, sino la mochila llena de frustraciones, obligaciones, estar sometido al qué dirán o ser un actor de reparto en la película de la vida de cada uno. Antes de empezar a tachar alimentos de la lista, elimine lo que le aprieta en su vida .
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