Séneca
Vivimos tan acelerados que nos hemos vuelto
hiperactivos en el peor sentido de la palabra. Cada vez nos cuesta más parar.
Tememos quedarnos quietos y nos sentimos incómodos al quedarnos haciendo nada.
Por eso procuramos mantenernos ocupados, distraídos, entretenidos. Después de
una larga y agotadora jornada laboral, al llegar a casa nuestra mente está tan
embotada que lo único que nos apetece es sentarnos en el sofá delante de la
tele. Pero tratar de relajarnos de esta manera es como hacer una tortilla sin
huevos, son patatas y sin sartén. Así solo conseguimos callar nuestro ruido
mental para escuchar el de la sociedad. De hecho, enchufarnos a una
pantalla nos desconecta todavía más de nosotros mismos. Y termina por vaciar
nuestro depósito de energía vital.
La calidad y cantidad de pensamientos que tenemos
durante el día determina los que tenemos cada noche, en nuestros sueños. Por
eso nos despertamos tan cansados por las mañanas, dependiendo de una buena taza
de café para comenzar el día. Y puesto que no sabemos como recargar las pilas,
solemos vivir disfuncionalmente. No es ninguna casualidad que tendamos a ser
egocéntricos, reactivos y victimistas, perturbándonos cada vez que las circunstancias no satisfacen
nuestras necesidades, expectativas y deseos. Del mismo modo que nuestro móvil
deja de funcionar cuando se termina la batería, cuando se nos agotan las pilas
se produce un fallo energético, quedándonos sin la fuerza ni la comprensión
necesaria para modificar nuestra actitud
frente a la vida.
A través del entrenamiento diario, la práctica del
silencio nos genera multitud de efectos terapéuticos. En primer lugar, perdemos
el interés en pasarnos el día haciendo
cosas, aprendiendo a estar cada vez más presentes, viviendo cada momento con
más profundidad. En paralelo, nos motiva a practicar yoga, taichí,
contemplación o mediación, dedicando cada vez más espacios para hacer nada,
respirar y relajarnos. Llegados a este punto, podemos vivir episodios en los
que sentimos la necesidad de volver al parque y sentarnos en el banco para
estar a solas con nosotros mismos.
Vilaseca
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