“Con sus pinturas, un artista
me enseñó a ver la puesta del sol. Con sus enseñanzas, el Maestro me ha
enseñado a ver la realidad de cada momento”
ENGENDRAR
Los vivientes tenemos el instinto de perdurar, de
expandirnos, de perpetuarnos.
Somos portadores de la vida que la Vida nos ha
confiado para que la podamos transmitir. Somos una simiente que contiene otras
semillas, una sucesión ininterrumpida de fecundaciones que originan.
La repartición biológica ha confiado a lo masculino el
germen activo y a lo femenino el germen receptivo. Ambos participan de la
Semilla primigenia que existía antes del Big Bang. Ella contenía todas las
formas que iban a brotar. Cada uno de nosotros reproduce a su escala esa
Simiente primera.
Somos pequeños Big Bangs que con nuestras explosiones
alumbramos nuevas formas de existencia. Todo ser humano, toda criatura está
llamada a alumbrar algo en el mundo. Será la impronta que dejará a su paso por
él. Será portadora de alguno de sus rasgos y, a la vez, su diferencia
sustancial.
Cuando se engendra algo nuevo hay que respetar su
singularidad, nutrirla para que alcance de plenitud de lo que está llamada a
ser. Es irrepetiblemente ella y no podemos confundirla con nosotros. Tal
confusión arrastra la vida hacia atrás en lugar de impulsarla hacia su madurez.
No se engendra sin dolor. Lo saben las madres. La
criatura emergente desgarra el útero que lo ha cobijado durante nueve meses.
Así de generosa es toda gestación, así de radical: se deja abrir para que a
través de ese desgarramiento brote lo que busca aparecer.
La paternidad y la maternidad no solo son biológicas.
Hay muchas maneras de transmitir vida.
Solo el modo de mirar ya es capaz de engendrar, de descubrir en el otro
lo que el otro, desde sí mismo, es incapaz.
Pertenecer a un linaje espiritual hace partícipe de la
bendición de quien la derramó con la mirada de su inocencia primera. Cuando se
abre una vía, todos aquellos que caminan por ella comparten esa fecundidad y
nacen al Espíritu gracias a ella.
La fecundidad es un atributo de nuestro existir, un
rasgo de semejanza con Quien es permanente brotar de Sí mismo.
El útero divino, las aguas del Mar, prolonga en
nosotros la capacidad de gestar. Engendramos con la cualidad de nuestra vida al
Ser que nos engendra.
En cada acto verdadero damos a luz a Aquel que nos ha
dado luz para que lo manifestemos. Somos la oportunidad de transparentar su
Azul. El Mar se expresa en sus olas. Las olas hacen visible el Mar. Al dejar lo
más genuino de nosotros, dejamos al Mar ser ola en nosotros.
Melloni
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